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martes, 9 de julio de 2024

La otra cuadra

 

 Cuando era chico los partidos callejeros no eran de "solteros contra casados", esos vendrían un par de años después, cuando llegó Santos y abrió la pizzería: dijo que el equipo ganador podía ir a comer esa noche. Pero esa es otra historia.

 Los principales rivales en esos años eran los de la otra cuadra, que nos llevaban un par de partidos de ventaja pero según ellos nos tenían de hijos. 

 Los partidos se organizaban cuando algunos coincidíamos en un negocio mientras hacíamos mandados. Parecería a simple vista bastante probable, pero por alguna razón los adultos no iban a los negocios de la otra cuadra, así que por lógica los chicos tampoco. Pero los encuentros ocurrían, y ahí nos desafiábamos.

 Mi recuerdo es de una tarde en la que estuve tocado por algún espíritu -siempre fui bastante malo jugando a la pelota-, y convertí un gol de cabeza y asistí a un compañero para que sellara la victoria definitiva por 14 a 13. Fue un momento extraordinario en mi escasa carrera de jugador, porque cuando estábamos empatados alguien dijo que el que metía el gol, ganaba. Habíamos estado jugando más de dos horas, y empezaba a hacerse de noche. El festejo de todos fue conmigo tanto como con el goleador. Yo no podía más de la alegría.

 Nunca más jugué un partido así.  Siempre me iba insultado por lo malo. Tanto que dejé de jugar un día en que mi equipo jugaba con uno menos y yo estaba en el banco.

 

Fernando

Julio, 2024 

miércoles, 27 de marzo de 2024

¡Azuquita! ¡Achicoria!


 Cuando chico, íbamos siempre a Mar del Plata para las vacaciones. La primera vez fuimos en micro; la segunda, y subsiguientes, en un Fitito. Era verde claro, y podíamos tardar ocho o nueve horas en llegar. 

  A esa edad mucho no me importaba, y todo me parecía maravilloso, ya que el viaje más largo que hacía era de mi casa a la escuela, a unas escasas veinte cuadras. Y una de las situaciones más interesantes del camino era desayunar en un famoso parador. Era alucinante ver la fila interminable de tazas de boca sobre sus platitos, y cajas y cajas llenas de cubos de azúcar, que por ese entonces estaban en todos los bares y poco a poco fueron reemplazados por sobrecitos.

  Hace unos años fui a dar al bar Miramar, de San Juan y Sarandí, y ahí, casi como en un sueño o una sesión de terapia, encontré que tenían cubos de azúcar, y quedé maravillado. Volví pasada la pandemia y los sobrecitos habían hecho de las suyas. Pero volví en estos días, y ¡cuál no sería mi sorpresa al ver de nuevo los terrones!

  Así que aquí dejo el testimonio. Veremos si perdura.




Fernando

Marzo, 2024

viernes, 18 de febrero de 2022

Elige tu propia aventura


 

Con este semáforo multiple-choice puedes decir cruzar o no cruzar, he ahí el dilema.

 

Fernando

Febrero, MMXXII  

martes, 15 de febrero de 2022

Cosas veredes

 Siempre tuve esa expresión como sinónima de "¡las cosas que hay que ver!". Y a decir verdad, siempre me sale al revés: "vederes", en vez de veredes. Tal vez por asociación libre de "hacer los deberes", tal vez por desatento o disléxico, vaya usté a saber.

Como sea, espero que el párrafo que precede no le quite protagonismo a la foto que hoy nos convoca a publicarla.


¡Salú!



Fernando

Febrero, MMXXII

sábado, 6 de marzo de 2021

Todo progreso tiene un inicio

CANCIÓN DE LOS LIBROS FUTUROS

 

Nuca te me acabarás, Buenos Aires

y me darás temas para rato...

hasta que el sentimiento se me haga pedazos

en tus encantadores accidentes de tráfico.

 

Pero... ésta es la antelación del canto de mañana

el preámbulo de los libros futuros

que comencé a escribir en la carne de mi hijo,

el fuerte, recio businessman de 1950.

Mientras tanto edificaré mis poemas sucesivos

con la plomada de tus nuevos edificios

y el cemento de tus futuras catedrales.

 

Disculpáme, che, ciudad, si todavía,

mi verso torcido y serruchado tiene barro en los botines.

Es la última tierra de tus excavaciones

es la raíz de ti misma, es la sangre de tus venas

   subterráneas,

es tu respiración de exudado gas en los levantamientos

y en los empastelamientos

de los futuros rascacielos,

que ya están haciendo su ademán de granito en tu cielo

   cuadriculado

en tejidos eléctricos.

 

Hasta ahora le estuve milongueando a ese cardumen

de pobres animales que te habitan,

porque, después de todo, Buenos Aires,

poné la mano en el corazón y confesáme:

¡ellos te construyeron,

con sangre de su poder y cemento de sus huesos,

y empapelaron de nuevo ante el asombrado ojo del

   forastero,

tiññendo su angustia gris y uniforme

con Neo Lux de entusiasmos...!

 

Para mañana te prometo (si me dejan)

cantarte hasta romperme en un alarido de entusiasmo,

en una pamperada de nacionalismo,

arrancando ladrillos en forma de estrofas,

e imágenes de entubamiento

y metáforas de ensambladura

para tu grandeza brutal y severa de Banco de

   Jesú-Cristo... [1]


 

Varias veces hemos afirmado en Cosas que pasan que algunas voces han dicho mucho antes y mejor lo que queremos expresar. Nicolás Olivari, en este caso, nos habla del progreso, de esa ciudad que se está transformando para mutar casas en edificios, hijos en hombres de negocios (businessman, augura el sujeto poético para el suyo, en poco más de veinte años).

Olivari, como un futbolista que pasa de Boca a River, dejó el grupo de Boedo para irse al de Florida, por fuertes discrepancias con Elías Castelnuovo y Leónidas Barletta. Decir que luego también criticó la editorial Proa, de Ricardo Güiraldes es apenas una pincelada de esta personalidad rebelde e incontenible.

En el poema que hoy citamos creemos ver cierta coincidencia con la línea editorial de este blog: en efecto, el sujeto poético le habla a “ese cardumen de pobres animales” que habitan la ciudad. Esa Buenos Aires que definitivamente está dejando de ser la Gran Aldea para entrar de lleno en la modernidad de los negocios. Decíamos hace poco que el Progresso não tem fim y mostramos de qué manera la sociedad actual se nutre de las clases menos favorecidas en términos económicos, claro, para crecer al infinito. El progreso debe tener un comienzo, ya que no fin. Y estos años treinta son un ejemplo claro de por dónde vendría la cosa: la así llamada Ley Sáenz Peña, sancionada en 1912, que establecía el voto secreto y obligatorio (sólo para hombres, conviene aclarar, deberían pasar casi cuarenta años para que las mujeres pudieran elegir autoridades), fue un primer paso hacia la ampliación de los derechos de los habitantes de la República, que hasta ese entonces veían cómo los conservadores hacían gala de un sinnúmero de triquiñuelas para llevarse el primer puesto en cada elección.

Sin embargo, este interregno democrático duraría poco, ya que en 1930 ocurriría el primer derrocamiento de un gobierno elegido por el pueblo. Con la caída de Hipólito Yrigoyen a manos del dictador Uriburu, se abre una de las páginas más negras de la historia de las clases populares en Argentina. Esta incapacidad de los derechosos conservadores argentinos se mantuvo por casi un siglo, ya que recién en 2015 un partido de derecha sería el vencedor en unas elecciones libres. (Descontamos el gobierno de Carlos Menem, ya que llegó a la presidencia desde las filas del peronismo y con un discurso marcadamente peronista: revolución productiva y salariazo)

Así, entonces, desde otra perspectiva, apreciamos que no todo tiempo futuro será mejor, o no en todos los aspectos. Hoy seguimos asistiendo al dominio de las peores prácticas dentro de lo legal para que el trabajo sea cada vez más precario, que los derechos que fueron reconocidos a lo largo de tantos años se debiliten y que las luchas de los trabajadores sean vistas como estorbos para que los grandes industriales y comerciantes se enriquezcan cada vez más a costilla del “cardumen de pobres animales” que ponen el cuerpo a la construcción de esas obscenas viviendas y torres de oficinas que luego se enorgullecen de no permitir el acceso a las personas que las construyeron.

 

Fernando

Marzo, MMXXI 

 



[1] Nicolás Olivari (1900-1966), en El gato escaldado (1929)

lunes, 1 de febrero de 2021

Bicho raro es la palmera

 



Primero pensé que la hoja nueva tenía que superar la línea de flotación de la hoja anterior para empezar a desplegarse.

Pero no.

Después pensé que las dos hojas nuevas tenían que superar la línea de flotación de la hoja anterior para empezar a desplegarse.

Pero también no.

Acotación 1: Cada temporada, cada palmera lanza al cielo dos nuevas hojas, en forma de lanza, justamente, y que luego se desenrollan para tomar su clásica forma de costillar.

Pensé, más tarde, que la palmera de acá espera a la palmera de allá para que sus hojas empiecen juntas una danza.

No.

Luego pensé que la palmera de allá y la palmera de acá están peleadas, y que les importa poco y nada lo que cada una hace con sus hojas nueva.

Ni idea.

Ahora pienso que las hojas nuevas se desenrollarán una vez que la hoja vieja se doble un poco sobre sí misma y empiece su declinación hasta ponerse por completo amarilla y caer.

No lo sé.

Tal vez sea que deban caer primero dos hojas para que luego se desplieguen las otras dos.

Tampoco lo sé.

Mientras tanto, los días pasan y las palmeras siguen su ciclo que no revelan con tanta facilidad


 

 

Fernando

 Febrero, MMXXI 






PD: El 6 de febrero, finalmente la palmera de acá desenrrolló su hoja. ahora puede bailar con la hoja anterior, cuando sopla el viento.




PD 1: La palmera de allá, envidiosa, hoy desenrrolló su hoja también.

lunes, 24 de agosto de 2020

Una casa con morrones

 Hacia el sur hay un lugar, decía la canción de Manal. Mucho han cambiado las cosas desde aquel 23 de marzo en el que publicamos "Historias vegetales". En particular, el triste final de la más grande historia de amor que alguna vez ocurrió. Pero la paciencia, que no suele ser nuestro fuerte, es lo que nos permite llegar a ver los resultados de lo que hacemos.

 Recuerdo que en un momento perdí el rumbo. Me olvidé por completo de las plantas, de regarlas, de hablarles, de dedicarles un poquito de tiempo en el día a día. Esa desesperación que sentí  cuando vi a los morrones todos mustios, vencidos por la sed y el descuido no puedo describirla aquí. Lloré mientras los regaba y les pedí disculpas por semejante desatención. Poco después resurgieron, con su verde intenso y su olor a morrón en las hojas.

 Pasaron seis meses desde la primera flor. En el medio, dimos cuenta de un morrón verde un domingo en que preparamos tacos. (A decir verdad, los prepararon los chicos, yo solamente los comí). Y aquí estamos, 24 de agosto de 2020, ya casi rojo por completo. 

Morrón ventanero
Morrón ventanero
 

Hay un par más en camino. No son muy grandes, como esos que venden en las verdulerías, pero son de cosecha propia. De plantar las semillas de los morrones comprados, de no haber creído en ellos, de que Mariela les hablara y poco después dieran flores. Y acá están, enrrojeciendo para ella también, que estuvo tan contenta cuando salió la primera flor. ¡Qué contenta estaría hoy!


Fernando

Agosto, MMXX

viernes, 24 de abril de 2020

Lecturas

Hay dos mesas paralelas, perpendiculares a la calle Bolívar. Un hombre de unos sesenta años, con pelo abundante pero que empieza a ralear en la frente, de anteojos, ha pedido un café, guardado el libro que leía y tomado el celular en el momento en que entra un hombre más joven que él, de unos treinta años, remera estampada con flores rosadas sobre el fondo negro, lleva barba y anteojos y un diario. Se sienta de espaldas al hombre que mira el celular, que lleva suéter, pantalón y camisa grises. Los dos hombres solo se parecen en que usan anteojos y leen.

El hombre mayor, cada tanto, apoya la espalda en la silla, se lleva el celular a la oreja. El joven lee la carta. Cada tanto apoya la espalda en el respaldo de la silla. La camarera le pregunta si ya decidió. Niega con la cabeza, algo nervioso. El hombre mayor mira hacia el interior del salón con cierto

hastío. Paga la cuenta. Escucha de nuevo el teléfono. El joven sigue hojeando la carta con la mirada inquieta. Va y viene por las hojas, con rapidez pero a la vez con torpeza. Le tiemblan las manos. De pronto se da vuelta y mira hacia la mesa del hombre mayor, que se ha ido. Toma el diario pero sigue la recorrida por el menú. La camarera le trae un individual de papel, cubiertos, vuelve a mirarlo, inquisidora. Él no levanta la vista, salvo cuando la muchacha quiere llevarse el diario. El joven hace un gesto enérgico para evitarlo. Por la barra se acerca el adicionista y pregunta si está todo bien. Se hace un silencio. La camarera se aparta, sin el diario. El joven sigue leyendo


Fernando
Abril, MMXX

jueves, 16 de abril de 2020

Mundo inalámbrico

Cuarentena, día 28

Hace un tiempo leí que el Premio Nobel de Química 2019 fue para tres científicos que trabajaron en la mejoría de las baterías de litio, lo que hace más rendidoras las pilas de nuestros celulares, computadores y tabletas. También coches, pero como no tengo ni tendré coche, tanto no importa. Además están fuera de target, porque de alguna manera los autos siempre fueron inalámbricos.


La Real Academia de las Ciencias de Suecia ha premiado este año a los «padres» de las baterías de ion-litio recargables, presentes en cualquier dispositivo inalámbrico actual, desde los teléfonos móviles a los ordenadores portátiles que utilizamos a diario. El estadounidense John B. Goodenough, el británico Stanley Whittingham y el japonés Akira Yoshino impulsaron la creación de una batería potente y ligera 

Esto lo pensaba mientras, por razones de confinamiento, una de mis entretenciones es ir a la terraza. A veces puedo tomar sol, otras caminar un poco, o hacer mis ejercicios de respiración (que, ahora que lo pienso, no hice hoy). Otras veces me dedico a intentar sacar fotos que no parezcan en el medio de la ciudad, donde puedo verles las espaldas a algunos edificios y casas. Muchas casas, incluso la que habito, tienen pintura por delante y nada por detrás, lo que las afea bastante.


Otra cosa que hago es sacarles fotos a dos árboles que están hacia el norte, uno sobre mi vereda y otro en la de enfrente. El del lado de aquí se puso amarillo hace tiempo. Entonces pensé en hacer un álbum que se llame "Llega el otoño". Así es que cada día les saco una nueva imagen a ver cómo va cambiando. Pero para eso tuve que buscar un ángulo donde salieran la menor cantidad de cables posible.





Y ahí fue que pensé en este infausto artículo, que no va más allá de mostrar que tanto Wi-Fi está lleno de cables por todas partes.

En fin, querido lector desprevenido, a estas alturas ya tendrías que haberte avispado un poco. Pero no hay caso, las cosas son lo que son.




¡Salú!

fernando
abril, MMXX

lunes, 6 de abril de 2020

Tomate Rebellion


Hace poco más de un año, el mundo era bastante diferente: volvíamos de vacaciones, había cortes de luz por la ola de calor, los docentes pedían apertura de paritarias y el peronismo comenzaba su proceso de unidad. También  nos encontrábamos con la sorpresa de que una planta que parecía un yuyo, resultó ser una de tomates. Las semillas que dije que iba a guardar no germinaron, como tampoco las que usé de los tomates comprados, según queda dicho en la nota anterior. 


Pues bien, he aquí la planta de tomate que creció sin plantar. También hay lechuga, es cierto, que sí planté. Y que ya comí, junto con rúcula y albahaca que viven en el departamento de enfrente. El sabor y el olor que tienen son increíbles. Uno se queda pensando en todas las porquerías que nos hacen comer.
 





También pienso en todo el trabajo que lleva hacer crecer estas plantas, y el trabajo que lleva hacer crecer las que no se plantan, porque la verdad es que si quisiera hacer una ensalada de mi propia huerta, no me alcanzarían las hojas. Salvo la albahaca, que crece y crece, a las otras les cuesta más. No sé si será por el sol (mucho o poco), por la tierra, o qué otra cosa. Así que me dedico a los tomates, que parece que una vez que arrancan, van solos. Hoy les hice un cambio de escenario, y les puse por detrás un pallet para atarlo con uno hilo sisal así no se caen, y no para que no se escapen como podría pensar el lector desprevenido.



Albahaca - Rúcula


Tal vez planté semillas de ensalada, chi lo sá!
Tal vez este patio esté predestinado a dar tomates. Un patio tomatero, podríamos decir.






















Fernando
Abril, MMXX

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