Es difícil poner los sentimientos en palabras. Por eso es que se recurre tanto a los escritores para buscar esos sentimientos llevados al papel. Y en general, todos los lectores esperan que las palabras coincidan con los sentimientos, palabras tristes para la tristeza y así.
Pero las palabras, como las penas, de afuera son todas iguales: lo que cambia es lo que las provoca, sus causas; y salvo raras excepciones, una palabra en sí misma no evoca el objeto significado. Mucho menos si lo que está significado es una emoción.
Por eso, tal vez, Marina Yuszczuk dice en un momento:
Tengo una pena. A veces no se puede decir una pena, se puede sentirla. Pero que no se la diga no quiere decir que la pena no esté.
“Zambita de las penas”
Aunque reconoce no poder dejar de escribir poemas quejosos, a veces resultan muy divertidas sus apreciaciones. Por caso:
La ropa parece mojada cuando uno la toca,
si se apoyan los labios
se puede distinguir la verdad
es igual que besarla, pero no
no tengo tanto amor por la ropa como para besarla
“Nuestra ropa duerme sola y afuera”
Intuimos en este libro mucha cuestión autobiográfica, aunque nada indica que no se puede hacer ficción con la poesía. La reiteración de determinadas situaciones nos lleva a pensar en que la autora ha pasado por ahí varias veces, y por eso conoce tanto de lo que habla. Salvo que sea para una amiga, como suele decirse.
Sobre el final, aparecen unos breves cuentos, y entendemos que el último, “De banquito”, sí es bastante autobiográfico, ya que, como Borges, Marina habla de Marina, y al darle la voz a su abuela Dunia, lo hace con maestría pero mucho más con ternura. La evocación es tan cómica como conmovedora.
Bueno, como casi todo el libro.
Fernando
Setiembre, 2022