Un taladro interrumpe la tranquilidad buscada, aunque no es
tan grave si se mantiene cerrada la puerta. Sol en la ventana y la sombra de la
mano en el papel. Deseos de dormir, salir de paseo, compartir una charla. A mitad
del párrafo, notar que no se sabe bien de qué se habla, que es puro placer de
escribir, aunque no sea mucho, ni el placer ni lo escrito. Es romper con la
inercia del escritorio y de la pantalla, búsqueda de un momento apenas
distinto. (Ahora se suman al taladro unas explosiones, seguramente de una
protesta sindical). No hay mucho más para decir aquí. La mente está en calma,
en un punto aparte por ahora.
El taladro se apagó, y ya pedí la cuenta.
Junio, 2019