Y yo te digo ¡ey!, bancáte ese defecto
No es culpa tuya si la nariz no hace juego en tu cara
Charly García
El mayor peligro por el que atravesamos en este, pero casi
diríamos en todos los tiempos, es el supremacismo, que viene a ser la tendencia
a pensar que alguien, un individuo, un grupo, una cultura o un club de fútbol,
es mejor que los demás. Creer que los blancos son mejores que los negros, que
los altos son más ganadores que los petisos, que los ingleses son mejores que
los franceses y los franceses que los belgas, que los de Independiente son
mejores que los de Racing y así.
La muerte de D10S produjo en estos días un cimbronazo en los
feminismos. Esto no debería sorprendernos, Maradona nos tenía acostumbrados a
provocar grandes movimientos, aunque parece mentira que divida aguas en las
feministas. O tal vez no, como seres humanos, las feministas y los feministos
no están exentes de las grandes discusiones y divergencias que aquejan a todos
los mortales. Mabel Burin, en su artículo “Reflexiones sobre el feministómetroen el colectivo feminista argentino”, nos dice que la cultura de la
cancelación, similar a una cacería de brujas, “muestra una notable dificultad
para aceptar la complejidad y los variados matices de las vidas
contradictorias, promoviendo un achatamiento como pensamiento único”. Que en
este caso se grafica en las amonestaciones que ciertas feministas les hacen a
aquellas que se permitieron derramar una lágrima por el fallecimiento del
Diego. Ahí, entonces, encontramos un caso de supremacismo: las que no lloran a
Maradona son más feministas que las que sí.
Esto, nos parece, es un claro ejemplo de cómo se achican los
espacios no para jugar al off side,
sino para no pensar a la persona en su totalidad. (Aclaremos que aquí no se
trata de defender ni de atacar a Maradona, sino de ver cómo se produce el
fenómeno de la supremacía). Desde Jekyll y Hyde en adelante, tenemos suficiente
literatura para mostrar que las personas no son totalmente buenas o totalmente
malas. Y ahí es donde aparecen los personajes redondos, esos que se van a
transformar, que no sabrán bien quiénes son. Y esto es así porque una novela,
básicamente, lo que viene a contar es la evolución de un personaje, para bien o
para mal, pero nunca para quedar como estaba al principio. Gran ejemplo es La naranja mecánica (A clockwork orange),
de Anthony Burgess, que nos cuenta la evolución del protagonista, Alex, que es
sometido a violentos métodos para modificar su personalidad. Otro claro ejemplo
de supremacismo: los adultos saben más que los jóvenes y tienen el derecho a
formarlos. O re. O de.
Entonces, cuando un sector de la sociedad triunfa e impone
al resto sus principios y creencias, se produce de alguna manera un caso de
supremacismo. La aparición, según hemos citado, de un “Feministómetro” nos
resulta, a la vez que un hallazgo léxico que celebramos, una gran alerta.
Creemos, como tantas, que la revolución será feminista o no será, pero hay que
cuidarse mucho de no caer en estas tendencias a la supremacía, a la pretensión
hegemónica. De lo contrario, nos ocurrirá lo mismo que a los proles o los
esclavos de 1984, que pasada la
revolución, solamente tendrán que decirle “amo” a alguien diferente.
Fernando
Diciembre, MMXX