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sábado, 25 de febrero de 2017

Otras voces

Cosas que pasan es un blog que no se caracteriza por divulgar la obra ajena de manera completa. Lo hace desde la reseña, la crítica, el impresionismo. Pero obra completa de otros autores casi que no. 
Hoy, sin embargo, se hará una excepción, y presenta un texto del conde Alejandro von Belda, nacido en Baviera en 1899, muerto en 1912, en la madrugada del 15 de abril, mientras buscaba nuevos horizontes en su viaje desde Europa a América. 

Por ciertos errores en la burocracia cósmica, renació en Argentina años más tarde, hijo de Herman Bigalski, Caballero de la Orden de Leopoldo con Espadas, destituído Alcalde de la municipalidad de DEURNE, distrito y provincia de Amberes, arribado al Río de la Plata en busca de mejor fortuna, que no encontró. 

Renombrado como Alejandro Belda, cruzó sus caminos con un servidor a comienzos del siglo xxi, en circunstancias poco claras, pero que llegaron al intercambio de determinadas obras.

En honor a este magnífico encuentro, Cosas que pasan se complace en presentar a continuación un texto original e inédito, hasta el momento, del susodicho.

Esperamos que el lector desprevenido y el habituado logren disfrutarlo.

¡Salud!








La Sentencia
Estaba viviendo en la periferia de Kosovo. El barrio, con casas al fondo, pequeñas quintas y alambre tejido al frente, bien podría haber parecido cualquier otro suburbio tranquilo del mundo, a no ser que la guerra había destruido todo. De mi casa solo quedaban escombros.
En esa desolación estaba cuando escuché, creo que de una radio portátil de un vecino, una noticia que me generó indignación: el Papa recorrería las zonas bombardeadas. Estaba pensando en lo poco que me importaba el papa y la hipocresía de la iglesia católica, cuando noté, por el revuelo de los vecinos, que el personaje pasaría por el frente de lo que había sido mi casa.
Debo confesar que tuve un ataque de cholulismo, y quise llegar hasta la verja para verlo pasar. En eso recordé algo que había dibujado hacía tiempo y que había podido rescatar de entre las ruinas. Lo llevé para mostrárselo.
Estaba pasando Juan Pablo II. No noté la comitiva, parecía que caminaba sólo, puerta a puerta como un vendedor ambulante. Ahí lo encaré y le dije que tenía un dibujo para mostrarle.  El viejito de ojos azules era inexpresivo y pausado. Podía pensarse que se la daba de importante o que estaba en otra frecuencia. Le di el dibujo y mientras él lo observaba (me da vergüenza recordarlo), comencé a explicárselo con verborragia: El dibujo tenía dos rostros de Jesús superpuestos, uno mirando hacia abajo y otro hacia arriba; le conté que mi intención había sido representar la parte humana que miraba los hombres y la divina que miraba hacia arriba.
El papa, con el dibujo en las manos, en un instante que me pareció una eternidad, guardó silencio.
De pronto sentenció algo, que en principio pensé había entendido mal: - Tenés que escribir sobre esto.-
Y eso fue todo.
                                                               …………………………………………..

Estimado Juan Pablo II
Ignoro cuál es el protocolo para dirigirme a usted, en estas circunstancias. Es claro que cualquier protocolo sería una especulación literaria, particularmente cuando se le escribe a una persona muerta y no es mi intención hoy ornamentar con palabras, sino organizar un contenido.
Si deseo aclararle mi posición de respeto y mi condición de no practicante de la fe católica.
Cuando pensé que mi tarea encomendada estaba cumplida, dado que había escrito el texto que figura más arriba bajo la premisa “escriba sobre este tema”, me encontré con la invitación a redactar esta “carta abierta” y nuevamente quedo perplejo ante esta misión a realizar.
Calculo que tendré que escribir sobre el Cristo humano que mira hacia adelante y el Cristo dios que mira hacia arriba. Y pienso en los aviones de la revolución del ’55 con la leyenda pintada en las alas “Cristo Vence” que bombardearon al pueblo en la Plaza de Mayo. Alguno habrá mirado hacia arriba antes de morir… Se me revuelve el estómago teniendo que escribir sobre esto. Intentaré continuar. Tal vez, el que mira hacia arriba es el humano, y el otro no.
El tema es que, después de nuestro primer contacto, de esto ya hace más de quince años, me dediqué a investigar sobre cristianismo, leí los evangelios, disfruté de los beneficios de la fe y finalmente perdí la confianza en las organizaciones eclesiásticas, como tantos otros.
Pero bueno, no fue una pérdida de tiempo. Hoy puedo hablar de la figura de Cristo como hombre y como Dios, con mucho más fundamento que en aquél entonces. Sin embargo sigo dando rodeos sin entrar al tema.  Seguramente la yunta de la iglesia con la oligarquía que se manifestó en Argentina por los años ’30 -y no da señales de ruptura-, me revuelve las tripas. A pesar de que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre al reino de los cielos…
La parte más sangrienta y terrible del evangelio es la de la llamada “pasión”. El pobre tipo crucificado mira a Dios hacia arriba y dice: -Perdónalos, no saben lo que hacen. Aunque también, antes de su muerte dice: -¿Por qué me has abandonado? El hombre o la mujer en esa Plaza de Mayo dicen lo mismo. Tal vez porque Cristo vive en nosotros, todos somos una parte de él, cuando miramos al que está al frente o cuando miramos al cielo.
Se supone que Cristo vino a salvarnos, y en particular, a librarnos de la culpa. Y con el simple proceso de reconocer la culpa y aceptar la fe, quedamos libres para seguir creciendo, evolucionando. Tanto las personas como las instituciones.
Sin embargo, la iglesia católica no expresó el mea culpa por esos hechos, y si, por ejemplo, por curas perversos. No se reconoce culpable como organización,  sino que reconoce podridos algunos extremos perdidos de sus múltiples extremidades.
Me pregunto si reconocer este mal no ayudaría a resolver la antinomia goriloperonista, la grieta, y tantos otros males que nos aquejan, como iglesias que son organismos comerciales, morales hipócritas, antinomias demagógicas.
Lo más práctico sería escribirle al papa Francisco, pero bueno, nadie es profeta en su tierra, tampoco él.
Creo que ahora cumplí con mi parte. Por eso le pido a usted, que si está a su alcance, gestione los medios necesarios para generar estos cambios. Tal vez, a partir de allí, el mensaje evangélico fluya con otro contenido, y se pueda hablar de cristianismo con auténtico orgullo.

Fue un gusto y un desafío haber soñado con usted.
Saludos

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