|
Salvador Dalí - "Espacio-tiempo blando" - Reproducción
|
The sun is the same in a relative way, but
you're older
Shorter of breath, and one day closer to death
Pink Floyd – “Time”
El sol es el mismo, de alguna
manera, pero sos más viejo
Tu respiración es más corta, y
estás un día más cerca de morir
(Trad.: Fernando Berton)
Hay por lo menos dos maneras de ver el futuro: esperar
que pasen ciertas cosas para estar bien, o esperar que pasen ciertas cosas para
estar mal. ¡Ah!, qué fácil lo suyo, dirá el viejo lector desprevenido. Y sí,
uno a cierta altura del partido intenta no complicarse mucho la vida. Pero bueno,
veamos qué es todo esto.
Según David Eagleman, neurocientífico de la
Universidad de Stanford, lo que distingue al cerebro humano de otros animales
frente a un estímulo es la capacidad de demorar la respuesta. Por ejemplo, si a
nuestro gatito, que ha estado maullando por un buen rato, le ofrecemos un plato
de comida, lo que hará es ir directamente a comer, y lo hará lo más rápido que
pueda. Una y otra vez.
Un humano, en cambio, tiene la capacidad de sentir
hambre, pensar qué quiere comer, preparar ese plato de acuerdo a la receta que
tiene y luego sí sentarse a comer. Así también los humanos tenemos la capacidad
de imaginar algo donde solamente hay pasto, y al cabo de un tiempo hacer un
edificio, un estadio o un templo. Es decir, tenemos la capacidad de modificar
nuestro entorno para hacernos de un lugar donde guarecernos de la lluvia, del
calor, y de cualquier inclemencia del tiempo en general.
Ahora bien, esta capacidad de los humanos para
hacernos de un lugar mejor donde vivir crea, al mismo tiempo, necesidades. En
efecto, hoy por hoy si una persona no tiene una casa, o vive en la calle, se la
llama “homeless”, sin hogar. Acá en Argentina decimos personas en situación de
calle. Decíamos en nuestro artículo “Situación de sueño” que este es un eufemismo para decir "personas que viven en la calle", o que no
tienen casa, que son pobres, etc. Pero no es ese el punto aquí, sino que
nuestro punto de vista es que es imprescindible tener una casa, un departamento
o aunque más no sea una construcción precaria donde vivir. De lo contrario
entramos en lo peor de la sociedad.
Así, entonces, muchas personas corremos detrás del
objetivo de la casa propia. Y ahí ponemos nuestro plazo fijo de felicidad:
cuando tenga mi casa voy a ser feliz. Esto, entonces, puede imponer sacrificios
bastante grandes: para no gastar mucho, se dejan de lado otras necesidades como
salir de vacaciones, tener un auto, ir al cine, comprar ropa, cenar afuera y
tantas otras cosas. Lo primordial es la casa.
Pero como este hay un sinnúmero de situaciones que
hacen que no podamos disfrutar del presente en pos de un futuro mejor. Podemos querer
que todos piensen como nosotros, que no haya embotellamientos de tránsito, que
no haga mucho frío ni mucho calor, que no aumente la nafta ni la carne, que
comer un asado no provoque cambio climático, que gane Boca, que pierda Boca,
que Gardel cante cada día mejor o que no llueva ni cuando salimos de casa o de
la oficina, después que llueva cuando quiera.
Es muy frecuente escuchar ese tipo de deseo. Son los
que llamamos “futuristas” (que no tienen nada que ver con aquellos artistas de
la vanguardia rusa e italiana de comienzos del siglo XX), sino que ponen su
felicidad en un futuro promisorio. Hasta que un día, como dice la canción
citada al inicio, descubren que están viejos, que sus hijos no los llaman por
teléfono, que sus ex esposas crecen en número cada tanto y que la señora de la
guadaña pasa por la esquina pispeando a ver si lo encuentra desprevenido una
tarde.
Por el otro lado están aquellos que teniendo bonitos
planes para las vacaciones, el viaje de fin de semana, el asadito del domingo,
siempre le encuentran la quinta pata al gato y se preocupan porque puede
aumentar el dólar y entonces el viaje les saldrá el triple o más, que el fin de
semana va a llover, que el asado puede salir chamuscado si lo cocina el petizo Aniceto
que siempre le manda demasiada mecha, etc. Estos, que a priori tienen todo para
pasarla bien, se las ingenian para amargarse. Pero, como decíamos, de un modo u
otro no aciertan a encontrar el lado amable de las cosas. Así es que van por la
vida esperando imposibles o temiendo que pase lo peor.
El tema es que, cuando se cruzan, pueden ocurrir
enormes bataholas. Vean, si no, los programas de panelistas.