Entramos en el momento en que empezó a llover. Nos costó acostumbrar la vista, porque estaba iluminado con luces tenues, y los muebles eran de madera oscura. Hacía bastante calor, y se respiraba el olor de la cocina: carnes rojas, coles, fritura de cebolla y ajo, pimienta.
Nos atendió Julia, la misma de las cabañas Sherwood.
– ¡Pero!, ¿usted?
– Lo mismo digo, dijo con una carcajada y nos invitó a sentarnos.
Lager se echó a nuestros pies y pronto se quedó dormido.
– ¿Usted lo entrena para que le traiga clientes?
– ¿A Lager? ¡No, qué va!
– ¿En serio se llama Lager?
– Si ustedes le dicen Lager, Lager se llama
– Ah.
– ¿Qué van a querer?
– Cerveza, claro.
– ¿Algo para picar? Tengo unas salchichas con chucrut que les van a encantar. Y si no unas costillitas con salsa agridulce muy buenas.
– Ehhhh…
– Listo, les traigo de las dos.
Y se perdió en la penumbra hacia la cocina.
Laura M. me miró, divertida, y yo encuadré su cara entre las manos como haría un director de cine. O como se ve en las películas, no conozco ningún director de cine personalmente.
– ¿Qué película filmarías conmigo?
– ¿Nueva o remake?
– Remake.
– ¡Bandoleros! Vos harías el personaje de Rachel Welch, por supuesto.
– Mirá, pensé que ibas a decir Un millón de años antes de Cristo.
– Podía ser, pero ahí no hablan, y no quisiera perderme el placer de escuchar tu voz.
– ¡Qué director tan tierno!
– Gracias, gracias.
– ¿Y si tuvieras que hacer una película nueva?
– ¡Uh, qué difícil! No soy bueno para inventar historias.
– Te doy una ayudita. Sería una de suspenso.
– Suspenso. Me gustan las de suspenso. A ver, perá, dejáme pensar. Sí, ya sé, algo así, cuchá: el mundo está en una crisis global muy seria. Hay guerras, catástrofes naturales y políticas por todos lados. Una toma aérea muestra aviones que sobrevuelan Plaza de Mayo, mientras la gente camina preocupada por sus obligaciones pero ni se imaginan lo que se avecina.
– ¿Y cómo filmás eso? Jajaja.
– ¡Perá!, que me desconcentro.
– Perdón, perdón, seguí.
– La toma aérea empieza a bajar y se mete en los pasillos del subsuelo del Banco Nación, recorre la fila interminable de cadetas y cadetes que van a pagar las cargas sociales. Primero rápida. Todos miran a cámara pero no se les distinguen los rasgos.
– Como en The Wall.
– Claro, así. De a poco, la cámara empieza a ir más despacio, las caras comienzan a hacerse nítidas hasta que se detiene en la carcajada de una chica que está con un pible que habla boludeces. Se sientan en el piso. Se besan. Corte. La cámara otra vez recorre el pasillo, primero lenta y de a poco va tomando velocidad hasta que todo es un fundido, como si viajara por un túnel de luz. Sale a la plaza y todo es destrucción, fuego, humo, cadáveres, gente que corre, que grita, que busca refugiarse de los ataques.
– Pero perá, ¿en el ’55 ya se pagaban cargas sociales?
– No sé, ¿pero quién dice que es en el ’55? Más adelante se vería que vuelve a haber un bombardeo a la plaza.
– La historia se repite.
– Sí, pero el mensaje sería que el odio no se terminó.
– Ah, interesante, me gusta.
– Esto les va a gustar más, interrumpe Julia, y deja las cervezas y la picada.
Fernando
Enero, 2023
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