Lo descubrí una mañana que llegué temprano al trabajo, y como no había nadie en la oficina, me fui a tomar un café mientras esperaba. Poco después ya era adicto al Bar la Poesía, de Bolívar y Chile, y me sentaba en la misma mesa, siempre que fuera posible. Incluso hasta llegué a saludar y preguntarles cómo andaban a algunos proveedores: el sodero, el que lava la mantelería, y uno que llegaba en moto y de traje pero nunca supe proveedor de qué era.
Allí conocí a mi musa Cairíope, que habitaba en la parte de abajo de las mesas, solo para que yo pudiera comenzar a escribir nuevamente, después de tantos años.
Nunca más pude comunicarme con ella. Sé que ahora anda ocupada en inspirar a otros talentos en talleres de monstruos y otras fantasías. Asi que aquí va mi homenaje.
¡Salú!
Fernando
Febrero, MMXXII
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