Cosas que pasan es un blog que no se caracteriza por divulgar la obra ajena de manera completa. Lo hace desde la reseña, la crítica, el impresionismo. Pero obra completa de otros autores casi que no.
Hoy, sin embargo, se hará una excepción, y presenta un texto del conde Alejandro von Belda, nacido en Baviera en 1899, muerto en 1912, en la madrugada del 15 de abril, mientras buscaba nuevos horizontes en su viaje desde Europa a América.
Por ciertos errores en la burocracia cósmica, renació en Argentina años más tarde, hijo de Herman Bigalski, Caballero de la Orden de Leopoldo con Espadas, destituído Alcalde de la municipalidad de DEURNE, distrito y provincia de Amberes, arribado al Río de la Plata en busca de mejor fortuna, que no encontró.
Renombrado como Alejandro Belda, cruzó sus caminos con un servidor a comienzos del siglo xxi, en circunstancias poco claras, pero que llegaron al intercambio de determinadas obras.
En honor a este magnífico encuentro, Cosas que pasan se complace en presentar a continuación un texto original e inédito, hasta el momento, del susodicho.
Esperamos que el lector desprevenido y el habituado logren disfrutarlo.
¡Salud!
La Sentencia
Hoy, sin embargo, se hará una excepción, y presenta un texto del conde Alejandro von Belda, nacido en Baviera en 1899, muerto en 1912, en la madrugada del 15 de abril, mientras buscaba nuevos horizontes en su viaje desde Europa a América.
Por ciertos errores en la burocracia cósmica, renació en Argentina años más tarde, hijo de Herman Bigalski, Caballero de la Orden de Leopoldo con Espadas, destituído Alcalde de la municipalidad de DEURNE, distrito y provincia de Amberes, arribado al Río de la Plata en busca de mejor fortuna, que no encontró.
Renombrado como Alejandro Belda, cruzó sus caminos con un servidor a comienzos del siglo xxi, en circunstancias poco claras, pero que llegaron al intercambio de determinadas obras.
En honor a este magnífico encuentro, Cosas que pasan se complace en presentar a continuación un texto original e inédito, hasta el momento, del susodicho.
Esperamos que el lector desprevenido y el habituado logren disfrutarlo.
¡Salud!
La Sentencia
Estaba viviendo en la periferia de Kosovo. El barrio, con casas al
fondo, pequeñas quintas y alambre tejido al frente, bien podría haber parecido
cualquier otro suburbio tranquilo del mundo, a no ser que la guerra había
destruido todo. De mi casa solo quedaban escombros.
En esa desolación estaba cuando escuché, creo que de una radio portátil
de un vecino, una noticia que me generó indignación: el Papa recorrería las
zonas bombardeadas. Estaba pensando en lo poco que me importaba el papa y la hipocresía
de la iglesia católica, cuando noté, por el revuelo de los vecinos, que el
personaje pasaría por el frente de lo que había sido mi casa.
Debo confesar que tuve un ataque de cholulismo, y quise llegar hasta la
verja para verlo pasar. En eso recordé algo que había dibujado hacía tiempo y
que había podido rescatar de entre las ruinas. Lo llevé para mostrárselo.
Estaba pasando Juan Pablo II. No noté la comitiva, parecía que caminaba
sólo, puerta a puerta como un vendedor ambulante. Ahí lo encaré y le dije que
tenía un dibujo para mostrarle. El
viejito de ojos azules era inexpresivo y pausado. Podía pensarse que se la daba
de importante o que estaba en otra frecuencia. Le di el dibujo y mientras él lo
observaba (me da vergüenza recordarlo), comencé a explicárselo con verborragia:
El dibujo tenía dos rostros de Jesús superpuestos, uno mirando hacia abajo y
otro hacia arriba; le conté que mi intención había sido representar la parte
humana que miraba los hombres y la divina que miraba hacia arriba.
El papa, con el dibujo en las manos, en un instante que me pareció una
eternidad, guardó silencio.
De pronto sentenció algo, que en principio pensé había entendido mal: -
Tenés que escribir sobre esto.-
Y eso fue todo.
…………………………………………..
Estimado Juan Pablo II
Ignoro cuál es el protocolo para
dirigirme a usted, en estas circunstancias. Es claro que cualquier protocolo
sería una especulación literaria, particularmente cuando se le escribe a una
persona muerta y no es mi intención hoy ornamentar con palabras, sino organizar
un contenido.
Si deseo aclararle mi posición de
respeto y mi condición de no practicante de la fe católica.
Cuando pensé que mi tarea
encomendada estaba cumplida, dado que había escrito el texto que figura más
arriba bajo la premisa “escriba sobre este tema”, me encontré con la invitación
a redactar esta “carta abierta” y nuevamente quedo perplejo ante esta misión a
realizar.
Calculo que tendré que escribir
sobre el Cristo humano que mira hacia adelante y el Cristo dios que mira hacia
arriba. Y pienso en los aviones de la revolución del ’55 con la leyenda pintada
en las alas “Cristo Vence” que bombardearon al pueblo en la Plaza de Mayo.
Alguno habrá mirado hacia arriba antes de morir… Se me revuelve el estómago
teniendo que escribir sobre esto. Intentaré continuar. Tal vez, el que mira
hacia arriba es el humano, y el otro no.
El tema es que, después de
nuestro primer contacto, de esto ya hace más de quince años, me dediqué a
investigar sobre cristianismo, leí los evangelios, disfruté de los beneficios
de la fe y finalmente perdí la confianza en las organizaciones eclesiásticas,
como tantos otros.
Pero bueno, no fue una pérdida de
tiempo. Hoy puedo hablar de la figura de Cristo como hombre y como Dios, con
mucho más fundamento que en aquél entonces. Sin embargo sigo dando rodeos sin
entrar al tema. Seguramente la yunta de
la iglesia con la oligarquía que se manifestó en Argentina por los años ’30 -y
no da señales de ruptura-, me revuelve las tripas. A pesar de que es más fácil
que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre al reino de los
cielos…
La parte más sangrienta y terrible
del evangelio es la de la llamada “pasión”. El pobre tipo crucificado mira a
Dios hacia arriba y dice: -Perdónalos, no saben lo que hacen. Aunque también,
antes de su muerte dice: -¿Por qué me has abandonado? El hombre o la mujer en esa
Plaza de Mayo dicen lo mismo. Tal vez porque Cristo vive en nosotros, todos
somos una parte de él, cuando miramos al que está al frente o cuando miramos al
cielo.
Se supone que Cristo vino a
salvarnos, y en particular, a librarnos de la culpa. Y con el simple proceso de
reconocer la culpa y aceptar la fe, quedamos libres para seguir creciendo,
evolucionando. Tanto las personas como las instituciones.
Sin embargo, la iglesia católica
no expresó el mea culpa por esos hechos, y si, por ejemplo, por curas
perversos. No se reconoce culpable como organización, sino que reconoce podridos algunos extremos
perdidos de sus múltiples extremidades.
Me pregunto si reconocer este mal
no ayudaría a resolver la antinomia goriloperonista, la grieta, y tantos otros
males que nos aquejan, como iglesias que son organismos comerciales, morales
hipócritas, antinomias demagógicas.
Lo más práctico sería escribirle
al papa Francisco, pero bueno, nadie es profeta en su tierra, tampoco él.
Creo que ahora cumplí con mi
parte. Por eso le pido a usted, que si está a su alcance, gestione los medios
necesarios para generar estos cambios. Tal vez, a partir de allí, el mensaje
evangélico fluya con otro contenido, y se pueda hablar de cristianismo con auténtico
orgullo.
Fue un gusto y un
desafío haber soñado con usted.
Saludos
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