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viernes, 14 de agosto de 2020

Leyden Ltd.

 

Leyden Ltd. - Eterna Cadencia - 2019


Lo poco que sabemos del texto perdido de Leyden Ltd.  es que tiene, o tuvo, al menos 467 páginas según se refiere en el índice temático, divididas en seis capítulos:

Cap. 1: Una serie de sobres lacrados 

Cap. 2: El chico de la vereda de enfrent

Cap. 3: Los niños del siglo

Cap. 4: Un claro en el bosque

Cap. 5: El azar de un plan perfecto

Cap. 6: Un centro sin márgenes

Y una enorme cantidad de notas al pie (550 en total). Cuando alguna vez elogiamos los elementos paratextuales de Katsikas, de Pedro B. Rey (Leteo, 2016), no imaginamos que alguna vez nos encontraríamos frente a una obra como la de Luis Sagasti donde, lejos de ser información prescindible, las notas forman el libro pues no tenemos “texto principal”. Es decir que todo el tiempo tenemos que tratar de reconstruir a qué hace referencia cada una de las notas.

Encontramos algunas claves:

Pag. 67: “Ese tipo de coincidencias buscaba Wilkes, las que concluyen allí, las que sin ser siquiera curiosas pueden abrir algún tipo de sentido”. (Nota 15) Menciona, por ejemplo, que Gardel no conoció el obelisco.

Pág. 69: Hay una fotografía del cuadro Lluvia, vapor y velocidad, de J. M. William Turner. Comparado con El ferrocarril, de E. Manet, notamos que en ambas pinturas no están los objetos a los que refieren.

Pág. 74: la nota 55 como posible explicación al libro. Citamos un fragmento:

La forma sola, sin contenido, sin revelar otra cosa que sus propios pliegues, encontrar gratas las simetrías, las proporciones, no es una verdadera hazaña habida cuenta de que son esas las medidas de lo salubre, de lo que en definitiva es alimento o reproducción.

Leyden Ltd., creemos, es un texto muy cortazariano, que todo el tiempo ponía al límite las formas. Baste recordar “Nadando en la piscina de gofio”, en Un tal Lucas, donde el texto principal nos lleva a la nota al pie que termina en la palabra siguiente a la que contiene la nota; o el capítulo 34 de Rayuela, que intercala dos textos en uno, y además hace coincidir lo dicho en uno con lo dicho en el otro en el mismo renglón.

En definitiva, este libro nos obliga a hacer de detectives, no podemos quedarnos quietos leyendo capítulo a capítulo sencillamente porque no los hay, solo están los títulos. Como en los cuadros de Turner o Manet, todo es borroso. Y cuando parece que le encontramos la vuelta, se nos escapa otra vez. Como cuando una de las tantas notas se parece sospechosamente a un micro relato. Entonces pensamos que la cosa va por ahí. Pero no, porque a continuación nos dice que ni Buda ni Cristo conocieron el mar.

Así es todo. Podría pensarse que es un engendro. Y tal vez lo sea, pero de lo más entretenido. Mientras tanto, la vida de Paul Wilkes, presunto líder de la supuesta organización (¿artística?, ¿política?, ¿ambas?) Leyden Ltd. pasa frente a nuestros ojos de manera fragmentada con información variada pero generalmente escasa. Así que a estar atentos, porque de cualquier manera se pueden detectar temas, como que cada capítulo tiene su lógica. Pero hay que estar con el buscador a mano para determinar la veracidad o no de ciertas informaciones que se nos brindan.

 

 

Fernando Berton

Agosto, MMXX

viernes, 10 de abril de 2020

Que parezca intencional


Para Marie, que sigue en su viaje


Cuando leemos el poema “El accidente”, de Christian Kupchik, los commuters nos preguntamos qué nos quiere decir este poema. Sabemos que existen términos formalizados para hablar de los accidentes ferroviaros: “arrollamiento” es uno de ellos, pero el más elaborado “colisión con persona” es bastante más frecuente. “Se informa al público usuario que los servicios eléctricos se encuentran suspendidos hasta nuevo aviso por colisión con persona en la estación Barobé”.

Pero aquí lo que encontramos es la palabra del yo poético arrollado por el tren. Nos cuenta, a poco de haber acontecido el hecho, sus percepciones. Se centra, en principio, en el maquinista, que le jura su inocencia, que es un padre ejemplar. Y así charlan, hasta que la traición de una linterna los descubre, y el motorman echa a correr, luego de asesinar las arrugas de su traje.


Hay, como vemos, o intuimos, un cierto espíritu narrativo en estos versos. No se quedan en el mero ocultar del sentido, saber que “los procedimientos poéticos consisten en oscurecer la forma, en aumentar la dificultad y la duración de la percepción”, según dijera Shklovski. No, acá se nos cuenta un hecho frecuente, incluso a veces cotidiano.

¿Cuál es, entonces, la sorpresa, y cuál el ocultamiento a que apela “El accidente”? La cuestión es que el hecho, la “colisión con persona”, está contada por la persona, y no por los altavoces de la estación de ferrocarril. Es el propio accidentado que nos cuenta su desgracia, a poco de haber ocurrido: “Acabo de ser arrollado por un tren”, nos dice en el primer verso. Con tranquilidad y exactitud, nos lo dice. No apela al golpe bajo de decir cosas como “oh, qué horror, me atropelló un tren”. No, simplemente, con frialdad policial, nos dice que fue arrollado por un tren. Y luego se despacha con las emociones del maquinista. 

Hasta aquí, todo está a la vista: el arrollado, el maquinista, alguien que toma su cuerpo destrozado y lo deposita en un catre. No hay ocultamiento. Sabemos todo lo que pasa. Hasta que nos encontramos con estos versos:

El carbón cruje bajo sus botas holgadas.
Una humedad en el bigote lo delata.
Sus lentes sueñan en los durmientes.

Es aquí, nos parece, donde se debate el poema: ¿qué delata la humedad del bigote? ¿Por qué echó a correr cuando la linterna “los hizo evidentes”? ciertamente que atropellador y atropellado estaban protegidos por la noche. Presumiblemente el maquinista apagó el reflector de la locomotora luego del atropellamiento. Y es así que se pone en duda su murmurada inocencia: echa a correr, tropieza y sus lentes caen entre las vías.

Pero claro, la agonía se hace irremediable, y no queda tiempo para saber más. Es este hecho luctuoso lo que está puesto ante nuestros ojos, y lo que se oculta es la tragedia cotidiana del viaje inconcluso, brutalmente interrumpido por la furia del convoy. 



Y nos queda flotando, también, una pregunta que en general no hacemos: qué es más cruel, ¿la realidad o la literatura? Cuando pensamos en determinadas tragedias cotidianas, nos damos cuenta de que muchas cosas no tienen explicación. Que hacer literatura con ellas es nada más que una forma de escaparle por un momento a la desgracia de no tener respuesta para las cosas que nos pasan.


Fernando
Abril, MMXX

domingo, 15 de marzo de 2020

Un poema de novela


Hace muchos años, en un taller literario al que asistí, nos pidieron agregar los signos de puntuación al monólogo de Molly Bloom. De allí, tal vez, me quedó una cierta capacidad para leer entrelíneas.

Tiempo después, mi musa inspiradora Cairíope me reveló el arte de anotar, subrayar y resaltar los libros. Esto, a medida que los años pasan, hace que aquella capacidad de la juventud resurja. O no se vaya del todo, ¿no?, algo así como tomar medicación para la EPOC. Lo que esto provoca es la aparición de frases encerradas en otras. Que a veces, incluso, estas sub frases, por así decir, niegan la frase principal.

Y, claro, al leer Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino, me quedó como una costumbre de leer los índices de corrido.  Como dice José Viñals acerca de sus Éufrates y Tigris, algunos índices son bastante aburridos y previsibles. La única sorpresa que podríamos encontrar es que una edición puede tener un capítulo final distinto a otra edición. 20 en Estados Unidos y 21 en Inglaterra, por caso, en La naranja mecánica, de Anthony Burgess.

Y hablando de Inglaterra y de gauchos (el lector desprevenido podrá objetar que no se habló de gauchos aquí. Diremos que sí, que tiene razón, pero ¿se puede hablar de Inglaterra sin que estén implicados, acaso elididos, los gauchos?) es que me apareció ante los ojos un poema oculto en Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara. Un poema que rompe la tradición de la gauchesca, ciertamente, como para alejar el tedio.
Aquí les dejo, entonces, el resultado

Índice

Fue el brillo, la carreta, los cimientos en el polvo
la China no es un nombre, todo era otra piel
sobre mi piel
bajo el imperio
de Inglaterra, mezclados los dragones
con mi pamapa
A merced de los caranchos
me hundí en la bosta
absorta como estaba
La luz mala
es luz
de hueso
Vos me curás, señora, tenquiu, a fuerza de fuerza
Eso también se come
y se bebe
con scones
(La ciencia inglesa)
Se quedaban suspendidas en el aire
sellamos animal
por animal
sino de gaucho
Quemaba puentes un profeta del pincel
Esta versión que ofrecemos aquí podría considerarse un poema industrial ¿no es cierto?: de la materia prima obtenida, hacemos algo nuevo. Lo que no puede afirmarse es que se le esté agregando valor. Aunque, la verdad sea dicha, tampoco podríamos negarlo.

Para finalizar, esperamos les resulte divertido, que es la intención primera.

Salú.
Las aventuras de la China Iron; Gabriela Cabezón Cámara; Penguin Random House; 2017


fernando berton
marzo, MMXX

domingo, 8 de marzo de 2020

La ley primera


En el lenguaje poético, la atención se centra en el signo mismo
Jan Mukarovsky


Las aventuras de la China Iron - Penguin Random House - Buenos Aires - 2017



Al leer Las aventuras de la China Iron, me vino a la mente una frase: “Mi amor, mirá lo que hace este hijo de puta”. Eso dijo Gabriela Cabezón Cámara al presentar Villa del Parque, de Jorge Consiglio. Entre otras cosas, claro. Y terminó diciendo Salud, la presentación. Como es frecuente en este blog, advertirá el lector desprevenido. Y sí, qué se va a hacer, no somos, no pretendemos ser, originales.

Las aventuras de la China Iron, por cierto, es precisamente eso, una novela de aventuras. Una road-novel en carreta, además. Y que viene a cuento de la presentación del libro de Consiglio porque cuando reseñamos Villa del Parque, decíamos que los personajes iban en auto a sus destinos. Aquí, por una cuestión de siglo, van en carreta. Pero no es banal la analogía, porque ese siglo XIX que nos cuenta Cabezón Cámara está bañado de siglo XXI: un spin-off del poema fundacional de la Argentina, la Eneida criolla según Lugones, con mirada feminista. Bueno, decir feminista sería achicar mucho la mirada. Es una mirada panorámica. LGTBQXYZ y sucursales, para qué nos vamos a andar con chiquitas. 


Y decimos siglo XXI no porque no hubiera gays, lesbianas, trans, bi o queers antes, sino porque así como María Moreno nos dice que Borges, en su cuento “El final”, da muerte a Fierro; Gabriela Cabezón Cámara le da nueva vida a Fierro: lo hace amoroso y amplio, le da un calor y una ternura que solamente podemos inferir en el poema de Hernández. Pero no le quita valentía. Esto, aunque don José lo hubiera querido, no habría tenido espacio entonces. Por eso es que la China Iron se sube a la carreta de Liz and off they go, to conquer las pampas. Y el litoral. Y quién te dice que En la vuelta de la China Iron no te conquiste el Brasil y la Banda Oriental. Pero ese es otro cantar.

Una cosa que el lector desprevenido puede llegar a criticarnos es el uso de palabras en inglés para referirnos a una novela sobre la mujer, nada más y nada menos, que fuera del mismísimo Martín Fierro. Mujer que adopta el apelativo Iron que tan bien utilizó Tato Bores en sus monólogs y sketches. Y sabe bien el lector que en otras ocasiones le daríamos la razón, intentamos desde este blog no mezclar la hacienda. No nos gusta decir cosas como can you open la tranquera?, ni how many vacas traes? Bueno, no siempre, si es que usted busca la etiqueta ESPANGLES. Pero en general, decíamos. Y esta es otra de las características de la novela de Cabezón Cámara, que usa con naturalidad las dos lenguas:


Me miró con desconfianza y me alcanzó una taza con un líquido caliente y me dijo “tea”, como asumiendo que no conocería la palabra y teniendo razón. “Tea”, me dijo, y eso que en español suena a ocasión de recibir, “a ti”, “para ti”, en inglés es una ceremonia cotidiana y eso me dio con la primera palabra en esa lengua que tal vez había sido mi lengua madre y es lo que tomo hoy mientras el mundo parece amenazado por lo negro y lo violento, por el ruido furioso de lo que no es más que una tormenta de tantas que sacuden este río.” (Págs. 14-15)

Esto, que está esbozado en el primer capítulo, se irá desarrollando a lo largo del libro. Liz y Jo hablarán en inglés o en español según les convenga. El propio Hernández, entusiasmado con la presencia de Liz, le dirá Ay, my Darling, pase, pase (Pág. 87)

Note la diferencia con este ejemplo:


Jonas le abrocha el cinturón a Greta, se acerca a su ventanilla y comienza a señalarle cosas allá abajo. Greta se aquieta, lo escucha, le pregunta menos que a ella. Las respuestas de él la convencen más. ¿Será porque hablan la misma lengua?
 

Esto dice Luciana de Mello en su cuento “Un pozo en el agua”. Y lo traemos como contraejemplo: es que se opone al trabajo que hace Gabriela en juntar lenguas. Luciana, que en Mandinga de amor hace un trabajo análogo al de Gabriela en Las aventuras de la China Iron,  aquí se ocupa de separar las aguas. De hacer un pozo en el agua, que parece una labor inútil. Este mundo globalizado ya no habla una lengua, sino varias. Incluso al mismo tiempo. (¿Ha notado el lector desprevenido que hasta le usan el vos y el usted en la misma oración, a veces?) Ya sobre el final esta estrategia de juntar se hará más visible, con lenguas originarias de América, de lo que hoy es Argentina, de lo que vaya uno a saber qué sería si no fuera por el español y el inglés. Y ahí está la clave. Esto es lo que hace esta hija de puta, por usar sus palabras, nos mete en el medio de una novela de viajes donde la protagonista va cambiando a la vez que cambia todo el entorno, sea en Neuquén o en Corrientes. Porque nos une en el amor, en el respeto a la identidad, en ser hermanos. Es la ley primera, ¿nocierto?

Salud.

Fernando Berton
Marzo, MMXX
 
 

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