O golpeados, mejor; magullados los cuerpos y las almas por la vida de escaseces que nos toca. Cada vez, al cobrar el sueldo, nos parece que se acabaron las penurias. Cada vez, al pagar la última cuenta, vuelve esa sensación de furia al sentir que las mejores horas de nuestro día, los mejores años de nuestra vida los dedicamos a un patrón que nos paga un salario de hambre y nos exige como si fuéramos millonarios.
Y aún así, somos capaces de sonreír, de tener ganas, de amar. Aunque todo indicaría que no, que hay que estar tristes, no tener sueños ni siquiera, ¡qué esperanza!, esperanzas. Sonreímos esas mañanas heladas en las que hay que tiritar vaya a saberse cuánto hasta que se digne a venir el colectivo.
A pesar de todo no estamos rotos. Estamos maltrechos, sí, cansados y sucios por el trajín, pero nuestra moral está intacta. Y así se llegamos a un abrazo ansiado que, no sabemos por qué, se demora tanto.
Fernando
Setiembre, 2025
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