Comprar RELACIONES
lunes, 11 de febrero de 2019
miércoles, 30 de enero de 2019
Para el lado de los tomates
Esto que vemos aquí es una planta de tomate. Lo que se ve por detrás es una escalera, y lo que se ve por debajo, el piso de baldosas del patio de casa. El tallo principal crece entre la pared y el piso. Es decir, sale por una pequeña abertura entre ambos.
Estuve a punto de arrancarla porque me pareció que era un yuyo indeseable. Mi hijo me dijo que no, que era una planta de tomate. Debo admitir que tuve mis dudas, y pensé arrancarla igual. Por suerte no lo hice.
Ahí podemos apreciar unos verdaderos tomates en su planta. En
un patio de baldosas. Que sale de una ranura entre la pared y el piso. Y que
además son verdaderamente gustosos. Con gran gusto a tomate. No sé de dónde
vendrá, cuál es su historia. Lo que sí sé es que ha crecido como le pareció. Como
lo hubiera hecho una planta cualquiera sin intervención humana. No lo regamos (¿quién
regaría una baldosa?). No le pusimos un tutor. Mucho menos fertilizantes,
herbicidas o plaguicidas. Lo que se dice 100% natural (si es que lo natural
también se considera en un patio suburbano)
Pienso guardar unas semillas y plantar para la próxima
temporada. Los voy a extrañar cuando tenga que comprar esos tomates desabridos
que se venden en época invernal y que salen de cámaras de frío, de invernaderos
en los que no conocen el sol y los llenan de sustancias de crecimiento y muchas
veces tóxicas.
Así quedan. Modelo terminado, podría decir. Una pequeña
alegría en esta vida que cada vez cuesta más y nos llena de productos que no
logramos saber de dónde vienen ni cómo fueron producidos. Estos son tomates
autogestionados. ¡Salud!
Fernando
Enero, 2019
miércoles, 26 de diciembre de 2018
En varias direcciones a la vez
Los árboles - Modesto Rimba - 2017 |
Una forma posible de encarar la reseña de Los árboles es tratar de ver en la novela qué nos dice sobre ella
misma, ya que, desde el epígrafe de Saer, Los
árboles se presenta como una escritura que va en distintos sentidos. Todos
a la vez, claro, ya que de lo contrario no valdría la pena remarcar esto.
Veamos un ejemplo de la página 142:
El tiempo corría de un modo diferente, se decía Valerio
Gardini (h), cuando uno estaba así; ni más rápido, ni más lento, ni normal,
diferente. Por ejemplo, seguía diciéndose, podía pasar y simultáneamente no
pasar, como si se pareciese a las raíces de un árbol: unas más delgadas, otras
gruesas, algunas profundas, algunas casi al ras de la tierra –que era, para
Valerio Gardini (h), el ras de la tierra, se entiende, el tiempo normal–, y él iba y venía por ellas. Era así: como si perdiera la consciencia de su
paso.
Decíamos que con esta cita la novela de Hugo Correa Luna se autodefine: es
una escritura que va y viene por sus propias raíces, va a lo profundo para
luego ramificarse en las alturas, y sube y baja por el tronco, desde el cielo
hasta lo más hondo de la tierra. Es que el árbol simboliza, entre otras cosas,
el eterno renacer: después del invierno, esas ramas secas, yermas, vuelven a
brotar y a cubrirse de verde. Pero ¿cómo describir un árbol en su totalidad?
En un sentido estricto, el héroe tendría que dejar de
vivir para poder escribir, de lo contrario, nunca sería capaz de ponerse al
día. Si quisiera ser exhaustivo, además debería incluir en su biografía el acto
de escribir esa biografía … Narrar es un intento de plasmar de forma secuencial
una realidad que no es secuencial en absoluto. [1]
Esto mismo parece decirnos la novela un poco más adelante:
Naturalmente, como pasa con los sueños, no conseguía
recordar nada fidedigno, por momentos le parecía que sí, pero cuando lo ponía
en palabra sabía que no, que no era así como lo estaba diciendo. Y pensaba que
si sabía que no era así, así como le estaba diciendo, entonces quería decir que
sí lo recordaba, sí. Es pero no es, pensó en seguida. Los sueños tienen esas cosas,
les comentaría más tarde al Turco Bezerra, a Panizza y al Gringo Lódola,
todavía extrañado: son pero no son.
Ahora bien, por más que aquí se hable de un sueño, que de por sí suelen
tener una lógica bastante alocada, ¿no pasa lo mismo con la realidad, con lo
que llamamos realidad? Pretender plasmar de forma secuencial una realidad que
no es secuencial en absoluto, como dice Eagleton, es casi un absurdo. Tal
vez por ser consciente de ello es que Los
árboles empieza con una dedicatoria y epígrafe de Juan José Saer, que tan
bien mostró ese intento de ir en diversas direcciones a la vez con su
escritura:
AMANECE
Y YA ESTÁ CON LOS OJOS ABIERTOS
Parece no escuchar el ladrido de los perros ni el canto agudo y largo de los
gallos ni el de los pájaros reunidos en el paraíso del patio delantero que
suena interminable y rico, ni a los perros de la casa, el Negro y el Chiquito,
que recorren el patio inquietos, ronroneando excitados por el alba,
respondiendo con ladridos secos a los llamados intermitentes de perros lejanos
que vienen desde la otra orilla del río. La
voz de los gallos viene de muchas direcciones. Con los ojos abiertos,
echado de espaldas, las manos cruzadas flojas sobre el abdomen, Wenceslao no
oye nada salvo el tumulto oscuro del sueño, que se retira de su mente como
cuando una nube negra va deslizándose en el cielo y deja ver el círculo
brillante de la luna; no oye nada, porque cincuenta años de oír en el amanecer
la voz de los gallos, de los perros y de los pájaros, la voz de los caballos,
no le permiten en el presente escuchar otra cosa que no sea el silencio.[2]
Los árboles - Modesto Rimba - 2017 |
Otro recurso del
que se vale Correa Luna para esta cuestión de mostrar varios planos
simultáneamente es poner a reflexionar a un personaje que, después de uno o
varios párrafos, vuelve al lugar de partida. En Los árboles, por ejemplo, entre las páginas 68 y 69, don Antonio piensa
en su mujer, Tita, en el viaje que la alejó de él, en si los hijos separan a
las parejas, si es mejor no tenerlos. Abre y cierra casi con la misma frase:
No habían sido, pues / por lo tanto, semanas fáciles para
Marchiarena, que había andado de aquí
para allá, desasosegado, en definitiva. Y quizás sea este el desasosiego de querer narrar esa
realidad huidiza[3]:
Pero además, la pregunta del padre Lima –de apariencia
tan inocente, tan desinteresada, por así decir, aunque lo que revelara fuese un
interés humano, una mera curiosidad, pero que se ubica en el límite entre el
mundo de Dios y el de los hombres–, la pregunta del padre Lima le devolvió
además, entonces, las urgencias teológicas que lo habían asaltado al salir de
la misa del domingo –quizá, pensó Valerio Gardini (h) al darse cuenta de ello,
también esa hubiera sido la causa del mal dormir–, esas urgencias, pues, que le
asaltaban la consciencia, a saber: si quien acostumbra comulgar cada domingo
disminuye a los ojos del Señor cuando falta por una vez al hábito, y si no hay
soberbia, además, por otro lado, en ello, puesto que la razón, así, está
postulando un Dios domesticado por la costumbre del feligrés. Todo eso lo
paralizaba ante el bondadoso sacerdote, y sólo atinó a mirar su reloj
desacomodadamente y sintió, al mismo tiempo, que al hacerlo, al mirar con
descortesía el reloj, ofendía su ministerio y estaba, de esa manera, como quien
dice, entre que me voy y que me quedo. (Págs. 86-87)
Lo que aquí nos
muestra Los árboles es que la
intención de contar la simultaneidad de los hechos se choca con lo fragmentario
de la realidad vista por una sola persona: en efecto, uno no puede abarcarlo
todo, ni siquiera contarlo, como se ha dicho. Por eso recurre a una prosa
fragmentada, que junta pedacitos de realidad entre comas, guiones, cambios de
tiempo y, extrañamente, sin paréntesis. Se vale de una escritura que, para
lograr ese efecto de contarlo todo a un tiempo, lo que sabe y lo que no, lo que
pasa o podría pasar, lo lleva, como quien amasa, para un lado, para el otro,
hace un bollo y lo vuelve a estirar.
Tal vez quede
también dicho nítidamente casi al final:
La fiesta –pensó entonces, sin melancolía (*)– [4]había
alcanzado su clímax antes de que llegasen los invitados.
No era que lo que seguía no importara, pero tal vez, en realidad, no importara
verdaderamente: acaso todo el esfuerzo había sido necesario para lograr ese
instante.
Hugo Correa Luna |
Fernando Berton
2018
[1] Eagleton, Terry; Cómo leer literatura; Ariel; 2016; Buenos Aires; Págs. 130 / 131
[2] Saer, Juan José; El limonero real;Planeta; Buenos Aires; 2002; Pág. 7
[3] Comparar con el discurso de Giulio Padova
en El enigma de Herbert Hjortsberg; El
Cobre; Buenos Aires; 2005; Páginas 203 a 206
[4] Valerio Gardini (h)
jueves, 20 de diciembre de 2018
Bordes filosos o bordes redondeados
Hace unos días
entré a una librería a preguntar por un libro y me tomó por asalto Rejas, de Walter Lezcano. De modo que no
resistí el asalto, y convertí unos pesos en literatura. Es decir, cambié unos
papeles por otros. Yo no sé si ahora puedo pagar un almuerzo con Rejas, pero de pronto sé que me gustó
leerlo.
Así como pasa con
la novela Luto, de Edgardo Scott, Rejas es un cuento de “policiales”. No hay
un enigma que tengamos que resolver, ni se nos plantea un crimen atroz que
tendrá consecuencias nefastas para la humanidad. Nada de eso. Simplemente hay un
hecho delictivo que desemboca en una decisión de enrejar una casa que sí tendrá
consecuencias para una familia común, corriente, del montón. “Cabeza”, me animo
a creer que diría el mismísimo Lezcano.
Rejas encaja en esa literatura de lo cotidiano, que tiene mucho de vivencia, de
autobiográfico disfrazado de literatura. En alguno de los diarios (creo que en el tercero, ya no
recuerdo bien) Emilio Renzi nos dice que la literatura es contar la vida
personal como si no lo fuera. En Mandinga de amor, Luciana de Mello
parece hacer exactamente eso: nos cuenta una historia de frontera, en la que la
protagonista busca sus orígenes, acaso busca venganza, pero más que nada busca
contar algo que le pasó y que no encuentra mejor modo de hacerlo que en una
novela.
Yo no sé si a
Walter Lezcano lo robaron alguna vez, y si acaso tuvo que enrejar su casa. Ni siquiera
sé si tiene una casa. Pero sí sé que sabe tomarle el pulso a esa realidad del
día a día que nos abruma a todos. Con una escritura sencilla, Rejas logra hacernos pensar en qué
carajo nos pasa a los que vivimos libres que tenemos que estar tras las rejas
para sentirnos seguros, pero que daríamos lo que no tenemos para no ir presos. O
tras las “rejas”, como quien dice.
Está muy bien que
este cuento nos muestre una realidad que se nos plantea esquiva: no queremos
creer que vivimos atolondrados por una seguridad del candado y la cerradura y
que los chorros, los verdaderos chorros, se cagan de risa de nuestras
preocupaciones.
Si yo tuviera una
visión conspirativa del mundo diría que Rejas
nos induce a pensar que los chorros laburan para las empresas de seguridad,
para los herreros, para los fabricantes de candados y tantas otras cosas que ya
han dicho otros antes y mejor, como un tal Marx, Carlos en su breve texto “Elogio
del crimen”, que nos dice:
EI filósofo produce ideas,
el poeta poemas, el cura sermones, el profesor compendios, etc. EI delincuente
produce delitos. Fijémonos un poco más de cerca en la conexión que existe entre
esta última rama de producción y el conjunto de la sociedad y ello nos ayudará
a sobreponernos a muchos prejuicios. El delincuente no produce solamente
delitos: produce: además, el derecho penal y, con ello, al mismo tiempo, al
profesor encargado de sustentar cursos sobre esta materia y, además, el
inevitable compendio en que este mismo profesor lanza al mercado sus lecciones
como una "mercancía". Lo cual contribuye a incrementar la riqueza
nacional, aparte de la fruición privada que, según nos hace ver, un testigo
competente, el señor profesor Roscher, el manuscrito del compendio produce a su
propio autor.
EI delincuente produce,
asimismo, toda la policía y la administración de justicia penal: esbirros, jueces,
verdugos, jurados, etc., y, a su vez, todas estas diferentes ramas de industria
que representan otras tantas categorías de la división social del trabajo;
desarrollan diferentes capacidades del espíritu humano, crean nuevas
necesidades y nuevos modos de satisfacerlas. Solamente la tortura ha dado pie a
los más ingeniosos inventos mecánicos y ocupa, en la producción de sus
instrumentos, a gran número de honrados artesanos.
Fernando Berton
Diciembre, MMXVIII
miércoles, 5 de diciembre de 2018
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