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lunes, 24 de agosto de 2020

Una casa con morrones

 Hacia el sur hay un lugar, decía la canción de Manal. Mucho han cambiado las cosas desde aquel 23 de marzo en el que publicamos "Historias vegetales". En particular, el triste final de la más grande historia de amor que alguna vez ocurrió. Pero la paciencia, que no suele ser nuestro fuerte, es lo que nos permite llegar a ver los resultados de lo que hacemos.

 Recuerdo que en un momento perdí el rumbo. Me olvidé por completo de las plantas, de regarlas, de hablarles, de dedicarles un poquito de tiempo en el día a día. Esa desesperación que sentí  cuando vi a los morrones todos mustios, vencidos por la sed y el descuido no puedo describirla aquí. Lloré mientras los regaba y les pedí disculpas por semejante desatención. Poco después resurgieron, con su verde intenso y su olor a morrón en las hojas.

 Pasaron seis meses desde la primera flor. En el medio, dimos cuenta de un morrón verde un domingo en que preparamos tacos. (A decir verdad, los prepararon los chicos, yo solamente los comí). Y aquí estamos, 24 de agosto de 2020, ya casi rojo por completo. 

Morrón ventanero
Morrón ventanero
 

Hay un par más en camino. No son muy grandes, como esos que venden en las verdulerías, pero son de cosecha propia. De plantar las semillas de los morrones comprados, de no haber creído en ellos, de que Mariela les hablara y poco después dieran flores. Y acá están, enrrojeciendo para ella también, que estuvo tan contenta cuando salió la primera flor. ¡Qué contenta estaría hoy!


Fernando

Agosto, MMXX

lunes, 6 de abril de 2020

Tomate Rebellion


Hace poco más de un año, el mundo era bastante diferente: volvíamos de vacaciones, había cortes de luz por la ola de calor, los docentes pedían apertura de paritarias y el peronismo comenzaba su proceso de unidad. También  nos encontrábamos con la sorpresa de que una planta que parecía un yuyo, resultó ser una de tomates. Las semillas que dije que iba a guardar no germinaron, como tampoco las que usé de los tomates comprados, según queda dicho en la nota anterior. 


Pues bien, he aquí la planta de tomate que creció sin plantar. También hay lechuga, es cierto, que sí planté. Y que ya comí, junto con rúcula y albahaca que viven en el departamento de enfrente. El sabor y el olor que tienen son increíbles. Uno se queda pensando en todas las porquerías que nos hacen comer.
 





También pienso en todo el trabajo que lleva hacer crecer estas plantas, y el trabajo que lleva hacer crecer las que no se plantan, porque la verdad es que si quisiera hacer una ensalada de mi propia huerta, no me alcanzarían las hojas. Salvo la albahaca, que crece y crece, a las otras les cuesta más. No sé si será por el sol (mucho o poco), por la tierra, o qué otra cosa. Así que me dedico a los tomates, que parece que una vez que arrancan, van solos. Hoy les hice un cambio de escenario, y les puse por detrás un pallet para atarlo con uno hilo sisal así no se caen, y no para que no se escapen como podría pensar el lector desprevenido.



Albahaca - Rúcula


Tal vez planté semillas de ensalada, chi lo sá!
Tal vez este patio esté predestinado a dar tomates. Un patio tomatero, podríamos decir.






















Fernando
Abril, MMXX

lunes, 23 de marzo de 2020

Historias Vegetales



Hace un buen rato que estoy intentando contar esta historia y no sé muy bien cómo. Digamos que el año pasado planté semillas de morrón y de tomates (volveremos sobre estos rebeldes) de los frutos que compré en la verdulería. Digamos también que poco antes empecé a compostar los restos orgánicos en casa, y que luego usé como tierra para plantar las semillas. Lo que vemos a continuación es el resultado: 

15-11-2019


Es decir, un plantín de morrón en compost casero en un recipiente plástico convenientemente perforado en el fondo para que se escurra el exceso de agua. En suma, una suerte de combinación naturaleza e industria.

Ahora bien, el dilema de escribir de una forma u otra esta historia está dado porque los tomates nunca germinaron, y sí lo hicieron los morrones, como se ha visto en la imagen. Y creció la planta hasta tener unos 50 cm de altura. Y una vez yo le comenté a MEC que me parecía que eran transgénicos y que nunca iban a dar frutos. MEC me miró algo sorprendida, y entonces se levantó y fue hasta el patio y habló con los morrones. Les dijo que yo decía que ellos no iban a crecer, pero que no me hicieran caso, que ella sabía bien que todo lleva tiempo y que crecieran cuando fuera su momento. Luego volvió a su computadora, MEC, a seguir preparando el último examen que le permitiera acceder a la tesis. Pero hoy ella no puede verlos. No la está pasando bien en su internación. Y esto es lo que no sé si quiero contar. Queda para mejor oportunidad, cuando la salud de MEC mejore.

Entonces sí, voy a contar lo que sigue.

Pasaron los días y  la plantita fue creciendo. Entonces me envalontoné y compré semillas de lechuga y de rúcula y de tomate, que no aclara que no son ni perita ni redondo, sino de la variedad “rebelde”. Y los puse en sustrato que compré en un maple de huevos a modo de almácigos, y tuve que hacerles una protección con hilo sisal para protegerlos de las garras de los gatitos (acá no hay gaviotas arrasadoras de surcos).

Y mientras esto iba ocurriendo, la planta de morrón empezó a ponerse cada vez más grande, y sus hojas tienen el aroma del morrón cuando uno se acerca y las huele, y pasa suavemente los dedos por las hojas bien verdes, amplias, seguramente con un objetivo que yo ignoro por completo.

Y entonces el sol, que da en la ventana un rato, hace del cemento y el hierro algo verde, una hermosa planta de morrón, con olor a morrón y proveniente de semillas de morrón, pero sin morrón. Un fiasco. (Quiero aclarar que todo esto ocurre en un PH que tiene un patio y una terraza pero nada nada de tierra, así que hubo que arreglárselas con macetas plásticas y botellones de cinco litros y maples de huevo para hacer la pequeña huerta urbana)

Pero, así como reventar es el suicidio del descreído, según decía Isidoro Blaisten, una mañana cualquiera, que en este caso fue una mañana especial: 29 de febrero, las cosas se tornaron en maravilla:

29/02/2020


Nos ahorraré a todos el tiempo que llevaría contar los momentos de incertidumbre sobre si las flores darían o no frutos. Aquí lo vemos hoy, 23 de marzo de 2020, desde la ventana del cuarto donde escribo. Y escribo con cierta emoción por haberme decidido a plantar una planta, y cuidarla para que crezca, y de frutos, y de esos frutos hacer nuevas plantas y así comerlas.

23 de marzo de 2020,

Pero, ¿se las va a comer? ¿Después de tanto esfuerzo y cuidado y charla y hasta caricias y husmearle las hojas? ¿Se las va a comer?

¿Y si no?

Y bueno, déjela libre, que haga lo que quiera, que tenga sus propios morroncitos si quiere y si no quiere no, pero no la mate. ¿Sería capaz de cortarla en juliana, en daditos y echarla al aceite hirviendo seguramente con alguna pobre cebolla y hasta un ajo y un tomate, rebelde o no?

Y, de algo hay que vivir. ¿Qué voy a comer si no? ¿Animales? También tendría que matarlos, ¿no es cierto?

Y sí, la verdad es que ahí tiene razón.

¿Y qué hacemos, entonces?


Fernando
Marzo, MMXX, año de la pandemia


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