Vamos a abordar la lectura de La incendiada a partir de sus tópicos, y que vamos a dividir en
tres:
i.
Las manos que hacen (y deshacen, y rompen)
ii.
Las cenizas del incendio
iii.
Los espejos que le muestran a la yo poética lo
que es, o lo que no es, o lo que no quiere ser.
La incendiada del
espejo es un poemario que funciona (aunque no solamente) sobre este
tríptico temático y se abre a los ojos del lector en distintas capas. Hace que
cada poema re signifique al anterior, aún cuando a priori pareciera que
estuviesen desconectados.
En efecto, a medida que avanzamos en la lectura, notamos que
lo dicho antes vuelve a ser dicho, aunque con algún cambio sutil. Veremos,
entonces, algunos ejemplos de cada uno de estos puntos.
i.
Con
mis manos
Con mis manos
Desenmascaro.
Con mis manos,
Digo y tiemblo.
Pregunto a tu piel
Erguida en un altar
De pianos y violines.
Y hago y deshago,
Y entierro y profano.
Con mis manos
Soy y miento.
Aquí, la yo
lírica se para frente al mundo y dice que con sus manos hace y deshace y profana y
miente. Esas manos que usa para escribir van del nuevo significado a la nueva
sensación que la hace temblar al descubrir el poder de esa palabra. Y entonces
llegará a destruir lo conseguido, a enterrarlo, y otra vez a destruir: la
profanación es la destrucción de lo enterrado.
Con mis manos / soy y miento nos dice por último. ¿Qué nos dice? Que
con las manos crea nuevos sentidos, todo el tiempo y
que, por lo tanto, ha deshecho lo que dijo antes, y por eso nos miente: “la literatura
es mentira”
Veamos otro
poema:
Tocar lo invisible
Alguna vez quise tocar
Lo invisible del cielo.
Palpar el aire y vencerlo.
Pero hacer un puente
No es tan sencillo.
Se necesitan muchos
Pájaros. Y no todos los
Pájaros están en el cielo.
Esta sinestesia con que se titula al poema nos
hace pensar nuevamente en el poema que da inicio al libro: tocamos con las
manos, ciertamente, y la sensación debería ser táctil y no ocular. Pero vemos
con los dedos ante un estado de ceguera. Esas manos que hacen y deshacen al
comienzo, aquí tocan lo que no se ve. Por eso no están contadas. Por eso hay
que hacer un puente con pájaros, que unen puntos distantes y construyen nidos y
sin embargo, no tienen manos.
Aquí, esta yo lírica nos pone frente a la misma
situación: con manos no dichas, nos muestra lo invisible.
ii.
Las cenizas
del incendio
Metamorfosis
He regresado
y he visto
A
mi propia muerte besarme la nuca.
He
visto como el frío antaño se hizo presente
Y
me convirtió en ave.
He
traspasado los ángulos de la muerte.
Y
en los halos de luz proyecté
Mis
recuerdos de amor y odio.
He
visto mi resurrección,
Mi
volverme sabiduría, mi creer en
El
puente infinito entre las almas gemelas.
He
sentido cenizas en mis manos mientras
Me
convierto en ave, vuelo y me escapo.
Las Metamorfosis,
de Ovidio, contienen un mundo de transformación donde aparece un gran número de
aves. Las aves, tan cercanas al cielo, han sido desde siempre metáfora del
alma, y usadas por religiones diversas para predecir el futuro. El “augur” era
aquél sacerdote capaz de interpretar las señales de las aves.
Pero los hombres mediterráneos miraban a oriente
para saber dónde estaban ubicados: de allí les venía el sol cada mañana, y de
allí viene la palabra orientarse. Y es en Egipto donde nos encontramos con el
mito del ave Fénix, que acaso ha sentido
cenizas en mis propias manos mientras / me convierto en ave, vuelo y me escapo.
Y tal vez, mirando un poco más allá, en el oriente
lejano, nos encontramos con el mito de Zin Nu, la tejedora, a quienes los
dioses, por envidia de las pasiones humanas, la separaron de su amante y la
condenaron a la soledad. Pero cada año, las urracas ayudan a tender el puente infinito entre las almas gemelas.
La ceniza
La ceniza cayó ahogada
En el sosiego de su yerro.
Y al chocar contra el suelo,
Explotó en mil pedazos de
Ausencias, de adioses.
Los oídos rotos no pudieron
Escucharla, se hundieron.
El agua vino a su rescate
Y barrió con todos los
Lados del recuerdo.
La ceniza vacila, ahora.
Que todo es eterno.
Y se resuelve a irse,
A morirse todos los días.
Esta yo poética nos habla del ciclo eterno de la
vida y de la muerte, de su propia muerte a la que ha visto besarme la nuca (Ver “Metamorfosis”). Nos habla, también, de este
estado de cosas en el que el fuego se extingue en el agua en un viaje desde el
big bang hasta el olvido.
Pero así como antes el augurio la llevaba a volar
en busca de un alma gemela, aquí, en cambio, ese ciclo se cumple por la
inversa: la muerte cotidiana, la desesperanza por saber si habrá un nuevo día. El
sueño, para los hombres primitivos, debe haber sido una experiencia terrible
irse a dormir, cada noche, creyendo que el sol no regresaría, creyendo que sus
almas no les volverían a los cuerpos.
Esta ceniza, en cambio, ha aprendido de la
eternidad y por lo tanto se resuelve a
irse / a morirse todos los días.
iii.
Los espejos
Para finalizar, diremos que el lector desprevenido –asiduo visitante
de estas páginas– ya a esta altura ha resuelto el acertijo, y
casi intuye que iremos por el lado de los reflejos, que no son otra cosa que
apariencias, imágenes paganas de nosotros mismos antes de creer en lo que
somos. Cada vez que nos miramos al espejo, ¿nos vemos o es el otro el que nos
ve?
Me miro
Me miro el reflejo
Y le pongo nombre
A mi expresión.
Hay cosas que
Forman frases que
Llevan otras cosas
En su interior,
Ya sea un libro
O un tatuaje.
Hay cosas que
Forman momentos que dejan en mí
Reflejo esa expresión
Sin nombre
Toda esta reflexión –nunca mejor dicho– acerca de
los espejos, nos habla del ida y vuelta entre los significantes y sus
significados, de esas frases que / llevan
otras cosas / en su interior. Y esa situación deja a la yo poética sin
palabra, sin nombre.
Furia
No te contagies de mis llamas
Que de efímeras no alcanzan
A quemar el odio oxidado.
Si preferís, compañera,
Podés abrazarte en el rincón
Más frío de mi espejo,
Tal vez ahí descubras
Lo inútil del témpano
Que tremolo en mis días de enojo.
O tal vez, te encuentres
A vos misma, sonriendo
Frente al espejo que
No querés traspasar.
Esta yo poética está llena de furia al no poder /
querer salir del espejo. Está en una lucha interior consigo misma entre
mantenerse fría y calma o explotar en llamas. Ese interior que bulle y emana
vapores intoxicantes, se convertirán, quizás, en fríos témpanos que recorran el
lago alrededor del cual vuelan las cenizas volcánicas, que miren con terror ese
río de lava que atenta con la integridad de los ríos de hielo. Ese espejo que
nos muestra siempre la otra cara, la visión de nosotros mismos que no podríamos
tener por nuestros propios ojos, está acá presente para recordarnos, una vez
más, de qué va la cosa en La incendiada
del espejo.