En esos mil doscientos cincuenta y
algo días se pueden escribir unas dos mil quinientas ochenta y tantas páginas
de uaráp. Sacando las fotos y los audios y los videos. Y sacando unos cuatro
meses, que se han perdido en el ciberespacio de los cibercafés, que
definitivamente se han perdido. De paso sea dicho, nunca entendí del todo el
concepto de ciber café, pero en fin. Y sin contar los mails, los textos que
escribimos, las horas que charlamos.
Por algún motivo esta pandemia nos
pone contadores. Contamos muertes, contamos infectados, contamos recuperados,
contamos días de cuarentena, de ausencia, preguntamos cuánto falta. Entonces cuento. Llevamos cuarenta y un meses.
No fui al detalle de las horas y los minutos, porque sería engorroso, por
ejemplo escribir veintinueve mil novecientas veintiocho horas.
El objetivo de lo escrito
no debe ser dicho explícitamente por el narrador. Es más, hay que desconfiar de
los narradores que nos dicen “yo cuento esta historia para que ustedes sepan la
verdad del caso Dreyfus”. Es mentira. El caso Dreyfus será una mera excusa para
llevarlos a un submundo de significados, simbolismos, intenciones ocultas. Por
eso es que acá no vamos a decir por qué estamos contando cosas. Solamente contamos
que contamos, como para volver loco a cualquier don Alonso Quesada, o Quejada,
según se prefiera, para devenir luego en Don Quijote.
Pero que se nombre a Don
Quijote no quiere decir que alocadamente debe uno salir a buscar referencias,
no. Solamente son artilugios, o artificios para darle un cierto aire de
intelectualidad a la cosa.
Volviendo al lugar del
que nunca debimos apartarnos, es decir el transcurso normal de los días, el
martes sigue al lunes y la tarde a la mañana, digamos que poco después de ese
30 del 11, M y F acordaron encontrarse el 4 del 12, en horas de la tarde para
asistir a una función de cinematógrafo. Plan que viose alterado el 3 del 12,
cuando un amigo en común, llamémosle B, invitó a una reunión en la casa de
digamos A para un concierto de la banda LB.
Dado que por ese entonces A era más amigo de F que de M, fue F el
encargado de decir a M que la banda LB tocaba en casa de A y que B los invitaba
a ambos dos, es decir, M y F. O F y M, por estricto orden de aparición. M puso algunos
reparos, pero finalmente aceptó, de modo que quedaron en encontrarse en alguna
intersección cercana al domicilio de A, un par de horas antes como para comer
algo y charlar, porque en ese entonces solamente charlaban. Y se besaban
también, como ha sido dicho, pero no mucho más.
Es así, entonces, que en el
viaje, M y F siguieron intercambiando poemas que rondaban el siguiente estilo:
Le propongo la humorada si el temor no lo desvela
de un buen duelo de payada gaucho contra damisela
Si rima le anda faltando
Y nada acude a su cabeza
habrá, amigo F_____o,
de invitarme una cerveza
Poema que sería respondido
más o menos así:
La propuesta fue lanzada
y me pone en un aprieto
no es lo mío la payada
es la prosa, no el verso
bien dice la damisela
la rima me anda
esquivando
así que no me queda otra
que invitarle una cerveza
Quien se pregunte “¿por qué,
después de mil doscientos cuarenta y ocho mil trescientos veintimil días no corrigió
esos versos?” No hay por qué, diría la muchacha china. Tal vez porque así fue, y
no hay motivo para corregir lo que terminó provocando una relación tan hermosa.
¿Qué cambiaría si mejorara esos versos? ¿Habríamos viajado más, escrito más, sido
más jóvenes? Esas dos coplas, por llamarlas de alguna manera, ya que coplas, lo
que se dice coplas, no son, llevaron a M y a F a disfrutarse. A desear estar juntos.
A buscarle la vuelta a los hijos y a los horarios y a los jefes neuróticos o desaforados.
Basta un botón: luego del recital de la banda LB, M y F caminaron cuadras y cuadras
en busca de un lugar donde pasar la noche. No lo hallaron, y por no preguntar, viajaron
en un colectivo más de una hora y caminaron varias cuadras hasta la casa de F para
disfrutarse por primera vez. Y así fue. ¿Qué cambiaría ahora si esos versos fueran
más prolijos?
Fernando
Abril, MMXX
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