Muchas veces me he preguntado para qué sirve la literatura. He leído bastantes libros, de toda índole: poesía, cuento, novela. En menor medida teatro. También textos teóricos, de divulgación, autobiografias (por ejemplo la de don Enzo Ferrari), y hasta libros de autoayuda (como las ambulancias). Incluso he leído libros inéditos, cuentos y novelas de asistentes a talleres a los que asistí; y, créase o no, fui filtro de un jurado de un concurso literario alguna vez. Créase o no.
¡Qué oportunidad para que aparezca el lector desprevenido! Pero no, lamento. Me mandó un correo electrónico más temprano para decir que no estaba disponible hoy. Por razones personales. Y yo le creo, no hay cosa más atendible que las razones personales.
Bueno, dicho esto, tendré que arreglármelas sin el lector desprevenido. Decía recién que leí unas cuantas cosas, diversos estilos, géneros varios, más o menos estéticos, más o menos utilitarios. Si bien es cierto que la palabra siempre triunfa, y todo texto es, muy en el fondo, una estética; acaso una escolástica.
Yendo al tema: el pasado 3 de febrero (fecha patria, si las hay) se presentó en Caburé Libros Memento Mori, de Esteban Ierardo que es licenciado en Filosofía por la UBA. Y, como no podía ser de otro modo, nos deja pensando: ¿de qué se trata Memento mori? No se apure, che lector, a traducir rápidamente del latín. Todos sabemos que vamos a morir. Pero, ¿sabemos cómo vamos a vivir?
Y ahí, quizás, esté la clave de este libro de filosofía, que se vale de la literatura para divulgar su mensaje.
En la presentación estuvieron presentes otros escritores: el poeta Ces Le Mhyte, que de modo algo enrevesado nos puso en alerta de que algo raro pasa en el cuento (o relato, o texto, o ensayo) "La noticia".
Y luego, el escritor Guillermo Fernández nos dijo que a veces debemos tener cuidado con aquellos que al reseñar un libro nos dicen cuánto saben de otros libros que han leído, pero se les escapa lo que están leyendo; es decir, el libro reseñado.
Hasta aquí, está pasando algo de eso. Mucho prolegómeno y poco de Memento mori. Así que vayamos al grano.
El libro se inicia con el cuento (sin temor a equivocarme) "El gran cruce o La Serpiente del Arco Iris", que me recuerda a las historietas de Larguirucho, que solían tener títulos con "o". Y que es, ciertamente, es un cuento humorístico y que nos permite reflexionar entre lo analógico y lo digital, por decir así.
Y termina, justamente, con "La noticia" y "Memento mori"; que podemos decir que forman un tandem, no se entiende uno sin el otro. Y no se entiende el libro, tampoco. No digo que son la columna vertebral, pero casi.
Cito un par de frases de "La noticia" (que podrían parecer al azar):
"... nuevas propuestas de turismo aventura, como el turismo nuclear en Chernóbil" (Pág. 152)
" ... cómo posar para las fotografías de las revistas o las secciones frívolas de los portales online de noticias" (Päg. 152)
Y un par de "Memento mori":
"Y el dinero casi ilimitado del Estado permite financiar las campañas mediáticas insistentes para convencer a los infelices de que son felices." (Pág 169)
"... propagar la nube frívola del chisme para llevar la política e incluso la economía al terreno del entretenimiento." (Pág. 169)Este libro empieza por el humor (acaso negro), que sirve para relajarnos, y abordar el resto con la sonrisa a flor de labios. Sin embargo, a medida que avanzamos en los cuentos, notamos que la sonrisa tiene, a su vez, otra posibilidad, y es que así como así podría confundirse con la revolución de la alegría, si se me permite la expresión, como si no pasara nada.
Y bueno, no, señores, lamento decir que sí pasa. Que es importante estar atentos, todo el tiempo, porque muchas veces con sonrisitas de acá y sonrisitas de allá ¡zas!, te encontrás con que todo ha sido en vano, y lo que parecía un alegre Sueño de una noche de verano terminó siendo una tragedia de las peores.
Es por eso que recomiendo la lectura de Memento mori, porque detrás de una apariencia ingenua, de un camino lateral de la "gran literatura", nos encontramos con varias sorpresas, reflexiones, senderos escondidos y remansos en los que parar un rato, tomarse un mate y pensar que a veces lo que reluce no es oro. Como el color amarillo.
Fernando Berton
13 de febrero, mmxvii
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