Uno puede caminar con cierta displicencia por la playa un
sábado medio nublado de mayo, sin tanto viento, sin tanto frío, y creer que el
clima de lluvia ha cambiado porque:
a. Hubo un
error en el pronóstico
b. La ley de
probabilidades climáticas se ha tomado un descanso
c. Hemos
cruzado un portal que separa lo profano de lo sagrado
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Cada uno es cada cual y anda siempre con lo puesto, dice la
canción de Serrat. Nosotros elegimos creer en la opción “c”, mientras
ingresamos al apart y sushi bar HEIWA, en Mar Azul, Prov. de Buenos Aires.
Con amplias sonrisas, un café delicioso y delicadezas para
el desayuno nos reciben sus dueños, Jaque y Claudio, que hacen una excepción en
su descanso para recibirnos y compartir una charla.
Cosas que pasan:
El complejo parece consolidado, como si hubiera llegado a un momento de
madurez.
Jaque: Sí,
podemos decir que sí. Abrimos en 2001, con un par de dúplex en la zona azul.
Era una época difícil, pero por suerte tuvimos buena respuesta de la gente.
Claudio: HEIWA
quiere decir PAZ. Y eso es lo que ofrecemos, la tranquilidad de saber
exactamente lo que ofrecemos, porque lo hacemos nosotros.
CQP: Antiguamente
decíamos “atendido por sus dueños”.
Jaque: (Se ríe)
Claro. O “única dirección”.
Claudio: Nosotros
esperamos que quienes nos visitan tengan una experiencia humana. Es decir,
quienes vienen a HEIWA saben que contratan con personas y no con una
corporación.
CQP: Es
interesante lo que decís, porque en estos tiempos todo parece ser industrial,
producido en serie.
Claudio: Hay una
industria del entretenimiento. “Felicidad garantizada o le devolvemos su
dinero”, podríamos decir. HEIWA se distingue de eso porque la felicidad no es
algo que tiene que ocurrir de manera programada. Acá vas a encontrar
acomodamiento a buenos precios, atención profesional pero personalizada, comida
que hacemos nosotros mismos.
Jaque: Para abrir
HEIWA nos fuimos a trabajar a Japón sin hablar una palabra de japonés.
Estuvimos allá tres años. Juntamos la plata, es verdad, pero también nos
permitió conocer la cultura, las costumbres, la comida.
CQP: Vos contás
con una ventaja grande.
Jaque: (Risas)
Claro, sí. Mis padres son japoneses, pero yo nací en Argentina y hasta el viaje
tocaba de oído con la cultura japonesa. Pero es verdad lo que decís, lo que una
tiene de los padres es una ventaja.
Claudio: Tanto
que nuestras hijas tienen nombres japoneses.
La tarde se va destemplando a medida que la charla se hace
más brillante. Jaque y Claudio nos muestran su costado cotidiano, sus miradas
como pareja, sus códigos, hasta incluso alguna disidencia, pero que el proyecto
común pasa por alto. A riesgo de cometer una infidencia, va una pequeña
anécdota:
Como todo espacio japonés que se precie de tal, HEIWA no
podía dejar de tener su pequeño puente sobre un laguito con carpas y nenúfares.
Pues bien, resulta que el lago suele ser atacado por los perros de un vecino, y
cuando Claudio presenta sus quejas porque los animales estropean las plantas y
ponen en riesgo la vida de los peces, el vecino le dice que no puede hacer
mucho, que en todo caso los mate a tiros. A los perros, claro. Claudio,
entonces, supone que un boyero eléctrico puede solucionar el problema. Jaque,
divertida, cree que el costo del artefacto lo va a disuadir.
Jaque: Dejálo que
sueñe, cuando le digan lo que sale se va a olvidar.
Claudio prepara otro café. La tarde se va convirtiendo
lentamente en noche. Subimos a nuestra habitación en el sector amarillo, desde
donde se puede apreciar el mar, el bosque, la tranquilidad de un mayo sin mucho
turismo. Pero sabemos que en HEIWA estamos en paz, cuidados por sus dueños.
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Fernando Berton
Mayo, 2017