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La barra de la esquina |
Ey, Vahn! C'mon, join us, have a beer!
Lo miré con desdén. No me habla a mí, pensé, y giré la cabeza sobre mi hombro derecho. Tampoco vi a nadie detrás del izquierdo.
C'mon, dud, don't make me beg, pli!
Hacía frío, el sueño definitivamente no iba a llegar. Pensé que sería mejor dejar de sonambulear, tenía los ojos negros, el estómago vacío, un dolor en el cuello.
Rangh no tenía gas. Las puertas las había arrancado y cortado en pedacitos para hacer leña. Rangh me miraba, mientras yo estaba en el inodoro, con una sonrisa entre divertida y decadente. No lograba encender el fuego, y le temblaban las manos, algo azules, por el frío y por la abstinencia. Al final salí del baño y logramos prender un papel, más por suerte que por pericia.
Got a cigar, Vahn?
Mighei fumó el cigarrito en dos pitadas. se notaba de lejos su temblor. Me miró con los ojos entornados, como si fuera un agradecimiento. El lugar estaba tibio y me pidió para comprar una cerveza. Tiré algunas tarjetas sobre la mesa, y Mighei mostró su sonrisa incompleta, como excepción a mi buena voluntad.
Poco después teníamos una buena llama, y Rangh, con sus manos totalmente entumecidas, me acarició torpemente. Temblamos un poco mientras sonreíamos a la llama que iba creciendo anaranjada, con algunos costados negros, un poco de azul, con la alegría de haber logrado un suceso. Las caricias continuaron por un rato, hasta que logramos una temperatura más o menos acorde, y entonces Rangh trajo unos pedazos de carne que puso a asar ensartadas en un trozo de alambre
Vahn, what ya gonna do now?
Ni yo sabía que iba a hacer. Le inventé alguna cosa, y Mighei apoyó el vaso y se rió fuerte, hasta que le dio tos, y se cayó al piso, en un ataque. No supe bien que hacer, de modo que le dí unos golpecitos en la espalda a ver si se le pasaba. Pero como no reaccionó me fui. Después preguntaría cómo había terminado.
A media hora del amanecer nos dormimos. Rangh tenía la piel fría, y respiraba con dificultad. La baja temperatura y el humo le afectaban le pulmones. Le acaricié la nuca despacio, hasta que los dedos abiertos se me enredaban en su pelo revuelto. Me detenía con cada quejido, y volvía a empezar, mientras esperaba que la respiración le volviera a ser normal. Hasta que el ruido se detuviera por completo, y con las primeras luces del día llegara la tranquilidad.
Fernando Berton
Febrero, 2017