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sábado, 2 de abril de 2016

Leer en voz baja


     Cuando Agustín de Hipona (San Agustín) conoce a Ambrosio de Milán (San Ambrosio), una de las cosas que le llaman la atención es que Ambrosio leía en voz baja. Es decir, pasaba los ojos por el texto y acaso movía un poco los labios, pero no emitía sonido alguno en la lectura.
    Y esto es sorprendente por partida doble: en primer lugar, porque ocurre en el siglo IV de la era cristiana. Y porque la lectura para sí solamente se generalizaría 11 siglos después, cuando la invención de la imprenta populariza el libro, y entonces la gente puede adquirir libros y leer sin necesidad de un narrador.
    De todos modos, recién a fines del siglo XIX o comienzos del XX hay verdaderas acciones en pos de combatir el analfabetismo. En efecto, cuando el capitalismo entra en su etapa de desarrollo más avanzada, la necesidad de lectores crece, y por lo tanto aparecen la escuela obligatoria y pública, los grandes periódicos, las ediciones más económicas, los escritores profesionales.
   Todo esto obedece a la necesidad de vender libros, no vaya a creer en el puro altruismo el desprevenido lector de otras veces.
 
   Ahora bien, en los últimos tiempos, el teléfono celular hizo posible la conversación en cualquier lugar. Pero luego, como resultaba bastante oneroso su uso indiscriminado, los siempre altruistas empresarios telefónicos inventaron el mensaje de texto y el correo electrónico. Ambas cosas pusieron al descubierto las enormes dificultades del común de la gente en acertar con las reglas ortográficas. Así, cosas que creíamos desterradas -como el dengue-, volvieron a la luz: hay por ahí, ay por hay, cansión por canción y pedasito por pedacito surgieron de sus tumbas cual zombies, tan populares hoy día, también.

   En consecuencia, hoy vemos que el mensaje de texto (¡detesto los mensajes de texto!) se van emparejando a los mensajes de voz. O comúnmente conocidos como "audios". Te mandé un audio, dice el texto. Y ahí van todos, en la avenida, en la peatonal, en el colectivo o el tren, mandando audios a la vista de todo el mundo. Bueno, disculpará el lector prevenido el oxímoron, los audios se mandan al oído de todo el mundo, digamos.

  Pero, así como Ambrosio de Milan leía para sí para evitar ser interrumpido, esta novedosa forma de conversación interrupta tiene la misma particularidad: al mandar un audio, el emisor evita las posibles interrupciones a las que estaría sometido en caso de una conversación telefónica tradicional. (Esto no evita que la respuesta sea "¡pero qué decís, boludo!", pero al menos no mientras el emisor emite y el receptor recepta).

  Es decir, el envío de audios hace que no se noten las faltas de ortografía, y evitan las insostenibles discusiones de los programas de panelistas a los que la TV es tan afecta, donde todos hablan a la vez y no terminamos entendiendo nada.

  Una ensalada cósmica en la que da lo mismo que el boleto cueste 3 o 6; después de todo, no es tanta la diferencia entre gastar el doble y cobrar solamente un cuarto más.

  Disculpará el lector prevenido esta conclusión algo traída de los pelos, pero resulta que tiene algo que ver: al llevar a la gente a la simplificación, lo que estamos logrando es una mayor dependencia de los que tienen los medios de comunicación en sus manos, llámese diario, radio, canal de tv o empresa de mensajería instantánea por celular. Sepa el lector que "los tres simples pasos" en los que estas compañías quieren hacernos creer que consiste todo, no son tan simples ni tan tres. El trabajo, el cultivarse, el salir adelante a fuerza de superarse uno mismo siguen siendo válidos. Te lo digan por texto o por audio.

 ¡Salud!




Fernando Berton
Abril MMXVI


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