Una
vieja leyenda germánica dice que Dios, al terminar de nombrar todas las plantas
y flores, se sienta a disfrutar de su creación, a mirar todas y cada una de sus
criaturas vegetales y a recordar sus respectivos nombres. Y siente Dios que eso
es bueno. Entonces, no conforme con recordarlas, se levanta y comienza a
recorrer el jardín del Edén, para mirar cada tallo, cada nervadura, cada copa
que crece hacia la luz que le da energía para la vida. Se detiene especialmente en los azahares, y
se hincha con su perfume dulce y suave que invita a la calma, a la sonrisa, al
disfrute del perfume que anuncia la próxima aparición de frutos, que madurarán
y echarán su simiente a la tierra para que resurja el ciclo de la vida. Y al
ver Dios que eso era bueno, pensó que ya era hora de nombrar a los animales.
Estaba en camino a buscarlos, cuando se topó con una pequeña flor azul, o
rosada, o blanca, de cinco pétalos, de
centro amarillo, de no más de un centímetro de diámetro, que le decía, ¡Dios,
por favor no me olvides! Y al ver Dios a estas florecillas tan simpáticas, les
dijo “Ese será su nombre”, y las florcitas quedaron encantas con su nombre:
no-me-olvides. Es por eso que si alguien acerca una pequeña rama a las ropas,
procurarán quedarse allí prendidas para siempre, para que no las olviden.
setiembrebertonmmxvifernando
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