Y hay libros que nos encuentran. Nosotros no sabemos que existen. Como mucho, escuchamos hablar o leímos algo acerca de la autora, pero lo que es leer su obra, nada.
Pero los libros no nos encuentran así nomás. Como buenos transmisores de fantasías y cosas imposibles, casi de puras mentiras, que son, se las ingenian para hacer una aparición literaria, en el lugar menos esperado, en el momento menos oportuno. Aquí, querido y a estas alturas descuidado lector desprevenido, puede hacerse una idea de cómo llegó Trafalgar, de Angélica Gorodischer, a nuestras manos.
Ahí nos cuenta las aventruas de un tradicional viajante de comercio, Trafalgar Medrano, pero que comercia en lugares poco tradicionales: otros planetas. Así sabemos que planetas hay muchos y de variada índole. Hay planetas con nombres bellos, como Veroboar, Sechus ,Vexvise o Forendo Lhda.
Pero también hay planetas con nombres sucesivos, como Belanius III, Drenekuta V o Pilandeos VII, que aunque no menos eufónicos, si por lo pronto reiterativos, o bien de descubridores poco imaginativos. (Eso si es que los planetas los nombran solamente sus descubridores). Esas repeticiones nos recuerdan el comienzo del cuento “En el Andén” de José Viñals, que dice algo así:
Hay nombres de ríos en el mundo que inducen a soñar y le agrandan a uno el alma: el Tigris y el Éufrates en primer lugar, el Nilo, el Orinoco, el Ródano, el Danubio, el Tajo, el Pilcomayo, el Paraná, el Bermejo. (…) pero hay nombres de ríos que solo pueden esterilizar al sueño y al soñador. Piénsese en los ríos mayores de mi provincia, llamados inspiradísimamente Primero, Segundo, Tercero, Cuarto y, desde luego, Quinto. Bien, el Segundo y el Tercero fueron mi Tigris y mi Éufrates.
“De Navegantes” nos pinta la personalidad de Trafalgar Medrano: decide cambiar el curso de los acontecimientos en la conquista de América. Bueno, eso que podría llegar a considerarse América pero en otro planeta. Toda la vida, desde “A sound of thunder”, de Bradbury, pensamos que viajar al pasado implicaba la responsabilidad de no tocar nada, para no alterar el futuro. Acá eso no pasa. Pero bueno, como queda dicho, se trata de otro planeta, así que qué importa, ¿no?
En “El mejor día del año”, Trafalgar se las tiene que ver con un infundibulum crono-sinclástico, término acuñado por Kurt Vonnegut en su novela Las sirenas de Titán, y entonces pensamos que puede que no sea tan importante hacer esto o aquello al viajar al pasado. Más que nada porque ese cambio que hace Trafalgar se parece bastante a lo que esperamos de la literatura: alguna idea de lo que esperamos que pase, una utopía, aunque más no sea a unos años luz de distancia.
En estos tiempos, no es poca cosa.
Fernando
Agosto, MMXXI
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