Hay
varios textos siendo escritos mientras que este se produce. Hay, también, otras
actividades que se realizan, como cocinar, o regar las plantas, cambiarlas de
casita para ver si crecen más, sacarle fotos al árbol de al lado que va,
irremediable, perdiendo sus hojas para luego hacerlas crecer de nuevo. Incluso
cuando dos personas están juntas en un mismo lugar y comparten una charla, una
copa o una cena, sus cuerpos ocupan espacios distintos, sus mentes circulan por
lugares distintos. La simultaneidad es solamente tangencial. Borges, en “El
Aleph”, lo dice mejor que nosotros aquí: “Lo que vieron mis ojos fue
simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es.”
Es imposible relatar de manera
sucesiva, por cierto, aquello que es simultáneo. Nos vemos en la obligación de
crear verosímiles, cosas que creemos,
que se parecen a lo que llamamos
verdadero. Al tiempo que alguien existe, existen un sinnúmero de otras personas
y ocurren incalculables hechos. Dicho esto, y habiendo contado meses y días y
esbozado cantidad de horas, nos avocaremos a rememorar momentos.
Una de las claves del Big Bang
es tratar de entender si hace escala en alguna parte. Digamos, si en esa
expansión infinita, alguna de las infinitas partes en que se compone el
espacio-tiempo se queda un rato, por mínimo que sea, a descansar, como quien
baja en el camino a estirar un poco las piernas. En el caso de M y F podemos
intuir que sí, que en su expansión, a veces se quedaban a contemplar. Otras, se
dedicaban a acelerar, y volante en mano, a desplazarse lo más rápido que
pudieran por las rutas para ir a conocer lugares. Por ejemplo el primer gran
viaje fue al complejo H, al ladito del mar, y regenteado por J y C. (J, poco
después, partiría a su viaje personal, pero seguramente sin olvidarse de
ninguno de los que la conocimos). Ahí, en esos poquitos días, M y F comprobaron
que estaban de acuerdo en casi todo. Que tanto podían hablar horas y horas como
pasar una tarde entera en silencio, mientras pasaba la lluvia, y cada cual en
sus cosas. Y ahí fue que F inauguró el género “selfie”, que tanto detestaba
antes. Y así tiene hoy una gran cantidad de selfies de M y F, y siempre M con
su gran sonrisa. Inauguraron, también, las caminatas seguidos por perros que se
ve no tenían mejor cosa que hacer. Y F empezó a entender cómo maneja M, más
despacio, sin acelerar a fondo si un semáforo está por pasar de verde a rojo,
aprendió a ser paciente, a esperar, a disfrutar del camino.
Y charla va, caminata viene,
armaron lo que luego llamarían una “erótica”, el arte de quererse, desearse,
estimularse y esperarse. F, algo antes, había hecho un viaje solo, a recorrer
pueblos a lo largo de una ruta de la provincia de Buenos Aires. M hubiera
querido ir, pero se abstuvo de pedirlo, porque hacía poco que estaban juntos. Pero
durante los días que F estuvo de viaje, no faltó uno en que buscara un bar con wi
fi para chatear un rato con M, mostrarle algunas fotos, extrañarla. El regreso fue
tan bello que luego M se animó a contarle su proyecto de recorrer “de Ushuaia a
La Quiaca”. En partes, claro. Y en eso estaban, a veces más lejos, otras no tanto,
pero recorriendo juntos el camino. Disfrutando de los paisajes y de charlar con
personas en los lugares que visitaron. Hacía nada, incluso, habían ido a San Pedro.
Y de pronto M se sintió mal, y entonces todo quedó en suspenso. Hasta quién sabe
cuándo.
Fernando
Mayo, MMXX
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