Hace unos días
entré a una librería a preguntar por un libro y me tomó por asalto Rejas, de Walter Lezcano. De modo que no
resistí el asalto, y convertí unos pesos en literatura. Es decir, cambié unos
papeles por otros. Yo no sé si ahora puedo pagar un almuerzo con Rejas, pero de pronto sé que me gustó
leerlo.
Así como pasa con
la novela Luto, de Edgardo Scott, Rejas es un cuento de “policiales”. No hay
un enigma que tengamos que resolver, ni se nos plantea un crimen atroz que
tendrá consecuencias nefastas para la humanidad. Nada de eso. Simplemente hay un
hecho delictivo que desemboca en una decisión de enrejar una casa que sí tendrá
consecuencias para una familia común, corriente, del montón. “Cabeza”, me animo
a creer que diría el mismísimo Lezcano.
Rejas encaja en esa literatura de lo cotidiano, que tiene mucho de vivencia, de
autobiográfico disfrazado de literatura. En alguno de los diarios (creo que en el tercero, ya no
recuerdo bien) Emilio Renzi nos dice que la literatura es contar la vida
personal como si no lo fuera. En Mandinga de amor, Luciana de Mello
parece hacer exactamente eso: nos cuenta una historia de frontera, en la que la
protagonista busca sus orígenes, acaso busca venganza, pero más que nada busca
contar algo que le pasó y que no encuentra mejor modo de hacerlo que en una
novela.
Yo no sé si a
Walter Lezcano lo robaron alguna vez, y si acaso tuvo que enrejar su casa. Ni siquiera
sé si tiene una casa. Pero sí sé que sabe tomarle el pulso a esa realidad del
día a día que nos abruma a todos. Con una escritura sencilla, Rejas logra hacernos pensar en qué
carajo nos pasa a los que vivimos libres que tenemos que estar tras las rejas
para sentirnos seguros, pero que daríamos lo que no tenemos para no ir presos. O
tras las “rejas”, como quien dice.
Está muy bien que
este cuento nos muestre una realidad que se nos plantea esquiva: no queremos
creer que vivimos atolondrados por una seguridad del candado y la cerradura y
que los chorros, los verdaderos chorros, se cagan de risa de nuestras
preocupaciones.
Si yo tuviera una
visión conspirativa del mundo diría que Rejas
nos induce a pensar que los chorros laburan para las empresas de seguridad,
para los herreros, para los fabricantes de candados y tantas otras cosas que ya
han dicho otros antes y mejor, como un tal Marx, Carlos en su breve texto “Elogio
del crimen”, que nos dice:
EI filósofo produce ideas,
el poeta poemas, el cura sermones, el profesor compendios, etc. EI delincuente
produce delitos. Fijémonos un poco más de cerca en la conexión que existe entre
esta última rama de producción y el conjunto de la sociedad y ello nos ayudará
a sobreponernos a muchos prejuicios. El delincuente no produce solamente
delitos: produce: además, el derecho penal y, con ello, al mismo tiempo, al
profesor encargado de sustentar cursos sobre esta materia y, además, el
inevitable compendio en que este mismo profesor lanza al mercado sus lecciones
como una "mercancía". Lo cual contribuye a incrementar la riqueza
nacional, aparte de la fruición privada que, según nos hace ver, un testigo
competente, el señor profesor Roscher, el manuscrito del compendio produce a su
propio autor.
EI delincuente produce,
asimismo, toda la policía y la administración de justicia penal: esbirros, jueces,
verdugos, jurados, etc., y, a su vez, todas estas diferentes ramas de industria
que representan otras tantas categorías de la división social del trabajo;
desarrollan diferentes capacidades del espíritu humano, crean nuevas
necesidades y nuevos modos de satisfacerlas. Solamente la tortura ha dado pie a
los más ingeniosos inventos mecánicos y ocupa, en la producción de sus
instrumentos, a gran número de honrados artesanos.
Fernando Berton
Diciembre, MMXVIII
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