Hace ya tiempo que
tiene decidido suicidarse. Si no lo hace es porque no le está saliendo bien la
carta de despedida. Ha leído varias notas de otros suicidas y no sabe bien qué
pensar. La mayoría dice que ama a los que quedan. Pero sabe que eso es mentira.
Si está por suicidarse es porque ya no tiene la capacidad de amar.
Ni siquiera puede
echarle la culpa a todas las desgracias que ocurrieron alrededor en los últimos
dos o tres años: se quedó sin trabajo, murió su madre, le robaron el auto
cuando quiso venderlo para poder seguir viviendo mientras conseguía un nuevo
empleo, el perro se escapó y su pareja desapareció una noche después de bajar
del tren. Le había mandando un mensaje para avisar que ya estaba por tomar el colectivo.
Nunca más se supo nada. La policía buscó y buscó, pero no hubo caso. Nadie vio
nada. Estuvo semanas esperando que volviera. Llamó y llamó por teléfono, pero
no hubo respuesta. Hasta que ya no pudo llorar más.
Pero nada de eso
justifica su suicidio, no. Lo único que lo justifica es la tristeza que lleva
dentro desde mucho antes de todas esas cosas. La tristeza más grande es
pertenecer a una especie capaz de ser tan contradictoria. Los humanos han hecho
cosas increíblemente bellas y deplorables a la vez: pirámides, murallas,
rascacielos. Todas con millones de obreros ya esclavizados, ya mal pagos. Y vaya
a saberse cuántos miles han quedado sepultados en los cimientos, o
incapacitados para pegar un ladrillo, sus vidas estropeadas para siempre, peor
a trabajar por un salario de hambre. Se ha maltratado a poetas y directores de
cine solo por el gusto de hacer una crítica feroz para que todos digan “qué
crítico tan incisivo y áspero”. Pero la peor desgracia de todas, le parece, es
haber terminado una guerra espantosa con dos espantosas bombas nucleares. Eso es
definitivamente imperdonable. Tanto como todos los muertos anteriores. O tal
vez peor, porque se suponía que estos venían a cuidar a la humanidad del horror
de las naciones del Eje. Cada vez que escucha hablar del mundo libre le da una
náusea, le queda un gusto amargo por esa expresión que supuestamente refiere a
países donde las personas pueden ir y venir, subir o bajar según les dé la gana
pero solo si consiguen el dinero suficiente para pagar la entrada a los lugares
a los que ir, venir, subir, bajar.
"Yo quería hacer
demasiado. A pesar de que vivo, no estoy realmente viva. No quiero decepcionar
a nadie. Es bueno tener dinero... yo quería hacer dinero." Eso dice la
nota de Lee Eun Joo, una actriz coreana que se mató cuando había saltado a la
fama. Le recuerda al argumento de un cuento que Chéjov no llegó a escribir, que
trata de un hombre que va al casino, gana mucha plata, se quita la vida. Piensa
que algo de eso hay, que a pesar de estar con vida no lo está realmente. Tampoco
es un zombi, o un vampiro. Pero se nota que Lee Eun está confundida. Al menos
en lo que escribió para despedirse. Como las notas que no le salen y que le
impiden suicidarse, piensa.
Tal vez esa sea la
verdadera causa para morir: no poder escribir una buena nota de adiós, no poder
dar cuenta de lo que le pasa interiormente. La nota tiene que ser contundente,
quien la lea no debe tener ninguna duda. Al finalizar debe decir “claro, no es
para menos, ¿cómo es que llegó hasta acá?”
“Simplemente no sería
justo ni para mí. Simular que me lo estoy pasando el 100% bien sería el peor
crimen que me pudiese imaginar”. Eso escribió Kurt Cobain. También le parece
una excusa de lo más banal. Tiene que haber algo más profundo, algo del orden
de la desesperanza, del no poder remontar el día. Pero no fingir. Todos alguna
vez han tenido que hacer de tripas corazón y hacer creer que está todo bien
cuando por dentro todo se desmorona. La muerte de su madre, por ejemplo. Pasado
un tiempo tuvo que empezar a decir que estaba mejor, cuando en verdad se sentía
desfallecer. Las personas no aceptan la tristeza mucho tiempo, entonces
empiezan a decir lo que hay que hacer. “Tenés que salir”, dicen, “distraerte un
poco, pensar en otra cosa”. Sí, claro, como si fuera tan fácil salir a
distraerse de la muerte de la madre. “Hola, ¿cómo te llamás?, yo vengo acá para
olvidar la muerte de mamá”. O algo parecido. Pero no es eso, no. Es que en
realidad los otros se incomodan al ver a alguien triste por mucho tiempo. No
pueden comprenderlo. Si se matara así nomás, sin dejar una nota definitiva,
todos dirían “¿pero cómo puede ser, si hasta la semana pasada hacía chistes y
se reía como siempre?” Y claro, sí, hacía chistes y se reía, y podía disfrutar
de un libro y de una película y también de ponerle garra cuando no quedaba
otra. Pero debajo, o a un costado, de todo eso está la pena, la mueca de dolor,
el saber que ya nunca será como era con esas personas que ya no están. Que tendrá
que inventarse conversaciones y situaciones fantasmales. Y de persistir en esos
intentos hasta creerían que habría enloquecido, al punto de chismear en los
negocios “pobre, no le llega agua al tanque”.
Pasan los días. La nota
sigue sin salirle. Después de todo, dice, ¿a quién le escribo? Ya no están las
personas que amé. Mis hijos ya no me necesitan, tienen sus vidas hechas. El gato
ya está viejo y algo sordo y no podría soportar otra pérdida. “A pesar de que
vivo, no estoy realmente viva “, dijo Lee Eun Joo. Claro, es eso: vive, pero no
tiene vida. Todas son excusas y distracciones para escaparle al dolor, a la
pena.
“Viví hasta acá. Ya fue
suficiente”, escribe. Y firma.
Fernando
Junio, 20MMII