Comprar RELACIONES

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domingo, 20 de septiembre de 2020

No quiero mi chip

 En estos días en que está tan de moda oponerse a cualquier cosa por cualquier motivo, como por ejemplo no querer una vacuna porque se sostiene que nos cambiaría el ADN y nos metería un chip que nos haría consumidores incapaces de contener nuestras ansias de comprar y comprar, se me ocurre que motivos no les faltan a estos para creer esas cosas. Se me ocurre también que la pifian en el método de protestar, pero eso es otro cantar. Tal vez sea que al chip ya se los pusieron y entonces, pobres, no tienen ya capacidad de razonar, y al más mínimo toque del gurú de turno salen contra viento y virus a escupir sus furias.

Nota relacionada: La Covid-19 mata

 Leí hace poco un artículo en BBC Mundo que cita a tres personalidades internacionales a pensar la pandemia de Covid-19 y especular sobre sus consecuencias.

 La vigilancia subcutánea puede, llegado el caso, determinar quién vive y quién no. Por ejemplo, esos que usan bloqueadores de publicidad, o que ven los anuncios pero no hacen clic en ellos, o que no entran cada dos minutos a ver las novedades en sus redes. Las redes son, de alguna manera, un intento por aproximarse a las cosas que hacen felices a las personas. Como hemos dicho en otras oportunidades, la belleza de un texto reside en el hecho de leerlo, y la lectura es un acto inmaterial. Existe el libro y existe el lector, pero la lectura no existe como objeto tangible. Puedo escribir un nuevo texto con la lectura que hago de este, pero la relación que surge del hecho de poner el lector a funcionar el texto no tiene materia. Es algo que ocurre fuera del mundo palpable. Entonces, cuando quienes venden objetos se dan cuenta de que la felicidad reside en la posesión del objeto y no en el objeto en sí, es cuando de alguna forma empiezan a buscar la satisfacción virtual: likes, vistas, comentarios, reenvíos y publicaciones compartidas son, al fin del día, cuantificaciones de la felicidad inmaterial que nos produce la visión de un cuadro, la escucha de una obra musical o la lectura de un texto. Y tener, sí, un objeto que represente la virtualidad es el gran oxímoron al que nadie presta mayor atención. En efecto, para ser galardonado con estas felicidades materiales necesito un objeto real, que puede ser un teléfono, una tableta, una computadora (a cambio del libro de papel, la escultura, la orquesta en vivo o el cuadro colgado en una pared). Las pantallas planas son las preferidas por los vendedores de felicidad virtual, ya que no presentan rugosidades, nos inducen a creer que el mundo no tiene rispideces, que no nos vamos a cortar un dedo por meterlo accidentalmente entre una tecla y otra (aunque, a decir verdad, esto es más propio de la vieja máquina de escribir que de la moderna computadora).

 En consecuencia, este mundo virtual al que empezamos a acostumbrarnos con la irrupción masiva de la internet allá por los años noventa del siglo XX, hoy se ve exacerbada por la aparición de la pandemia de coronavirus que ha hecho explotar las ventas por internet, los espectáculos transmitidos por la red, las conferencias por aplicaciones, las video llamadas a amigos y familiares, incluso el sexo por celular (de alguna manera anticipado por Divididos en su canción “Spaghetti del rock”) y la lectura de diarios y libros y la escucha de canciones desde la nube hacen que todo sea, así como alguna vez hablamos de los “tres simples pasos”, tan fácil como hacer clic. No está mal hacer clic para que pase algo. Pensemos, si no, en encender una luz. Eso nos ha facilitado mucho las cosas. Un poco antes de la electricidad, iluminar un ambiente implicaba un montón de otras acciones: buscar los fósforos, las velas, el combustible del farol, etcétera. De pronto, descubrimos que accionando una tecla nuestra habitación se iluminaba, lo que nos daba más tiempo para remolonear, o afeitarnos, o vaya uno a saber qué otras cosas que pueden hacerse con ese tiempo de menos que precisamos para prender la luz.

 Pero quiero volver por un instante a la lectura del diario por internet. Previo a esto, no había más alternativa que comprar el diario de papel, aunque solamente fuera para envolver las papas. El diario solamente sabía que se vendían tantos ejemplares, y no tenía manera de saber qué notas eran las más leídas. Por eso, los titulares de las notas también daban información, por ejemplo: “Mueren dos personas al chocar una moto con un automóvil”.

Página 12, 19/09/2020

De alguna manera, si un lector de diario pasaba la vista por los titulares, al finalizar ese “zapping” de hojas tenía más o menos una idea de los hechos que el diario en cuestión consideró importante publicar. Sin embargo, en tiempos de la interné, un diario publica titulares del estilo “Juan de los Palotes cruzó a Fulano de Tal, leé acá”. “Mirá lo que le pasó cuando quiso abrir la puerta”. “Infartantes imágenes de la Princesa de la Vendimia”. Y así siguiendo. Es decir, únicamente tenemos lo que se conoce como “título carnada” (traducción casera del término inglés “clickbait”), para que el lector desprevenido pique. Hoy la publicidad no se vende por cantidad de ejemplares sino por cantidad de clics.
  
Infobae - 19/09/2020

En los ejemplos sobre el mismo hecho, vemos cómo en un caso sabemos que un equipo de fútbol ganó y también el resultado, mientras que en el otro, si bien nos habla del triunfo, nos quiere hacer picar con  la "sorpresa por la cantidad de goles". Es decir, si quiero saber el resultado, no me queda otra que hacer clic.

 

 En suma, si nosotros no “picamos”, no contamos. No nos consideran necesarios para que el modelo se reproduzca. En cualquier momento, entonces, si ese brazalete biométrico que utilizamos para saber si caminamos cinco pasos más que ayer considera que no hemos hecho suficientes clics, puede, sin más, hacernos desaparecer. Este es el final conspiranoide propuesto al tema, pero bien puede ser que ya no nos permitan acceder a determinadas páginas, o que las empresas no vean nuestros currículos virtuales o, si los ven, nos descarten rápidamente. ¿O acaso alguien cree que los “cazadores de cabezas” (traducción casera de la palabra “headhunter”) no miran los perfiles públicos de los postulantes antes de decidir llamarlos o no a una entrevista?

Me parece que el mundo no es mejor ni peor ahora que antes. Solamente se presenta de otro modo. Antes y ahora nos pone frente a dificultades que tenemos que sortear, problemas que resolver. Sí creo que se ha hecho más vertiginoso, y eso hace que no tengamos demasiado tiempo para pensar las cosas, buscar la manera de solucionar los inconvenientes que se nos presentan. Entender cómo funciona nos puede ayudar a seguir en la cresta de la ola, o bien decidir bajar y mirar un poco el paisaje desde la playa, aunque eso implique no tener auto ni la remota posibilidad de comprar una moto siquiera: y de todos modos, como Sócrates, ser felices de saber todas las cosas que hay en el mercado que no necesitamos. Esto claro, es una forma amable de pensar lo mismo desde el otro lado: si decidimos bajarnos, el mercado ya no nos necesitará, y es ahí donde nos apagará el acceso a todas estas bellas virtualidades.

 

Fernando

Setiembre, MMXX

 

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