Comprar RELACIONES

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jueves, 16 de agosto de 2012

Página en blanco



                Encerramos los perros y metimos los gatos en la bolsa. Todo salió mal, tal cual esperábamos, para culparnos de lo que nos pasa. Tal vez, a lo mejor, en una de esas, capaz, acaso una tarde de estas podamos decir hola, qué tal, cómo van las coas. Me alegro, che, que no te vaya tan mal como quise.
                Mientras pasa un tren a lo lejos, en la radio una guitarra frasea con tristeza. “Nunca me podré olvidar de ti”, canta el cantor, y yo algo por el estilo. Más bien por el estilete, que quisiera clavar en la carne blanca, hasta que la sangre llegue al río de penas y congojas. Digo, y maldigo al tiempo que fumo sin parar.
                Hoy ya no llueve, e intuyo un mar tranquilo y una luna blanca paseándose por el horizonte salado e inmenso en su profundidad y su extensión, todo al mismo tiempo. Algunas nubes grises, con un brillo en el ruedo que les viene de la luz de la luna que le viene del sol que le viene del calor de miles de grados a todo trapo todo el tiempo, hasta que ya no estemos allí y entonces nada de esto habrá valido la pena.
                Ahora, ya no puedo llegar tarde, aunque quiera, y puedo beber hasta morir, y escribir mi pena en una salsa suave de dolor y bronca, condimentada con finas cicatrices que aún no cicatrizan.
En la calle, por así decir, hace un frío que presagia el invierno que se viene sobre mí lento, sí, pero inexorable. Inoxidable, también. Inexperto con tanta experiencia. Ya me sacaron el banquito y acá estoy, escribiendo, fumando, sintiendo que las respuestas no sirven más, que la noche quebradiza se quebró hace mucho, y no le hice caso a todas las señales.
Una tarde, muchos años antes de que yo naciera, alguien ya escribía estas cosas. “Detrás de estas máscaras, estamos ustedes”. Cuando sea grande, quiero ser argentino, uruguayo y escritor, dijo el Sup. Vale de penas, salud, y que pueda encontrarme con vida y con ganas al final de estos cuarenta días en el desierto.
Rápidamente pasó el rápido de las once, claro, como su nombre lo indica y lo obliga. Dejó una espesa cortina de humo, y un sonido aplastándose inevitablemente por las cuestiones Dopler, que llega a mí en rojo tenue, casi imperceptible.
¡Ay!, si sólo pudieras entender por un instante cuánto te quise y quise que las cosas no hubieran sido como fueron, como son. Pero claro, tu energía va para otro lado.
“Y el verso cae al alma como al pasto el rocío”
“People say I’m crazy, doing what I’m doing”
En sus alas enormes, un ángel me cuida y me mira y se ríe.
“Boludo, Fernando Daniel
¡Presente, señorita!”
No tengo más que agregar en torno a los acontecimientos acontecidos. Hemos rallado ralladores, sacacorchos, tenedores.
¿Cuánto te dura dura?
Mirá un poco, mocoso insolente, por mucho menos mi madre me hubiera dado vuelta la cara de un sopapo. Pero los tiempos han cambiado un poco. Hoy ya no tengo la Parker, ni la Schaeffer, ni la 303, ni las hojas que se pueden borrar y volver a escribir sin borronear. Tengo una linda computadora portátil que hace las veces de TV que no tengo y no quiero tener por un tiempo, o dos tiempos y un entretiempo de quince minutos y cambio de arco.
Mañana, cuando salga el sol y vos sigas sin estar, y yo siga solo con mi soledad, las cosas habrán cambiado en algo. Ya no existirá esta página en blanco,  y sí, en cambio, estas manchitas de un color que dice ser negro pero la verdad es que a estas horas no parece negro, sino más bien azul documental, más que oferta un regalo para quien tiene y puede no deje pasar esta oportunidad.
El verano terminó sin mayores incidentes. El Señor Otoño vino de pronto una mañana y dijo ojo con los Orozco, yo no tomo oporto como vos. Pero se va metiendo por las hendijas, por debajo de la puerta y golpea a mi ventana y mete el polvo por todos lados, mientras siento que me voy despacito derramando en lágrimas secas, no tan saladas como las otras.
Unas manitos se elevan al cielo y piden que las cosas cambien.
Y él mira todo desde su eternidad y concede.
Una vez, y otra más.
Nos cuida.
Creo.
Eso sí, siempre te pide hagas algo por vos mismo.
“¡Hola!, ¿Cómo estás? Te veo bien, de verdad.
¡Gracias!, vos estás muy bien, también”
La verdad es la realidad. Pero ¿cuál? ¿La tuya? ¿La mía? ¿Una intermedia? Entretanto, nos vamos odiando amorosamente en todos nuestros detalles. Bueno, en verdad esa es mi realidad. No puedo soportar la idea de caerme en un pozo ciego que está ahí, al acecho, a la vuelta de cada vuelta que doy en esta calesita de dolores. Los caballitos me patean y los burritos me muerden los talones, y la sortija se mete en mi pelo ensortijado y corto y es de noche y tengo sueño y tengo frío y un vino rojo, como la sangre que quisiera que brote de la carne blanca, como la página. Y luego se torne negruzca y coagulada y un final con una mueca patética, gracias por todo ¿eh?
Sublime sublimación en un viejo Siam Di Tella lento como él solo, que alguna vez tuvo visera y un fierrito cromado y retorcido como las botellitas de Pepsi en el respaldo del asiento delantero y espejos grandes de 14:00 a 22:00
“¿Y vos que esperabas de todo esto?
¿Eh? Perdón, ¿me hablaba a mí?”
¿Valdrá la pena esta pena? Tal vez una tardecita de estas pueda contestar, hoy no estoy para eso, vea.
“¡Ya va a ver mocoso, cuando lleguemos a casa y le cuente a tu padre!
¡Pero si yo no hice nada!”
Recuerdo de recuerdos hoy ya viejos. A un costado de la tarde van mis sueños, mis escasos ideales, esos que dejé a jirones en alambres de púas en mi infancia y en mi panza. Huelen a naftalina, a vieja, a pacatería.
Qué querés que te diga, estoy como cansado de estar cansado, de no dormir bien, de no salir de noche y volver de día, de dormir como el orto y terminar siempre con esas lágrimas secas. La noche está definitivamente rota.
¡Salud! Se terminó la fiesta. La pasamos bien.

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