Todos salimos al día siguiente. Riqui no. Quedó guardado varios días por tener antecedentes. Está incomunicado, nos dijeron cada vez que fuimos para verlo. ¿Quieren ir a la gayola también, así lo ven?, nos amenazaron la última vez que pasamos por la taquería.
Al salir nos cruzamos con la rati que nos mandó a la sombra. Nos miramos con recelo. Se detuvo. Con los pulgares en el chaleco anti bala nos dijo que no nos quería ver más por ahí, y en especial a mí. La miré con odio. Empecé a caminar y lo rocé con un codo. En un segundo me agarró de una muñeca, me aplastó el brazo a la espalda y me dijo al oído, con los dientes apretados, te dije que no te quiero ver más, ¿entendés, zapato? No respondí. Insistió hasta que escupí un sí entre los dientes. Muy bien, dijo al soltarme. Ahora tomatelás y no vengas más si no querés ir a parar con tu amiguito.
Fuimos al Bar Fuentes a tomar unas cervezas y ver de qué mejor manera sacar a Riqui de la cana. Pero Rómulo nos dijo que si no le íbamos a pagar que mejor fuéramos a otra parte. Eh, Romulón, no te ortibés, che, ya se va saldar lo adeudado, intentamos convencerlo. Vía, vía, sentenció Rómulo y nos espantó con la escoba.
Del Bar y Billares Sur también nos sacaron volando, pero ni siquiera llegamos a cruzar la puerta de entrada.
Yo fui a la estación a ver si conseguía unos pesos. Una hora y media me costó juntar para una birra en el quiosco, que no duró ni quince minutos. Estaba bien fresquita, eso sí.
Fernando
Noviembre, 2022
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