Julia se levanta para atender el teléfono. Una voz metálica, que ella no reconoce, le pide que se acerque a la puerta de calle. Julia va. Por la mirilla no ve a nadie. La voz le indica que debe tomar la carta del piso. Julia da un salto cuando ve el sobre deslizarse por debajo de la puerta.
La mano tiembla al levantar la nota. Rasga el sobre. Lee. Da un golpe a la puerta y se sienta en el sillón. Llora desconsoladamente. Se calma pasados unos momentos. Agarra el celular y llama. Se corta. Vuelve a marcar. Nadie atiende.
Vuelve a leer la carta. No ha llegado a la mitad cuando grita, llora, se desespera. Rompe la carta en mil pedazos y se deja caer en el sillón, exhausta.
Después de un tiempo que no puede precisar, se despierta al escuchar truenos y la lluvia que cae a plomo sobre el techo. Julia toma un cuaderno y una lapicera de la mesa ratona. Garrapatea unas líneas con vigor. Se levanta. Agarra el piloto que está en el perchero, se lo pone. La lluvia es menos intensa pero incesante. Abre la puerta de calle y se dispone a salir.
Fernando
Octubre, MXXII
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