Lunes, 28 de mayo de 2012
El aire
ya no entra. Definitivamente tengo que dejar de fumar. El costo de seguir
fumando es muy alto.
Fumé,
en todo el día, un cigarrillo, en un ataque de desesperación. En lo físico me
sentí mejor, pero estoy de muy mal humor.
Martes, 29 de mayo de 2012
Al
levantarme, encuentro que puedo respirar mejor. Sigo de mal humor. Pienso todo
el tiempo en un cigarrillo, y hasta se me nubla la vista. He ido al kiosco y no
compré cigarrillos. La mejora es
evidente. No tengo tanto ruido en los pulmones, y el cansancio al caminar es
menor. Esas deben ser las claves para salir de este momento.
Es
desesperante. Son las 11:21, y tengo que hacer un esfuerzo increíble para no
salir corriendo al kiosco a comprar puchos. Espero que pase pronto, porque de
verdad me siento mucho mejor de la respiración. Está muy bueno no tener ese
ruido intenso cada vez que inspiro profundo (bue, profundo es una manera de
decir, porque no me queda mucho espacio libre). Sigo más tarde.
Miércoles, 30 de mayo de 2012
La
diferencia, al levantarme, es enorme. No sentir ese ruido espantoso, ni tener
que boquear para que entre un poco de aire.
Lo mejor que puedo hacer es seguir así.
Pero la
fuerza que hay que ponerle al impulso que viene es de no creer. Ayer me fui a
dormir porque si seguía levantado no iba a poder resistir, creo. El gran
objetivo es mantener la actitud durante la semana, y no morir por la
desesperación el fin de semana. Eso va a estar bueno, porque es cuándo más
siento ganas, y como estoy más relajado, la voluntad decae. Creo que es ahí
donde tengo que poner toda mi atención, este fin de semana va a ser crucial.
Jueves, 31 de mayo de 2012
El
esfuerzo de hoy va a ser mayor, porque ya tengo un cigarrillo encima a las 8:04
am. Tengo que lograr mantenerlo hasta el
final. Y tomar un turno para el tratamiento. Pensar, más que nunca, que el
bienestar que siento es mayor que nunca. Subir desde Paseo Colón hasta Balcarce
sin sentir que muero sin aire. Respirar con tranquilidad al despertarme. No
tener tanto olor en la ropa.
Miércoles, 20 de junio de 2012
No lo
conseguí. Fumé menos, pero no lo conseguí. Mi mal humor no cambió para nada, es
más, se puso peor. Solamente porque no pude lograrlo.
Y
ahora, acá estoy, otra vez con broncodilatadores, antibióticos y antimucóticos -o
como sea que se llamen-, para aflojar
los mocos. Y un montón de plata tirada, en puchos y en medicamentos que tal vez
no hubiera necesitado.
Y es
triste saber que se puede, pero que yo
no puedo. Y que tampoco me animo a buscar más ayuda. El lunes fumé 3 o 4
cigarrillos, y me tiré de cabeza en la cama, sin aire. Ayer llamé al médico de
urgencia. Vino la que vino varias veces, “decíme algo que me sorprenda”, me
dijo, y no tuve nada para decir. Se fue desilusionada. Quedé desilusionado, con
los pulmones hechos mierda, con la bronca de esta adicción que no para.
Quéseyo,
tal vez lo mejor sea dejar de escribir este diario de la muerte, porque es una
forma más de pensar en lo que no quiero ni tengo que pensar. Pero, a la vez,
dejarlo sería claudicar en el esfuerzo. Y seguirlo implica dar vueltas al pedo sobre
los primeros dos párrafos (28 de mayo de 2012)
Viernes, 22 de junio de 2012
“Y
a mediados del otoño, mientras todo moría, los hombres-mono se agitaban en
sueños, recordaban a los muertos del año anterior. Los espectros llamaban desde
dentro de las cabezas. Recuerdos, eso
son los espectros, pero los hombres-mono no lo sabían. Detrás de los
párpados, en las horas tardías de la noche, aparecían los espectros de la
memoria, saludaban, bailaban, y entonces los hombres-mono despertaban, echaban
ramitas al fuego, lloraban, se estremecían. Podían ahuyentar a los lobos, pero
no a los recuerdos, no a los fantasmas. Entonces se acurrucaban, rezaban
pidiendo que llegase la primavera, vigilaban el fuego, agradecían a dioses
invisibles las cosechas de frutos y bayas. [1]“
Fumar
es más o menos parecido: está dentro de la cabeza, hay algo que resuena cada
tanto y te baila y te zapatea pidiendo a gritos fumar. Y en general, uno cae
rendido y fuma. Para sentir ese minúsculo placer que te marea un poco, te
tranquiliza un poco, te acaricia la garganta hasta quemarte, y sentís unos
dedos firmes que no te sueltan y una risa terrorífica te asusta.
Igual
ocurre con cada cigarrillo. Hasta que un
día ya no hace falte que te aprieten el cuello, porque directamente no podés
respirar. Pero ese deseo enorme que retumba en la cabeza no se va, retumba,
tumba, tumba.
Hoy
hace cuatro días que no fumo. Estoy encerrado en mi cuarto casi todo el día,
escribiendo mi blog, viendo películas, soñando con cambiar de puesto de trabajo
porque no aguanto más a mi jefe. Y todas, en realidad, son puras excusas para
no fumar.
Martes, 26 de junio de 2012
Voví al
trabajo. Cada vez más detesto a mi jefe, que ni sisquiera me preguntó cómo me
sentía. “La más hermosa niña del mundo / puede dar sólo lo que tiene para dar”[2]
Mientras
tanto, algunas cosas concretas que he hecho:
2010:
a.
Dejar de fumar en el auto
b.
Dejar de fumar en el cuarto
2011:
a.
Caminar desde la estación de tren hasta la
oficina (20 cuadras)
b.
Caminar desde la oficina hasta la estación de
tren (20 cuadras)
c.
No fumar al caminar
2012:
a.
No fumar dentro de casa
b.
Viajar sin cigarrillos y sin encendedor
c.
Agarrarme una linda obstrucción pulmonar que
apenas te permite ver
Supongo que hay cosas más
prácticas que hacer todo esto en tanto tiempo. Es, a mi favor, lo que puede
conseguir. Hoy he fumado solamente un cigarrillo, y sin terminar. Siento que he
logrado bajar la ansiedad hasta ese punto, y el pensar en un cigarrillo
realmente se ha espaciado mucho en el tiempo.
La conclusión, cuando todavía me
considero fumador, es que dejar el vicio es muy bueno para la salud física,
pero terrible para la salud mental.
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