Laércio y Márcia viven en un piso de Villa Magnano II, casi en los límites de la ciudad. Son funcionarios de H. y M., tienen cuatro hijas y esperan una quinta. En verdad, esperan que sea quinto, pero saben que las probabilidades son más que bajas. Están casados hace diez años, y fueron activistas con fuerte participación en el movimiento por la reproducción saludable, surgido en respuesta a la campaña desenfrenada de intercambio internacional que terminó por diezmar a la población. Pasaron a H. y M. cuando las cosas se calmaron un poco. Laércio formó una división de investigaciones históricas, sacando partido de la flexibilización en las políticas de clasificación de documentos secretos de los estados miembros de las principales organizaciones internacionales. Inicialmente dio con una gran cantidad de información provista por ex funcionarios de esos organismos, que lo ayudaron a apuntalar su hipótesis acerca de los motivos que estarían causando el no nacimiento de hombres. Pero a poco más de un año de iniciado su trabajo, varios de sus informantes dejaron de informar, o bien abandonaron sus domicilios de pronto, sin indicar nueva residencia.
Aunque Laércio había documentado los hechos con declaraciones de testigos, miembros de las fuerzas vivas y rubricados por notario público, de modo de abonar aún más la teoría de la conspiración, llegado a ese punto, casi no pudo avanzar en la obtención de pruebas fehacientes, por lo que su trabajo se estancó, y finalmente, al rendir cuenta del estado de su proyecto al comité de supervisión de H. y M., le pidieron que tomara a cargo otra investigación, dándole sesenta días para elaborar un papel de presentación del nuevo caso de estudio.
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