Llueve, y el olor de la tierra cuando se humedece invade el lugar. Es una aroma sumamente agradable, y hasta hay quienes han sugerido una palabra para mencionarlo.
Me siento en el asiento del fondo, del lado de la ventanilla. Enseguida 
me llega el calor del motor, junto con el olor característico de fierro 
caliente, de grasa derramada en juntas. Solamente deseo que el viaje 
termine pronto.
Luego un hombre joven se ubica a mí lado. No pasa mucho antes de que me 
invada olor a lavandina. Lo que en verdad me molesta es que se impregna 
en la lengua, miles de partículas hacen que la lengua se ponga áspera, y
 no sé cómo evitar el incordio de la situación. Solamente deseo que se 
baje.
El joven desciende mucho después de lo que esperaba. Su lugar lo ocupa una mujer 
oficinista, con olor a cigarrillo en su trajecito azul, el pañuelo 
multicolor, en el pelo. Imagino su boca inundada por el humo, los 
pulmones, como yo, ansiosos por que termine el suplicio, en labios que 
rehuyen el beso ante la presencia de los despojos aromáticos del tabaco.
Fernando
Diciembre, 2024 

 
 
 
 
 
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