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miércoles, 25 de enero de 2023

Autobiografía de Günter Frager - Capítulo 32

 



¡Que prenda! ¡Que prenda! Prendió. El primer fósforo, prendió. Las llamas en el papel y en la pinocha se extendieron de a poco a las pequeñas ramas y luego empezaron a lamer los troncos. Una vez que el fuego estuvo lo suficientemente intenso, volví a recostarme en el sillón.

El viento hacía zumbar las ramas de los árboles. Pensé en subir a ver si llovía, pero me sentía cansado, tenía la vista nublada todavía, después de la telaraña. El ojo ya no me dolía, pero seguía teniendo un poco de ardor. Si descanso un rato puede que se me pase, pensé. Puse un leño más en el fuego, y me recosté con los pies hacia arriba y la cabeza apoyada en un almohadón.

*

No tengas miedo. No intentes nada. El agua no busca mover la piedra, la rodea. Yo soy y no soy Voggart. Los recuerdos o los sueños son enemigos del futuro. Buscá tu camino en el río, en el abismo. Nada hay más firme que un tembladeral.

Me desperté con un trueno. No podía saber cuánto había dormido. Repetí varias veces las frases de Voggart para recordarlas. Pronto supe que era inútil, me las olvidaría enseguida. Decidí recordar el concepto. Ya inventaría luego frases similares que sirvieran para sugerir la idea.

Ahora tenía que resolver un tema más urgente: encontrar algo para comer. En la cocina no encontré nada. Caminé alrededor de la mesa sin razón aparente. ¿Qué me hacía pensar que caminar alrededor de la mesa me ayudaría a encontrar comida? El viento seguía soplando. Un poco más fuerte. Un poco más despacio. Hubo un trueno, un portazo, un grito. Escuché “Frager” con claridad. ¿Voggart, sos vos? Otra vez escuché que me llamaba, pero no estaba seguro. Encaré la escalera. No había subido ni dos gradas cuando vi a Voggart en el rellano. Me pareció que sostenía un vaso, pero tuve que cerrar los ojos, otra vez volvió el ardor. Voggart, llamé, ayudáme a subir. O vení acá, hay un lindo fuego el hogar.

No contestó. De nuevo le hablé y de nuevo, nada. Como pude, volví al sillón. Tal vez las lágrimas se llevarían las basuras del ojo.

 

Fernando

Enero, MMXXIII 

martes, 24 de enero de 2023

Autobiografía de Günter Frager - Capítulo 31

 



Entramos en el momento en que empezó a llover. Nos costó acostumbrar la vista, porque estaba iluminado con luces tenues, y los muebles eran de madera oscura. Hacía bastante calor, y se respiraba el olor de la cocina: carnes rojas, coles, fritura de cebolla y ajo, pimienta.

Nos atendió Julia, la misma de las cabañas Sherwood.

        ¡Pero!, ¿usted?

        Lo mismo digo, dijo con una carcajada y nos invitó a sentarnos.

Lager se echó a nuestros pies y pronto se quedó dormido.

        ¿Usted lo entrena para que le traiga clientes?

        ¿A Lager? ¡No, qué va!

        ¿En serio se llama Lager?

        Si ustedes le dicen Lager, Lager se llama

        Ah.

        ¿Qué van a querer?

        Cerveza, claro.

        ¿Algo para picar? Tengo unas salchichas con chucrut que les van a encantar. Y si no unas costillitas con salsa agridulce muy buenas.

        Ehhhh…

        Listo, les traigo de las dos.

Y se perdió en la penumbra hacia la cocina.

Laura M. me miró, divertida, y yo encuadré su cara entre las manos como haría un director de cine. O como se ve en las películas, no conozco ningún director de cine personalmente.

        ¿Qué película filmarías conmigo?

        ¿Nueva o remake?

        Remake.

        ¡Bandoleros! Vos harías el personaje de Rachel Welch, por supuesto.

        Mirá, pensé que ibas a decir Un millón de años antes de Cristo.

        Podía ser, pero ahí no hablan, y no quisiera perderme el placer de escuchar tu voz.

        ¡Qué director tan tierno!

        Gracias, gracias.

        ¿Y si tuvieras que hacer una película nueva?

        ¡Uh, qué difícil! No soy bueno para inventar historias.

        Te doy una ayudita. Sería una de suspenso.

        Suspenso. Me gustan las de suspenso. A ver, perá, dejáme pensar. Sí, ya sé, algo así, cuchá: el mundo está en una crisis global muy seria. Hay guerras, catástrofes naturales y políticas por todos lados. Una toma aérea muestra aviones que sobrevuelan Plaza de Mayo, mientras la gente camina preocupada por sus obligaciones pero ni se imaginan lo que se avecina.

        ¿Y cómo filmás eso? Jajaja.

        ¡Perá!, que me desconcentro.

        Perdón, perdón, seguí.

        La toma aérea empieza a bajar y se mete en los pasillos del subsuelo del Banco Nación, recorre la fila interminable de cadetas y cadetes que van a pagar las cargas sociales. Primero rápida. Todos miran a cámara pero no se les distinguen los rasgos.

        Como en The Wall.

        Claro, así. De a poco, la cámara empieza a ir más despacio, las caras comienzan a hacerse nítidas hasta que se detiene en la carcajada de una chica que está con un pible que habla boludeces. Se sientan en el piso. Se besan. Corte. La cámara otra vez recorre el pasillo, primero lenta y de a poco va tomando velocidad hasta que todo es un fundido, como si viajara por un túnel de luz. Sale a la plaza y todo es destrucción, fuego, humo, cadáveres, gente que corre, que grita, que busca refugiarse de los ataques.

        Pero perá, ¿en el ’55 ya se pagaban cargas sociales?

        No sé, ¿pero quién dice que es en el ’55? Más adelante se vería que vuelve a haber un bombardeo a la plaza.

        La historia se repite.

        Sí, pero el mensaje sería que el odio no se terminó.

        Ah, interesante, me gusta.

        Esto les va a gustar más, interrumpe Julia, y deja las cervezas y la picada.

 

Fernando

Enero, 2023 

lunes, 23 de enero de 2023

Autobiografía de Günter Frager - Capítulo 30

 




La casa no es como la que había pensado. Esta tiene unas rejas oxidadas, y tengo que trepar por un árbol para ingresar: las puertas y ventanas de la planta baja están cerradas y no hay manera de abrirlas.

Por dentro se parece bastante a la casa del bosque, si bien está muy descuidada. Busco en los dormitorios, en el baño, el cuarto de enseres del primer piso. Nada. Voggart no está. Bajo por las escaleras a los manotazos para apartar las telarañas. Se me mete una en un ojo y tropiezo en los escalones más bajos. Voy a la cocina, no sale agua. El ojo me arde y me resulta imposible mantenerlo abierto de tanto que molesta y lagrimea. Me lo tapo con la mano para mantenerlo cerrado, y con el otro medio abierto llego hasta el sillón que está frente al hogar. Me siento y miro al piso. Sostengo con dos dedos las pestañas del párpado superior y muevo el inferior de forma enérgica para que las pestañas sirvan como escobilla para barrer las impurezas que entraron al ojo. Terminado el proceso, lo abro despacio. Siento una mejoría, pero todavía arde bastante. Reclino la cabeza en el sillón y me quedo así un rato.

Abro los ojos después de un tiempo. Me molesta apenas. Ya no puedo distinguir se la molestia es real o solo es el recuerdo de que hubo algo ahí. Me acerco a la ventana y noto que es de noche. Me debo haber quedado dormido. Busco el celular para mirar la hora, pero está sin batería. Si no hay agua seguro que no hay luz tampoco, pienso. Acciono la perilla que tengo más cerca. Nada. Intento en la cocina, tal vez esa lamparita está quemada. También nada. Bueno, solo falta que sea luna nueva, me digo, así la oscuridad es total, y que justo pase por acá una jauría de lobos hambrientos y me coman. Tengo a favor que las aberturas de planta baja están cerradas, y los lobos tendrían que subir por los árboles. Difícil, me consuelo mientras busco por ahí unos fósforos o algo para encender un fuego. ¿Quién me habrá mandado dejar de fumar, no?

Ojalá haya una caja de fósforos, pienso con todas mis ganas. Encuentro en la cajonera del bajo mesada una caja de Ranchera con dos (2) unidades. Es de esas que ya no hay, de cera, con la cabeza azul. No sé si estarán ahí desde hace tanto o es que además viajé en el tiempo. Como sea, busco papel o ramas secas para empezar una fogata. Está empezando a hacer frío, se levantó viento y algo debe pasar porque por más que pido, no consigo volver a casa. Será porque estoy muy cansado. O porque no se puede viajar más de una vez un mismo día. No lo sé, Voggart no me explicó cómo funciona, solamente me dijo que hay que desear con todas las fuerzas.

Pero Voggart tampoco aparece.

 

Fernando

Enero, MMXXIII 

domingo, 22 de enero de 2023

Autobiografía de Günter Frager - Capítulo 29


 

Nos pasábamos largos ratos, desnudos, en la terraza del departamento que alquilamos por una semana en Mar de los Llanos, junto a la playa. Era abril y hacía bastante calor. No había otros turistas en el complejo, así que nos quedamos tranquilos sabiendo que no nos iban a denunciar por atentado a la moral y las buenas costumbres.

La piel de Laura M. era morena, y parecía un helado de chocolate y vainilla al descubrir las zonas que rara vez quedan expuestas al rayo del sol. Me gustaba verla así, medio dormida en la reposera, disfrutando del vaivén de su pecho y de su vientre con cada respiración. Tal vez suene extraño, pero me producía una calma inmensa verla así, desnuda, tranquila, lejos por un instante de las preocupaciones diarias, su cuerpo ondulante como un mar calmo. Sea of Tranquility, pensé y me reí fuerte.

        ¿Qué hacés?

        Te miro.

        Jajaja, ¿hace mucho?

        Un rato, no sé.

        ¿No te aburrís?

        ¿De mirarte? ¡Nunca!

        Sos lindo.

        Vos más.

Pero así como podía estar calmo, de pronto su cuerpo se ponía tormentoso y estuvo contoneándose y retorciéndose un buen rato, hasta recuperar la tranquilidad.

Después nos duchamos y salimos a caminar un rato. En la playa nos cruzó un perro con un collar rojo. Se ve que no tenía nada mejor que hacer, y nos siguió por la costa y cuando salimos de la playa. Se había levantado viento, y decidimos caminar por las calles arenosas, llenas de árboles, casas aquí y allá, puestas como al voleo. Al perro le pusimos Lager, una mezcla de nuestros nombres. Lager, traé el palito. Lager, sit. Lager, hacé el muertito. El perro nos miraba, divertido, sin hacer nada de lo que le pedíamos. Lager, hacé caso, carajo, le gritó Laura M., y Lager empezó a gemir y a llorar, claramente ofendido. Bueno, bueno, Lager, no llorés más, vení, vení, perrito lindo, le dijo Laura M., y Lager recuperó el buen talante. El tema es que de tanto nombrarlo nos vinieron ganas de tomar cerveza.

Lager, llevános a una taberna, le dije.

Increíblemente, el pero echó a andar. Lo seguimos, muertos de risa y algo preocupados porque se estaba formando una tormenta. Lager corría, y cada tanto paraba y miraba hacia atrás como para asegurarse de que lo seguíamos. En un momento se escuchó un silbido y Lager salió disparado. Corrimos también, pero era imposible alcanzarlo. Después de una cuadra dejamos de correr y seguimos andando.

        ¿Lo ves?

        No, se escapó.

Hicimos una cuadra más. Laura M. lo llamó, y entonces Lager apareció desde una casa y se quedó ahí, ladrando en medio de la calle, contento de vernos. Nos hizo fiestas cuando llegamos, y los dos hicimos ¡plop! Al leer el cartel: CANTINA – BIERHAUS “DIE ROTE LATERNE” – COMIDA ALEMANA.

 

Fernando

Enero, 2023 

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