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jueves, 20 de febrero de 2020

Acerca de los cambios abruptos





A veces,  cuando descubrimos algo, creemos que todo lo anterior no sirve más, y que los que persisten en ello (lo que sea), son bastante tontos, y que en su tontera son un perjuicio para el resto de la comunidad en la que habitan. Un claro ejemplo de esto son las publicidades de jabón para lavar ropa: cada vez que sale uno nuevo, o una nueva versión, el anuncio nos hace creer que la ropa quedará más blanca que si persistimos en utilizar el otro, o la versión vieja. Esto, amén de tratarnos de tontos, muestra la falacia del progreso infinito: ¿cómo podría algo blanco ser cada vez más blanco según el jabón –o versión de jabón– que usemos? ¿Cuál es el grado cero de la blancura, por lo demás, para poder comparar?

Es así, entonces, que por conseguir mayor blancura nos vemos en la obligación de pagar un precio mayor por el mismo producto (difícilmente la versión anterior persista mucho más en el tiempo luego de que aparece una nueva). Y más difícilmente habrá de bajar su precio, está de más decirlo.

Pero de todos modos continuamos usando jabón para lavar ropa, con independencia de la marca o la versión, y mantendremos esa costumbre por mucho tiempo. Todas nuestras vidas, quizás, de no mediar algún inconveniente de gravedad.

Ahora bien, supongamos que de pronto descubrimos que lavar la ropa es perjudicial para nuestra salud, nuestra economía, el ambiente, lo que sea. Entonces salimos a decir que ya no hay que lavar la ropa, y que si continuamos haciéndolo miles de personas sufrirán problemas de salud, falta de empleo, se dañará la tierra y los acuíferos y el mundo estallará en mil pedazos si no se cambia esa costumbre en un plazo perentorio.



Además haremos charlas, divulgaremos datos, estableceremos parámetros y acusaremos a las empresas que fabrican jabón de lavar la ropa, a los medios de comunicación que acepten publicidad de ellas, a los gobiernos que intenten hacer crecer sus economías a partir de un impulso a la industria del jabón para lavar la ropa y, en menor medida, sí, pero no del todo exculpados, a los pobres habitantes que usan –y en definitiva sostienen dicha industria– jabón de lavar la ropa con regularidad (un hogar con tres o más habitantes lo hace prácticamente a diario, y hasta dos veces si segrega las prendas por color).

Hemos, de esta manera, creado un mundo de culpables de todos, o casi todos, los males del planeta que habrá de desaparecer o estallar, según se prefiera, si esto no cambia. Y así aparecen grupos en las redes sociales que, azorados porque con su conducta están generando un mal a toda la humanidad, se organizan y vituperan a aquellos que persisten en creer en un “blanco más blanco”. 

Ha ocurrido que algunos se pregunten, en algún momento, cómo se sale de eso, con qué hay que lavar la ropa. No hay que lavar la ropa, le dirán, acá hay un estudio que lo demuestra. Pero hace siglos que se lava la ropa. Sí, pero está mal y no hay que lavar más la ropa. ¿Y entonces qué hacemos? No sabemos, nosotros solamente denunciamos.


Esta pequeña fábula intenta mostrar (no demostrar) que aun cuando las personas sabemos que alguna conducta que tenemos no es buena (para nosotros o nuestro entorno), no nos resulta fácil modificarla, mucho menos abandonarla. A veces nos lleva años dejar de fumar, de beber, de comer y cualesquiera otra conducta adictiva o dañina que llevamos adelante, por la simple razón de que lo que consumimos o bien contiene sustancias adictivas (los cigarrillos), bien porque son un símbolo de estatus (un tipo de prenda), bien porque nos permite reforzar nuestra pertenencia a una sociedad o grupo (comer asado)

Por eso es que puede parecer demasiado idealista salir a luchar por la caída de un sistema sin tener preparado un plan de contingencia si por un acaso toda una población decidiera de buenas a primeras, después de haber escuchado una charla o leído un panfleto, dejar de lavar la ropa. Además debemos preguntarnos qué será de las personas que trabajan en las fábricas de jabón. Qué será de los que lo transportan, lo comercializan, los gobiernos que cobran impuestos a la producción y venta, los publicitarios que tan creativamente, año tras año, nos dicen que este jabón nos ofrece un “blanco más blanco” (ok, tal vez los publicistas merezcan quedarse sin empleo), los medios que reciben el ingreso por publicitar el jabón, los programas y columnas transmitidos y escritas en torno de esos anuncios.

Cuál es el mundo que se propone a cambio de este que está en contra de la salud de las personas y del planeta es la respuesta que nos deben dar antes de movilizarnos a las calles gritando “muerte al jabón de lavar ropa”. Y también decirnos de qué vamos a vivir los que no tenemos idea de cómo crece una lechuga o un poroto de soja del que extraer leche (habida cuenta de que la soja, hoy por hoy, es uno de los artículos que más daño le hacen al mundo por su modo de producción a partir del uso desmesurado de agroquímicos). 


Es notorio que el humano ha llevado sus deseos a lugares insospechados, y es indudable que la imaginación con que ha construido edificios, artefactos de toda índole para transportarse por donde sea, incluso en el espacio, es algo admirable. Como detestable la creencia de que el progreso puede ser infinito, que la Tierra puede regenerar todo el daño que se le hace de un año para otro. Pero es ingenuo, o al menos apresurado, pensar que porque una cantidad de estudios dicen que es malo usar jabón en polvo o líquido las personas dejarán de usarlo si no tienen una alternativa, que además no debería ser muchísimo más cara o depender de un sinnúmero de condiciones ajenas a cada individuo. Las costumbres no cambian por estudios que demuestran algo.

En la época de Moisés era más sencillo movilizar a un pueblo para abandonar el imperio opresor y hacerse a una travesía por el desierto bajo la consigna “Dios proveerá”.  Que en efecto proveyó, y el maná cayó del cielo cada día. Pero hoy además de maná deberían caer teléfonos celulares, tabletas, automóviles y prendas resistentes al calor y la arena. Es decir, sabemos que estamos oprimidos y esclavizados en empleos mal pagos, atosigados por el aumento del costo de la vida, atropellados por vendedores inescrupulosos que no dudan en empaquetar alimentos que no solo no nos alimentan sino que además nos dañan la salud y el bolsillo; y así y todo seguimos en nuestros empleos y gastamos nuestros magros salarios en esos productos engañosos. En parte, como hemos dicho, porque las alternativas o son más caras, o no sabríamos cómo conseguirlas o nos harían “raros”. Pero en buena medida porque somos incapaces de producir nuestros alimentos de manera regular y consistente. Y así como eso un montón de otras cosas: fabricar vestimentas, construir casas, potabilizar el agua, producir energía. Somos, en este momento del mundo, unos pobres incapaces de producir nada, y solamente nos queda nuestra fuerza de trabajo para malvenderla por unos pocos centavos que nos permitan acceder a las cosas que nos venden esas industrias que son tan dañinas para todo.

En consecuencia, es preciso que todas las organizaciones que hacen de sus objetivos la crítica feroz al modelo tengan, al menos, unos objetivos y unos planes que todos los simples mortales, las personas de a pie, los oprimidos por el sistema podamos seguir y abrazar en la creencia de que no vamos a provocar una debacle de tales proporciones que al final termine por empobrecer más y más a los ya empobrecidos. Y entender que estos cambios deben hacerse de forma perentoria pero con un plan y sabiendo que no es tan fácil como en la época de Moisés convencer a un pueblo entero de salir de alguna parte.

Un tonto ejemplo para finalizar: la Avenida Hipólito Yrigoyen, en el sur del conurbano, se llama así desde 1948 (72 años en el momento de escribirse este artículo). Y sin embargo, todavía se la conoce como Avenida Pavón. Y la verdad es que no hay que hacer mucho esfuerzo para usar un nombre u otro. Imagine si hay que dejar de lavar la ropa o comer un determinado alimento.











fernando
febrero 
MMXX

1 comentario:

FeberBooks dijo...

De esto se trata:
https://www.bbc.com/news/business-51581098

Lo que el informe del JP MORGAN dice es lo mismo que las organizaciones que luchan y se rebelan frente a los acontecimientos, como Extinction Rebellion, Fridays for future, Greenpeace y otras.

Dice la nota de BBC Mundo:
“Climate change could affect economic growth, shares, health, and how long people live, they said.
To mitigate climate change net carbon emissions need to be cut to zero by 2050. To do this, there needed to be a global tax on carbon, the report authors said.
But they said that "this is not going to happen anytime soon.”
El cambio climático puede afecta el crecimiento económico, las acciones, la salud y la esperanza de vida de las personas, dijeron.

Para mitigar el cambio climático las emisiones netas de carbono deben ser 0 hacia 2050. Para hacer esto se requiere aplicar un impuesto global al carbono, indicaron los autores del informe
Pero también comentaron que “esto no va a ocurrir pronto”
[Traducción: Fernando Berton]

Y este es el punto: no es que esté en contra de la rebelión y la protesta por el cambio climático, me parecen imprescindibles. Sin embargo, la pregunta es: ¿qué haremos cuando caiga estrepitosamente el modelo?

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