Hacia
el día tres del viaje la idea es que nada pueda detenerme [1], por más reformulaciones
o recálculos que uno deba hacer. Después de todo, la idea es ser flexibles. Que
se rompa pero que no se doble, podría argumentar alguien más. Y la verdad es
que a esta altura del partido no sé muy bien si quiero doblarme, romperme o
desaparecer.
La
cabaña es espectacular, y almuerzo en el patio. Se escucha el viento en los
árboles y unas cañas que cuelgan en la punta hacen su concierto. Ruedas se ha
portado muy bien hasta ahora, y descansa. Los tábanos (o, mejor dicho, tábanas),
no descansan, y consiguen que deba meterme en la casa.
Sombras chinescas |
En
el dormitorio hay algunos libros. Y leo:
Al principio, cuando era joven, creía que uno tenía que inventarlo todo, que todo tenía que proceder de la imaginación. Me costó mucho comprender que era al contrario, que en la realidad es donde están las posibilidades para escribir.[2]
De
ahí, supongo, debe venir la realidad virtual que está tan de moda en estos
tiempos. Imagino vidas imaginarias, como Marcel Schwob. Imagino libros
imaginarios, como Ariel Idez. Imagino biografías contadas durante años y años,
como Piglia. Imagino una fauna y una flora y una pampa que se encuentran en un
punto impropio como paralelas que se cruzan, o luces opacas que no aclaran,
porque oscurece. Imagino una linterna negra de la que salen imágenes
incandescentes, que no podrán ser reveladas por más que las bateas tengan las
mezclas exactas.
Pampa Húmerda |
Entonces
ocurre el milagro: la tarde exangüe exhala sus últimos suspiros. Un brazo del
Río Salado se presenta frente al turista despreocupado (que, aclaremos
rápidamente, nada tiene que ver con el lector desprevenido) y lo pone en un
estado similar al satori, al nirvana, o bien al ensueño. No importa demasiado cuál de todos. Lograr el descanso de
la vorágine que durante trescientos cincuenta y un días ocupa nuestro
pensamiento, la presión sobre los hombros, los dolores de cuello. Todo eso
ocurre al tercer día, con sus implicancias místicas, ciertamente, pero que no
son otra cosa que casualidad. O tal vez no, y entonces el señor de barba (que
no es durán) se siente en su reposera a mesarse un poco los pelos y pensar que
pobre, que alguna vez vendrá con el equino exhausto, a gritar que cree en
dios-padre-todopoderoso por su culpa por su culpa etcétera. Y entonces se le
dará un wild card o waiver y creerá que todo bien. Pero arderá en los confines
antes de estar sentado a la derecha.
La
tarde se ha llenado de frutillas, y es momento de trazar línea, dar por
terminado este día.
* * *
El círculo - Oscar Cerruto
"No se atrevió a referirles su extraña experiencia, temía que lo tomaran a risa. Peor aún, temía que le creyeran."
Río Salado - (O algo parecido) |
Day # 3 - marzo, mmxvii
[1] El
lector desprevenido deberá imaginar la canción de Queen, Don’t stop me now: https://youtu.be/HgzGwKwLmgM
[2]
MONTERROSO, AUGUSTO; Entrevista en Cuentos
Latinoamericanos; Coedición, Bogotá; 1992; Pág. 125
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