Por Chacabuco, casi en la esquina con la Avenida Juan de Garay, hay un edificio que debe tener unos 70 años, por lo menos, y hoy está en demolición total (según dice un cartelito que le han puesto, si bien pareciera que han de respetar la fachada, y construir en su interior vaya uno a saber qué, pero que ojalá permita mantener la historia de lo que fue alguna vez).
Hace pocos meses, se podía ver en la fachada una pintura muy propia del comic, donde el artista nos muestra un clima de opresión (se autorrepresentó con la carra negra, la espalda encorvada, que da una idea de depresión, o tristeza).
El personaje principal lleva una máscara anti-gas, y sube por una hipotética escalera, acaso buscando escapar de la opresión que rodea el suelo (basura, mierda de perro, bolsas de basura rotas), las manos en los bolsillos de su tapado hasta los tobillos.
En otra visión, puede suponerse que busca la azotea en un intento de escapar de ese lugar que recuerda, acaso, tiempos mejores, como casi todo el barrio de San Telmo. (Algunos han sugerido que busca la azotea para tirarse de cabeza, y acabar de una vez con esta caída, que parece implacable, del barrio, en una alegoría que cuesta nada más, nada menos, que la propia existencia. Vivir sólo cuesta vida, el futuro ya llegó, siguiendo a los Redonditos)
Otras versiones indican que, dado que la máscara es blanca, y no tiene un gesto tan triste como el autorretrato, no es el final lo que busca, sino el comienzo de una nueva esperanza. (¿O es siempre única la esperanza, y está a veces más visible y otras menos?)
Poco después, se ha erigido un moderno edificio justo en la esquina, muy moderno, que nada tiene que ver con la arquitectura del barrio. Si acaso es esa la esperanza que busca el personaje, cobra más vigencia la hipótesis de la caída. Si la arquitectura de un barrio no tiene que ver con la identidad, entonces no es tan tétrico.
Queda ya poco de la pintura de la que hablamos aquí. Varios camiones han demolido el interior sin piedad. Una pared se levanta hoy donde estaba el artista. Queda el personaje, y un gato negro que hace caso omiso a unos perros, también negros, que parecen no poder alcanzarlo, y el felino no muestra ninguna preocupación. Quizás, todo el pasto que artificialmente se ha puesto en el edificio cercano, le venga bien para cazar pajaritos.
Vale, salud, y que la voracidad de los edificios permita mantener, al menos, esa fachada, y que se convoque de nuevo al artista que decoró la decadencia para contarnos otra página de su comic mural.
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