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jueves, 20 de diciembre de 2018

Bordes filosos o bordes redondeados



Hace unos días entré a una librería a preguntar por un libro y me tomó por asalto Rejas, de Walter Lezcano. De modo que no resistí el asalto, y convertí unos pesos en literatura. Es decir, cambié unos papeles por otros. Yo no sé si ahora puedo pagar un almuerzo con Rejas, pero de pronto sé que me gustó leerlo.

Así como pasa con la novela Luto, de Edgardo Scott, Rejas es un cuento de “policiales”. No hay un enigma que tengamos que resolver, ni se nos plantea un crimen atroz que tendrá consecuencias nefastas para la humanidad. Nada de eso. Simplemente hay un hecho delictivo que desemboca en una decisión de enrejar una casa que sí tendrá consecuencias para una familia común, corriente, del montón. “Cabeza”, me animo a creer que diría el mismísimo Lezcano.

Rejas encaja en esa literatura de lo cotidiano, que tiene mucho de vivencia, de autobiográfico disfrazado de literatura. En alguno  de los diarios (creo que en el tercero, ya no recuerdo bien) Emilio Renzi nos dice que la literatura es contar la vida personal como si no lo fuera.  En Mandinga de amor, Luciana de Mello parece hacer exactamente eso: nos cuenta una historia de frontera, en la que la protagonista busca sus orígenes, acaso busca venganza, pero más que nada busca contar algo que le pasó y que no encuentra mejor modo de hacerlo que en una novela.

Yo no sé si a Walter Lezcano lo robaron alguna vez, y si acaso tuvo que enrejar su casa. Ni siquiera sé si tiene una casa. Pero sí sé que sabe tomarle el pulso a esa realidad del día a día que nos abruma a todos. Con una escritura sencilla, Rejas logra hacernos pensar en qué carajo nos pasa a los que vivimos libres que tenemos que estar tras las rejas para sentirnos seguros, pero que daríamos lo que no tenemos para no ir presos. O tras las “rejas”, como quien dice.

Está muy bien que este cuento nos muestre una realidad que se nos plantea esquiva: no queremos creer que vivimos atolondrados por una seguridad del candado y la cerradura y que los chorros, los verdaderos chorros, se cagan de risa de nuestras preocupaciones.

Si yo tuviera una visión conspirativa del mundo diría que Rejas nos induce a pensar que los chorros laburan para las empresas de seguridad, para los herreros, para los fabricantes de candados y tantas otras cosas que ya han dicho otros antes y mejor, como un tal Marx, Carlos en su breve texto “Elogio del crimen”, que nos dice:

EI filósofo produce ideas, el poeta poemas, el cura sermones, el profesor compendios, etc. EI delincuente produce delitos. Fijémonos un poco más de cerca en la conexión que existe entre esta última rama de producción y el conjunto de la sociedad y ello nos ayudará a sobreponernos a muchos prejuicios. El delincuente no produce solamente delitos: produce: además, el derecho penal y, con ello, al mismo tiempo, al profesor encargado de sustentar cursos sobre esta materia y, además, el inevitable compendio en que este mismo profesor lanza al mercado sus lecciones como una "mercancía". Lo cual contribuye a incrementar la riqueza nacional, aparte de la fruición privada que, según nos hace ver, un testigo competente, el señor profesor Roscher, el manuscrito del compendio produce a su propio autor.

EI delincuente produce, asimismo, toda la policía y la administración de justicia penal: esbirros, jueces, verdugos, jurados, etc., y, a su vez, todas estas diferentes ramas de industria que representan otras tantas categorías de la división social del trabajo; desarrollan diferentes capacidades del espíritu humano, crean nuevas necesidades y nuevos modos de satisfacerlas. Solamente la tortura ha dado pie a los más ingeniosos inventos mecánicos y ocupa, en la producción de sus instrumentos, a gran número de honrados artesanos.

Para terminar, digamos que esta narración de Walter Lezcano no plantea así directamente estas cuestiones ya que no es un estudio sociológico. Es simplemente literatura, que se encarga de poner frente a nuestros ojos la vida cotidiana, y las preguntas que necesariamente tenemos que hacernos cuando nos damos cuenta de que fuimos víctimas, una vez más, de un sistema que nos induce todo el tiempo a comprar, ya sea una tele que nos dirá que vivimos inseguros, como una reja que nos hará creer, por un efímero instante, que hemos conjurado el peligro.


Fernando Berton
Diciembre, MMXVIII 

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