Decíamos en el artículo Perder el tiempo que las horas parecían tener un cuerpo, ser objetos. Citábamos también a Bradbury, que en su libro El árbol de las brujas en un momento, al modo borgeano de “El Aleph”, logra ver en un pozo todo el viaje de diez mil años que hicieron los protagonistas.
Esas horas que pueden ser eternas cuando el llamado que esperamos no llega, o ser efímeras cuando disfrutamos de la compañía de alguien, durante el sueño pierden toda relación con esto en función de que nuestra conciencia se apaga por un rato. Desde el momento exacto de quedarnos dormidos hasta despertar, no sabemos cuánto tiempo ha transcurrido si no miramos el reloj. O por la ventana, para ver si ya ha amanecido. (¡Cuántas veces, en esos inviernos crudos, hemos confundido la mañana con la noche y seguimos durmiendo!).
Cuántas veces, también, nos hemos ido a dormir simplemente para quitarle presión a esas horas que insistían en no pasar, en ese llamado que insistía en no llegar, y teñían los minutos en horas, las horas en semanas.
¿Cuánto tiempo hay que esperar un llamado? ¿Cuándo hay que dejar la prudencia a un costado? ¿Es posible que alguien pueda no contestar nuestro mensaje de texto?
Así no hay dentadura que aguante.
Fernando
Abril, MMXXI
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