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viernes, 23 de julio de 2021

Cómo salir de acá


 


Basta de dar noticias sobre el dólar, sobre el ráting, sobre las declaraciones de tal o cual, de las marchas de descerebrados. Las noticias tienen que ser sobre el desastre ecológico, sobre cómo una familia puede producir sus propios alimentos, sobre cómo un tomate puede crecer en un patio o en una terraza. La educación tiene que tender a explicarles a los alumnos cómo cultivar aunque vivan en un departamento. Buscar a todas las personas que saben cómo hacer esto. Buscar que la gente se vaya de la gran ciudad a la periferia donde poder tener una casa con un poco de terreno donde poner lechugas y calabazas y morrones. Esas son las noticias que hay dar. Y si no se pueden dar, hay que provocarlas: trabajar la tierra no es fácil, sin duda. Hay que poner el cuerpo y es cansador y se está a merced de la lluvia o de la sequía. Pero también es cansador viajar cada día en un tren atestado, verle la cara a un jefe que ni siquiera nos saluda cuando se nos muere un ser querido, gastar la vida en algo que de verdad no nos interesa.

Esto es solamente un esbozo, un pequeño escrito para saber que se puede parar. Vimos la transparencia de las aguas en los canales de Venecia. Vimos animales caminando por las calles de ciudades súper pobladas. Vimos animales que pensábamos extintos. A eso tenemos que volver. No hace falta seguir extrayendo oro, ni litio, ni nada. Si no hace falta viajar como locos todos los días, el transporte será mucho más amigable con el ambiente, solo porque circulará menos. Y así con cantidad de otras cosas, el aire será más respirable y las especies podrán reproducirse a tiempo. Tenemos que dejar de sacar y sacar y sacar para volver a reciclar, a devolver, a esperar. El ciclo de la vida no puede acelerarse porque sí. ¿Qué esperamos, que en un día pasen dos días y un año en seis meses? ¿Queremos acelerar la rotación de los planetas para que podamos cosechar antes? No es necesario. Ganar dinero no es lo más importante que podemos hacer, sino ser conscientes del daño que hicimos y de que no estamos seguros de poder cambiar las cosas si no paramos con este modelo.

 

Fernando

Julio, MMXXI 

domingo, 28 de marzo de 2021

Data exit


Quizás desde que el mundo es mundo ocurre que a las personas les gusta tener información de las demás personas. Ya en la época del nacimiento de Jesús se hacían censos, y por eso nació en Belén, de donde era originario José. Esto mucho no ha cambiado, aunque es cierto que en los censos poblacionales ahora pasan casa por casa y no tenemos que desplazarnos para ser censados. Y en cualquier momento ya ni siquiera vendrá el censista, porque lo harán directamente desde la base de datos.

Pequeña digresión: hace unos años empecé a trabajar en una empresa multinacional. Terminaba el siglo XX y la posibilidad de viajar nos entusiasmaba a todos los de esa oficina. Los primeros en viajar a una reunión en Estados Unidos, al regreso contaban que habían conocido a un montón de gentes, y no paraban de comentar lo copado que era el de Haití. Yo quedé algo sorprendido. ¿El de Haití?, traté de corroborar. Sí, sí, el de Haití, me corroboraron. Para hacerla breve, no era el de la pequeña isla caribeña sino el de “Information Technology”, IT, por su sigla en inglés, y a mí me sonaba en castellano. IT, AI TI. En fin.

Bueno, este pequeño desvío para presentar a la dichosa tecnología de la información, antiguamente conocida como “Sistemas”, y hoy dominadora de cualquier decisión que alguien quiera tomar. No compramos un escarbadiente sin antes hacer un paneo en internet de tres o cuatro marcas, leer las opiniones de otros compradores, preguntarle a un amigo, hacer una reunión con varias personas para analizar las fortalezas, debilidades, oportunidades y amenazas que podremos tener puestos a comprar una marca de escarbadientes u otra.

Luego, con la aparición de las así llamadas “redes sociales”, la recopilación de nuestros datos se hizo de manera masiva y voluntaria. Y la microsegmentación de públicos saltó a la fama. La gratuidad de las redes se fundamenta en la cantidad de información que cada una recopila para luego vender bases de datos, que a partir de nuestros me gusta irán a formar parte del que quiere saber qué le gusta a una persona de sexo femenino, de entre 15 y 19 años que viva en una ciudad determinada. 

La trampa fue hacernos encontrar a esas personas que hacía tiempo que no veíamos. Y tener un millón de amigos como Roberto Carlos. De amigos, porque millones de pesos los ganan los de las redes con la información que nos sacan.

Leía hace poco un artículo en xataka.com, Lo siento, no te voy a firmar la casilla de mis datos personales", que trata de la burda situación en la que nos atosigan con preguntas que con toda claridad la única función que cumplen es recabar información y así incrementar la insaciable base de datos.

Me pasó en estos días, que mandé un mensaje por una red social a la compañía de electricidad, y para contestarme me piden una cantidad de información que no se sabe bien por qué solicitan. Es decir, buscan aumentar su base, claro, pero no logro explicarme cómo pueden creer que todo eso hay que decirlo para que te respondan una pregunta sencilla. Adjunto las imágenes de prueba. No me explico lo burda de la situación. Ni siquiera me da para hacer una broma de las que suelen pasar por acá.


 

En fin, seguiremos tratando de esquivarle al gran inquisidor todo lo que se pueda, pero la esperanza es poca. Pero estas preguntas no las contesto más.

Fernando

Marzo, MMXXI
 

sábado, 6 de marzo de 2021

Todo progreso tiene un inicio

CANCIÓN DE LOS LIBROS FUTUROS

 

Nuca te me acabarás, Buenos Aires

y me darás temas para rato...

hasta que el sentimiento se me haga pedazos

en tus encantadores accidentes de tráfico.

 

Pero... ésta es la antelación del canto de mañana

el preámbulo de los libros futuros

que comencé a escribir en la carne de mi hijo,

el fuerte, recio businessman de 1950.

Mientras tanto edificaré mis poemas sucesivos

con la plomada de tus nuevos edificios

y el cemento de tus futuras catedrales.

 

Disculpáme, che, ciudad, si todavía,

mi verso torcido y serruchado tiene barro en los botines.

Es la última tierra de tus excavaciones

es la raíz de ti misma, es la sangre de tus venas

   subterráneas,

es tu respiración de exudado gas en los levantamientos

y en los empastelamientos

de los futuros rascacielos,

que ya están haciendo su ademán de granito en tu cielo

   cuadriculado

en tejidos eléctricos.

 

Hasta ahora le estuve milongueando a ese cardumen

de pobres animales que te habitan,

porque, después de todo, Buenos Aires,

poné la mano en el corazón y confesáme:

¡ellos te construyeron,

con sangre de su poder y cemento de sus huesos,

y empapelaron de nuevo ante el asombrado ojo del

   forastero,

tiññendo su angustia gris y uniforme

con Neo Lux de entusiasmos...!

 

Para mañana te prometo (si me dejan)

cantarte hasta romperme en un alarido de entusiasmo,

en una pamperada de nacionalismo,

arrancando ladrillos en forma de estrofas,

e imágenes de entubamiento

y metáforas de ensambladura

para tu grandeza brutal y severa de Banco de

   Jesú-Cristo... [1]


 

Varias veces hemos afirmado en Cosas que pasan que algunas voces han dicho mucho antes y mejor lo que queremos expresar. Nicolás Olivari, en este caso, nos habla del progreso, de esa ciudad que se está transformando para mutar casas en edificios, hijos en hombres de negocios (businessman, augura el sujeto poético para el suyo, en poco más de veinte años).

Olivari, como un futbolista que pasa de Boca a River, dejó el grupo de Boedo para irse al de Florida, por fuertes discrepancias con Elías Castelnuovo y Leónidas Barletta. Decir que luego también criticó la editorial Proa, de Ricardo Güiraldes es apenas una pincelada de esta personalidad rebelde e incontenible.

En el poema que hoy citamos creemos ver cierta coincidencia con la línea editorial de este blog: en efecto, el sujeto poético le habla a “ese cardumen de pobres animales” que habitan la ciudad. Esa Buenos Aires que definitivamente está dejando de ser la Gran Aldea para entrar de lleno en la modernidad de los negocios. Decíamos hace poco que el Progresso não tem fim y mostramos de qué manera la sociedad actual se nutre de las clases menos favorecidas en términos económicos, claro, para crecer al infinito. El progreso debe tener un comienzo, ya que no fin. Y estos años treinta son un ejemplo claro de por dónde vendría la cosa: la así llamada Ley Sáenz Peña, sancionada en 1912, que establecía el voto secreto y obligatorio (sólo para hombres, conviene aclarar, deberían pasar casi cuarenta años para que las mujeres pudieran elegir autoridades), fue un primer paso hacia la ampliación de los derechos de los habitantes de la República, que hasta ese entonces veían cómo los conservadores hacían gala de un sinnúmero de triquiñuelas para llevarse el primer puesto en cada elección.

Sin embargo, este interregno democrático duraría poco, ya que en 1930 ocurriría el primer derrocamiento de un gobierno elegido por el pueblo. Con la caída de Hipólito Yrigoyen a manos del dictador Uriburu, se abre una de las páginas más negras de la historia de las clases populares en Argentina. Esta incapacidad de los derechosos conservadores argentinos se mantuvo por casi un siglo, ya que recién en 2015 un partido de derecha sería el vencedor en unas elecciones libres. (Descontamos el gobierno de Carlos Menem, ya que llegó a la presidencia desde las filas del peronismo y con un discurso marcadamente peronista: revolución productiva y salariazo)

Así, entonces, desde otra perspectiva, apreciamos que no todo tiempo futuro será mejor, o no en todos los aspectos. Hoy seguimos asistiendo al dominio de las peores prácticas dentro de lo legal para que el trabajo sea cada vez más precario, que los derechos que fueron reconocidos a lo largo de tantos años se debiliten y que las luchas de los trabajadores sean vistas como estorbos para que los grandes industriales y comerciantes se enriquezcan cada vez más a costilla del “cardumen de pobres animales” que ponen el cuerpo a la construcción de esas obscenas viviendas y torres de oficinas que luego se enorgullecen de no permitir el acceso a las personas que las construyeron.

 

Fernando

Marzo, MMXXI 

 



[1] Nicolás Olivari (1900-1966), en El gato escaldado (1929)

domingo, 14 de febrero de 2021

Sorpresas te da la vida

 Cansados de la tala indiscriminada, los árboles han decidido fabricar sus productos y ponerlos a disposición de quien los quiera llevar.


Botón de muestra:



Fernando

febrero, MMXXI

martes, 2 de febrero de 2021

La suavidad de las pantallas


 En distintas oportunidades hemos visto que el mundo del consumo alocado que nos toca vivir intenta hacernos creer que todo es posible de ser hecho en tres simples pasos. Cosa que puede ser cierta, es factible reducir una actividad a tres partes. De hecho, la literatura misma se basa de tres grandes géneros: poesía, drama y narrativa. Y las dos últimas, no siempre la primera, se estructuran en introducción, desarrollo y desenlace. Ahora bien, la existencia de los tales pasos no indica en modo alguno que cada uno sea simple. En nuestro artículo Pre-pos-pandemia hay una imagen que nos permite apreciar que los pasos no son uno, dos, tres. Hay 1.1, 2.1, etc. Incluso he completado encuestas que demandan más de diez minutos.

Lo que hoy queríamos traer a colación es una nota que Noé Jitrik publica en Página 12 el 27 de enero de 2021. Dice Jitrik:

Como el personaje de Pérez Galdós me siento desconcertado y triste cuando se me pone enfrente la realidad de un presentismo inmediatista, sin matices ni relieves, sin densidad, cuando me he pasado la vida tratando de comprender cómo han ido tomando forma las cosas, desde las palabras hasta los gustos, los idiomas y los escritos, la moral y las ideas, los seres humanos y sus sentimientos.

Este blog Cosas que pasan lleva por subtítulo para ver el espesor de las cosas. Tales simplificaciones a tres simples pasos son las que queremos resaltar, porque detrás de cada pequeño avance de la tecnología hay un sinnúmero de horas de trabajo de personas que no conocemos ni conoceremos, y que acaso morirán sin poder ni siquiera soñar en adquirir algo de lo que su trabajo ayuda a producir.

Vea, si no, el lector desprevenido lo que pasa con la clonación de caballos de polo. Por un lado, se acostumbra el polista al animal tanto que cuando el equino deja de competir, se siente como perdido el jugador. Entonces recurre a copiar su animal favorito. Pero, por el otro, el ciclo de reproducción de una yegua es demasiado “lento” para el mundillo del polo.

Cualquier yegua que sea un crack juega en primavera, se reproduce en verano y puede sacar uno o dos embriones por año. Pero si la multiplicás diez veces, dejás una jugando y el resto las cruzás con los diez mejores padrillos. Porque hay 11 meses de gestación y cuatro años hasta que juegan; y en cuatro generaciones de animales se te va la vida… Clonando acortás los tiempos de prueba y error.

dice Adrián Mutto, doctor en biotecnología y en biología molecular, director de Crestview Farm (una de las ramas estadounidenses de la compañía) e investigador del CONICET en la Universidad Nacional de San Martín al medio digital Red/Acción

 

Es decir, los tres simples pasos de la vida, nacer, reproducirse y morir son, para este deporte, demasiado largos. Decimos este deporte porque es el que nos ayuda a ejemplificar cómo la vida se nos muestra sin relieves, con la suavidad de las pantallas táctiles de nuestros celulares o tabletas, que nos muestran todo lo que queremos en unos pocos clics (no queremos abusar del número mágico). Más allá del espanto que puede producirnos la clonación como método para copiar un animal como quien copia una escritura traslativa de dominio, lo que venimos diciendo es que todo esto está teñido por la inmediatez a la que se refiere Jitrik en su nota, y cómo es poco conocido el trasfondo de la cuestión. Se nos muestra a un equipo imbatible que gana y gana campeonatos y hace de este deporte el más exitoso de Argentina. Pero poco sabemos de que la mayoría de los animales que entran a la cancha son clones. Todo eso porque no se puede “esperar” a que la yegua tenga su cría y esta cumpla cuatro años para poder jugar.

¿Faltará mucho para que el equipo de yeguas clonadas esté integrado por jugadores clonados? Tal vez no sea ese el punto, sino la creencia de que esa copia adquirirá por arte de magia en el proceso de la copia las experiencias por las que pasó el original. Y esto, a todas luces, no es así. Ese clon deberá crecer y aprender y practicar y caerse del caballo tanto como el que le dio los genes. Y acaso, como se indica en la nota de Red/Acción, sea una copia de mala calidad y no llegue a nada.

Esa, en definitiva, es la mayor de las simplificaciones: hacernos creer que no vale la pena vivir nuestras vidas, que hay que ser exitosos a cualquier precio y que si un animal nos parece excelente, no podemos esperar a que venga otro, hay que copiarlo. Basta de creer en la evolución y adapt

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