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miércoles, 15 de septiembre de 2021

La única verdad es la posverdad

 

Caos, virus, calma; Páginas de Espuma


Nuria Perpinyá en la introducción de su ensayo Caos, virus, calma, nos dice “La civilización humana ha florecido gracias a su pensamiento creativo. Su imaginación matemática le ha ayudado a conocer mejor las estrellas. Y sus sueños literarios nos llenan de felicidad. Ahora bien, cuando se trata de política, las invenciones no son tan bienvenidas. Dar rienda suelta a la fantasía y hablar sin fundamento no es aconsejable cuando analizamos la economía de un país; o cuando, en lugar de tomar medidas para frenar una epidemia, unos políticos consideran que no hay que tomar ninguna porque en su país las cosas no cambiarán”.

 

No se asuste, querido lector desprevenido, si cree que la autora está reflexionando fuera del recipiente, como diría Marcos Mundstock, porque luego nos aclara que “Las calamidades no vienen solas sino que arrastran lacras harto conocidas como la demagogia o el negacionismo: negar que existió el holocausto; negar que las vacunas son útiles; negar el cambio climático, etcétera. Antes, la ignorancia avergonzaba; hoy, no tanto. Y menos, convertida en arma política. Confiemos que las cepas refinadas resistan a la ignorante y devastadora posverdad. Y que alétheia, esa verdad griega que brotaba y se imponía de forma natural, siga aleteando”.

Umberto Eco dice algo similar, que en su juventud las personas querían destacarse por ser el mejor futbolista, la mejor cantante o bailarina. Hoy, con tal de salir por la tele a nadie le importa parecer un cornudo, un tonto o una prostituta.

Estas cosas no son nuevas. Veíamos en el artículo “Adivinanzay medios de comunicación”  que ya hace bastante que los diarios son un dechado de imposibilidades e inmundicias.


 

Sin irnos tan lejos, allá por los años ’50, Flannery O’Connor nos muestra cómo, en el cuento “El barbero”, un profesor universitario se la ve en figurillas para enfrentar los argumentos pre fabricados que el barbero enuncia de forma automática, y que el profesor Rayber considera que eso no es pensamiento. Y se siente un imbécil porque no puede responderles con la misma facilidad, debe escribir un breve texto para argumentar por qué votará al candidato demócrata y no al republicano. Y todos se le ríen en la cara.

Por su lado, Cecilia Pavón, en su cuento “Swedendorg vs. Kant”, también hace hincapié en esta cuestión, al poner a Marisol como una intelectual arrogante. 

“Swedendorg vs. Kant”, en Los sueños no tienen copyright; Blatt & Ríos


 

En suma, a lo que queremos llegar con todo este fárrago de ideas y citas es que para la política tradicional del discurso y la argumentación la situación está más que difícil. Así como el consumo masivo de productos, el pensamiento también es prét-a-porter. Entonces, cuando las personas cada día tienen menos tiempo para pensar, o solamente pueden pensar en cómo salir de su miseria o aprietos económicos porque el sueldo no alcanza para nada, pedir reflexión es una de las mejores utopías que cada vez suenan como más imposibles.

Volviendo a O’Connor: “Unas escuelas mejores –dijo Rayber, indignado– beneficiarían a todos”. Tal vez por eso las escuelas siguen con su eterno déficit de infraestructura, los maestros ganan muy poco y tienen que tener varios cargos como para tener una vida medianamente digna: generar pensamiento crítico en los alumnos es la peor inversión que puede hacerse para sostener este modelo de consumismo exagerado.

Un pueblo crítico quizás no esté tan a favor de eso. Solo tal vez.

 

Fernando

Setiembre, MMXXI

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