Uno no debería involucrarse sentimentalmente con los personajes.
Ni con los que escribe ni, ¡mucho menos! con los que lee.
Porque te hacen sentir. Por ejemplo, que te preguntes ¿qué has hecho de tu vida, Erdosain?
O que quieras creer que todo es o no es según lo que diga la gente.
Que te sientas triste porque sabés que esa madre no está loca -aunque sabe que lo parece- y que lo único que quiere es traer a su hijo de vuelta de esa subrrealidad en la que ha caído.
Puede ocurrir, también, que sufras como un desgarrado antes de la final del mundo al ver al escuálido caballero arremeter con toda su alma contra esos fantasmas aspaventosos que se le ríen en la cara mientras solamente muelen harina y vaya a saberse qué otras cosas.
Tal vez tengas el espantoso sabor de la lana en la boca mientras doce pisos.
Quizás sea un Carlos Oribe que pide a gritos, en un involuntario endecasílabo, que no lo olviden, que no lo olviden.
Pero es inútil, un niño necesita ver solamente un gato para saber que es un gato, y se necesitan un millón de palabras para explicar los leones, los tigres, los guepardos, la cadena alimentaria, los depredadores, la sabana, la cadencia de los cocodrilos mientras comen en el agua al primer ñú que se atrevió a cruzar el río Mara-
Por eso es mejor no involucrarse con los personajes.
Suelen representar un gran peligro, una orda de sentimientos que te atacan por retaguardia, de este a oeste y de noche y de mañana. ¿Y qué podría uno hacer con tanto sentimiento junto?
Saltar al Mara.
Cruzar el Zambeze.
Tomar un globo aerostático y cruzar de sur a norte el Serengueti.
Subir al vagón de cola del Tren Azul y que el tiempo te lleve a un lugar sin espinas, donde no se te clave en la lengua el último beso que podés recordar.
Eso sería.
Recordar.
Sin dolor. Sin rencor.
El tiempo vuelve a pasar,
y ya no hay primavera.
agoberstofermmxvitonnando
Ni con los que escribe ni, ¡mucho menos! con los que lee.
Porque te hacen sentir. Por ejemplo, que te preguntes ¿qué has hecho de tu vida, Erdosain?
O que quieras creer que todo es o no es según lo que diga la gente.
Que te sientas triste porque sabés que esa madre no está loca -aunque sabe que lo parece- y que lo único que quiere es traer a su hijo de vuelta de esa subrrealidad en la que ha caído.
Puede ocurrir, también, que sufras como un desgarrado antes de la final del mundo al ver al escuálido caballero arremeter con toda su alma contra esos fantasmas aspaventosos que se le ríen en la cara mientras solamente muelen harina y vaya a saberse qué otras cosas.
Tal vez tengas el espantoso sabor de la lana en la boca mientras doce pisos.
Quizás sea un Carlos Oribe que pide a gritos, en un involuntario endecasílabo, que no lo olviden, que no lo olviden.
Pero es inútil, un niño necesita ver solamente un gato para saber que es un gato, y se necesitan un millón de palabras para explicar los leones, los tigres, los guepardos, la cadena alimentaria, los depredadores, la sabana, la cadencia de los cocodrilos mientras comen en el agua al primer ñú que se atrevió a cruzar el río Mara-
Por eso es mejor no involucrarse con los personajes.
Suelen representar un gran peligro, una orda de sentimientos que te atacan por retaguardia, de este a oeste y de noche y de mañana. ¿Y qué podría uno hacer con tanto sentimiento junto?
Saltar al Mara.
Cruzar el Zambeze.
Tomar un globo aerostático y cruzar de sur a norte el Serengueti.
Subir al vagón de cola del Tren Azul y que el tiempo te lleve a un lugar sin espinas, donde no se te clave en la lengua el último beso que podés recordar.
Eso sería.
Recordar.
Sin dolor. Sin rencor.
El tiempo vuelve a pasar,
y ya no hay primavera.
agoberstofermmxvitonnando
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