Comprar RELACIONES

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lunes, 3 de septiembre de 2012

Cómo fabricar un cántulo en tu casa

(Esto es una imitación lisa y llana de un texto que he sugerido leer en Google + hace un tiempo, y que el lector inquieto sabrá encontrar; y el que no , se quedará con las ganas.
Podrás ver, querido e inquieto lector, una entrevista a Julio Cortázar que dan, cada tanto, por el canal Encuentro, y en la que el propio Julio explica por qué escribió 62 modelo para a(r)mar. Que no es otra cosa que una explicación de por qué escribió Rayuela. 
Ya sé que no me parezco ni un poco a Cortázar, no hace falta que me lo digas. Pero tampoco voy a claudicar y a explicar así por que sí de dónde saqué este texto, que, aunque imitado, no es copiado, lo escribí yo solito, no me lo dictó nadie. O sea que tiene un mérito).

Salud.

La fotografía que ilustra este texto también la saqué yo. Como casi todas las de este blog, salvo las de Salud y alguna que otra perdida por ahí.




Sin embargo, la fabricación casera de un cántulo no tiene por qué ser tan traumática. Sencillamente se puede lograr escuchando un arpegio repetido cuatro o cinco veces, cuando el ejecutante detecta el placer enorme en un público que ha ido específicamente a sufrir el tal encantamiento, hasta que, de pronto, el cántulo queda terminado, y quedan unos minutos para sonreír junto con el intérprete, mientras se escuchan de fondo los platillos en un ataque final, y la sonrisa propia se confunde con la ajena y el grito que se va en fade de un público en un estadio ignoto, o acaso un parque cerca de un lago que pronto habrá de congelarse para ser cruzado por hordas salvajes que acabarán con todo el placer del arpegio y lo reemplazarán por el sonido de la carne chirriando al ser desagarrada por la espada o por el sable.
Las artes inciertas acabarán por agotar la paciencia escasa del fabricante de cántulos caseros, que irremediablemente habrá de arrojarlos al arroyo sin ningún miramiento.
Arroyo abajo, en la confluencia con un río algo mayor, ese estropicio de cántulo será hallado, sindudamente, por un espíritu inquieto, que lo convertirá en su talismán de la buena suerte por las mañanas blancas en días agitados, y lo lucirá con orgullo ante quien quiera verlo, con o sin fundillos, entre las 11 y las 13 y sin mirar mucho hacia arriba.


           





jueves, 30 de agosto de 2012

Una gran historia de amor II


       De Puerto Madero hemos llegado a Ayacucho y Corrientes. Ahí, encontramos una posible continuación de la más grande historia de amor del universo, donde se hace una declaración fundamental: Tu heres ermosa (licencia poética).

       En la entrada anterior dije que volvería sobre este tema un poco mejor. Promesa cumplida a medias, vuelvo sobre el tema y aporto un otro capítulo. Pero, sinceramente, no me parece que esté yendo mejor.

      De todas maneras, he dado con este nuevo capítulo del amor escrito en las paredes, o en el piso, con esténcil.
     
      Estoy tratando de escribir una novela antes del 18 de septiembre, y mientras tanto, he comenzado a leer, hoy, 4 libros distintos. Cristinacha, Acapulco Gold, El Club de las Necrológicas y No queda más que viento. Además de estar leyendo desde antes El Testigo. Y he sacado 2 o 3 fotos hoy, sin mucho entusiasmo, porque ando con poca batería en la cámara y parece que está difícil recargarla.

     Mientras tanto, se me aparece en sueños la historia de amor más grande del universo, y no deja de perturbarme. Los veo yendo de aquí para allá, disfrutándose, sintiéndose los seres más felices, recorriéndose los labios con los labios, dibujando sonrisas en todas partes, exacerbando los sentidos  para acá y para allá, es decir, en ambos sentidos; volviendo sobre sus pasos uno de esos días, comiéndose los secretos más íntimos, dibujando historias sensuales con saliva en las espaldas cuando duermen, de mañana, sin esperar la sorpresa de ser sorprendidos por un dibujito hecho de pronto con la punta de la lengua sobre el vello rubio apenas erizado por la luz del sol, también rubio, que empieza a aparecer lentamente desde el horizonte y se cuela por la ventana de un hotel que en no mucho más dirá que se terminó el tiempo del amor pasional; pero que comenzará el otro tiempo enfrentado a la realidad de un colectivo ruinoso, que los verá despeinados y enredados entre pechos y cierres herméticos que no paran de subir y bajar de a poquito entre adoquines y máquinas expendedoras de boletos que recuerdan, sin mayor lógica, las sensaciones que se derramaron una y otra vez hasta el sueño. Hasta la ducha. Hasta mañana.



viernes, 24 de agosto de 2012

Apuntes de América Latina

El Gato Gris
Santa Fe de Bogotá, domingo 10 de septiembre de 2006



Bajamos a caminar por “La Candelaria”, el barrio histórico de Bogotá. Otra vez, un impacto a los sentidos, con sus casitas pintadas de amarillos, verdes, azules, rojos, violetas.
Mientras estábamos en una pequeña plaza, apareció una lluvia, y nos metimos en “El Gato Gris”, un café-restaurante bohemio, muy bonito, construido en una vieja casona. Un momento intenso en la charla, mientras escuchábamos, entre otras variedades, música argentina, con un capuchino con Bailey’s.
De nuevo salimos a caminar un rato, y un señor nos pidió plata “para la primera cuota de un tintico” [i], aunque no tuvo mayor éxito. De pronto, nos topamos con la “Tienda – Café Fibrarte”, de unos hippones colombianos que vendían artesanías. Una pareja muy copada que hizo su negocio y nos invitaron con un té de coca. Nada del otro mundo, la verdad, pero toda una experiencia. Ahí conocí los cigarrillos “Piel roja”, sin filtro, muy sabrosos. Y al salir, me compré un paquete.
De regreso al Gato Gris, otra vez el señor pidiendo para su tintico, pero esta vez Alex le dio una moneda, a lo que comentó: “parece que se han demorado en otorgarme el crédito”. Un ocurrente.
Esta vez nos ubicamos en la terraza, con una estufa a leña en un rincón, y un momento más que agradable. Realmente ha sido un día excepcional, con toda la calidez y cordialidad de Alex, que nos llevó a su casa y se pasó todo el domingo con nosotros. Un gran tipo de verdad.


[i] Tinto: En Colombia, café negro. 
[ii]  Las fotos son de Caminito, en Buenos Aires, porque las que tenía de La Candelaria las perdí cuando me robaron la computadora y un montón de otras cosas en mi casa. Sin embargo, por los adoquines, por los colores, por lo bohemio y por lo histórico, vale la pena para ilustrar.

jueves, 23 de agosto de 2012

El PRI volvió a ganar unas elecciones


Ejército Zapatista de Liberación Nacional
México

2 de mayo de 1995
A: Eduardo Galeano.
Montevideo, Uruguay.

De: Subcomandante Insurgente Marcos

Montañas del Sureste Mexicano. Chiapas, México.

Señor Galeano:
Le escribo porque... porque me dieron ganas de escribirle. Porque ya pasó el día del niño acá en México y se me ocurre que a usted le puedo platicar lo que acá pasa, en un día del niño, en medio de una guerra sorda. Le escribo porque no tengo ninguna razón para hacerlo y, entonces, puedo así contarle lo que pasa o lo que me viene a la cabeza, sin la preocupación de que no se me vaya a olvidar el motivo de la carta. Porque sí, pues.
También porque perdí el libro que me regaló y porque ese ratón cambista que suele ser el destino (?) ha repuesto el libro perdido con otro libro. Y porque se me ha quedado bailando en la cabeza una parte de su libro "Las palabras Andantes".
Porque dice así:
"¿Sabe callar la palabra cuando ya no se encuentra con el momento que la necesita ni con el lugar que la quiere?. Y la boca, ¿sabe morir?".
Ventana sobre la palabra (VIII), p.262.

Y entonces yo me he recostado para pensar y fumar. Es de madrugada y como almohada tengo un fusil (bueno, en realidad no es un fusil, es una carabina que fue de un policía hasta enero de 1994. Antes servía para matar indígenas, ahora sirve para que no los maten). Con las botas puestas y la pistola recostada a un lado, cerca de la mano, pienso y fumo. Afuera, alrededor de humo y pensamientos, mayo se engaña a sí mismo fingiendo que es junio y hay ahora una tormenta de lluvia, rayos y truenos que logró lo que parecía imposible: callar a los grillos.
Pero yo no estoy pensando en la lluvia, no estoy tratando de adivinar cuál de los relámpagos que está por rasguñar la tela de la noche será el de la muerte, ni siquiera me preocupa que el techito de nylon que cubre mi estancia es demasiado pequeño y se moja la orilla del camastro (¡Ah! Porque resulta que me hice una camita de ramas y horcones, amarrados con bejucos. Lo hice porque la uso de escritorio, bodega y, a veces, para dormir. En la hamaca no me acomodo o me acomodo demasiado, me quedo muy dormido y el sueño profundo es un lujo que, acá, se puede pagar muy caro. En la cama de varillas de palo se está lo suficientemente incómodo como para que el sueño sea apenas un pestañazo).
No, no me preocupan ni la noche, ni la lluvia, ni los truenos. Me preocupa eso de "¿Sabe callar la palabra cuando ya no se encuentra con el momento que la necesita ni con el lugar que la quiere?. Y la boca, ¿sabe morir?". El libro me lo mandó la Ana María, una indígena tzotzil que tiene el grado de mayor de infantería en nuestro ejército. Alguien se lo mandó a ella y ella me lo mandó a mí, sin saber que yo perdí un su libro de usted y este libro repone el libro perdido, que no es lo mismo pero tampoco es igual. El libro está lleno de dibujitos en tinta negra y yo creo que así deben ser los libros y las palabras: dibujitos que salen de la cabeza o la boca o las manos y que van y se ponen a bailar en el papel, cada vez que el libro se abre, y en el corazón cada vez que el libro se lee. El libro es el regalo más grande que el hombre se ha dado a sí mismo. Pero volvamos a su libro de usted que yo tengo ahora. Lo leí con un cabito de vela que cargaba en la mochila.
El último tramo de pabilo se fue con esa página 262 (¡capicúa!, ¿no? ¿una señal?). Y entonces me recordé la frase aquella de Perón que me mandó y luego mi torpe respuesta y, más después, el libro que me envió. Y aquí la pena de contarle que el libro lo dejé botado en la "graciosa huida" de febrero. Y entonces me llegan este libro y las letras sobre el saber callar. Y yo ya llevo varias noches dándole vueltas al asunto, aun antes de que me llegara el libro. Y me pregunto si no llegó la hora de callar, si no será que ya se pasó el momento y ya no es el lugar, si no es la hora de morir la boca...
Y le escribo esto en una madrugada de mayo, pasado ya el 30 de abril de 1995, que es el día del niño acá en México. Nosotros los niños mexicanos celebramos ese día, las más de las veces, a pesar de los adultos. Por ejemplo, gracias al supremo gobierno, hoy muchos niños indígenas mexicanos celebran su día en la montaña, lejos de sus casa, en malas condiciones de higiene, sin fiesta y con la pobreza más grande: la de no tener un lugar donde recostar el hambre y la esperanza. El supremo gobierno dice que no ha expulsado a estos niños de sus hogares, sólo ha metido a miles de soldados en sus terrenos. Con los soldados llegaron el trago, la prostitución, el robo, las torturas, los hostigamientos. Dice el supremo gobierno que los soldados vienen a "defender la soberanía nacional". Los soldados del gobierno "defiende" a México de los mexicanos. Estos niños no han sido expulsados, dice el gobierno, y no tienen por qué sentirse espantados de tantos tanques de guerra, cañones, helicópteros, aviones y miles de soldados. Tampoco tienen por qué asustarse, aunque esos soldados traigan órdenes de detener y matar a los papás de estos niños. No, estos niños no han sido expulsados de sus casas. Comparten el piso irregular de la montaña por el gusto de estar cerca de sus raíces, comparten la sarna y la desnutrición por el simple placer de rascarse y por lucir una figura esbelta.
Los hijos de los dueños del gobierno pasan su día en fiestas y regalos.
Los hijos de los zapatistas, dueños de nada como no sea su dignidad, pasan su día jugando a que son soldados que recuperan las tierras que les quitó el gobierno, juegan a que siembran la milpa, a que van por leña, a que se enferman y nadie los cura, a que tienen hambre y, en lugar de comida, se llenan la boca de canciones. Por ejemplo, esa canción, que les gusta cantar en la noche, cuando más cerradas son la lluvia y la niebla, y que dice, más o menos así:
"Ya se mira el horizonte,
combatiente zapatista,
el camino marcará
a los que vienen atrás"
Y, por ejemplo, en el horizonte aparece, marcando el paso, el Heriberto. Y atrás del Heriberto, por ejemplo, va el hijito del Oscar que lo llaman Osmar. Y van, los dos, armados de sus dos varitas que pasaron a llevar de un acahual cercano ("No son varitas", dice el Heriberto y asegura que se trata de poderosas armas que son capaces de destruir un nido de hormigas arrieras que está cerca del arroyo y que le picaron al Heriberto y hubo de tomar represalias). Avanzan el Heriberto y el Osmar en columna. Y por el frente opuesto avanza la Eva, armada de un palo que tiene la ventaja de convertirse en muñeca cuando el ambiente es menos bélico. Y detrás de la Eva viene la Chelita, que levanta sus casi dos años apenas unos centímetros del suelo y que tiene unos ojos de venado lampareado que ya desvelarán, alguna noche, al tal Heriberto o al que se deje herir por destello tan moreno. Y atrás de la Chelita va un chuchito (perrito) que de puro flaco parece una marimba diminuta.
Y a mí todo esto me lo están contando, pero como si lo estuviera viendo al Wellington frente a Napoleón en esa película que se llamó "Waterloo" y, creo, salía el Orson Wells y al Napoleón lo derrotaban por culpa de un dolor de panza. Pero aquí no hay Orson que valga, ni flanqueos de infantería, ni apoyo de artillería, ni defensa en cuadro contra las cargas de los de a caballo, porque tanto el Heriberto como la Eva han decidido optar por el ataque frontal y sin escaramuzas ni tanteos previos. Yo estoy a punto de opinar que eso parece batalla de sexos, pero ya se está lanzando el Heriberto sobre la Chelita, evitando la carga directa de la Eva que se ve, de pronto, frente a un Osmar que no la espera cara a cara,, ni de pie sino que está de lado y en cuclillas porque ahí no más le dieron ganas de cagar y la Eva proclama que el Osmar se cagó de miedo y el Osmar no dice nada porque ahora quiere montar el chuchito se le acercó a oler, y en el entretanto la Chelita se puso a llorar cuando vio venir al Heriberto y el Heriberto ahora no sabe qué hacer para que se calle la Chelita y le ofrece una piedrita de regalo ("Acaso es piedrita", dice el Heriberto que asegura que se trata de oro puro) y la Chelita nada que para su chilladera y yo estoy pensando que hasta que le dieron una sopa de su propio chocolate al Heriberto cuando llega la Eva, en maniobra que llaman de "voltear la posición enemiga", y le cae el Heriberto por la espalda (cuando Heriberto ya le está ofreciendo su arma antihormiga-arriera a la Chelita, la cual está considerando la oferta, entre chillido y chillido), y entonces, ¡pácatelas!, la muñeca-arma de la Eva llega en su cabeza del Heriberto y empieza la chilladera, (estereofónica, porque la Chelita se siente estimulada por los gritos del Heriberto y no se quiere quedar atrás), y hay sangre y ya viene la mamá de no sé quien, pero trae un cinturón en la mano y los dos ejércitos se desbandan y el campo de batalla queda desierto y en la enfermería declaran que el Heriberto tiene un chipote del tamaño de su nariz y que, como la Eva está intacta, ganaron la mujeres en esta batalla. El Heriberto se queja de arbitraje parcial y prepara el contra-ataque pero no será hasta mañana porque ahorita hay que comer los frijoles que no llenan ni el plato ni la panza...
Y así pasaron el día del niño, dicen, los niños de un poblado que se llama Guadalupe Tepeyac. En la montaña lo pasaron, porque en su pueblo hay varios miles de soldados defendiendo "la soberanía nacional". Y dice el Heriberto que, cuando sea grande, va a ser chofer de un camioncito y piloto de avión no quiere ser porque, dice, si se le poncha la llanta del carrito, ahí nomás te bajas y te vas caminando, en cambio si se le poncha la llanta al avión no hay para donde hacerse. Y yo me digo que cuando sea grande voy a ser uruguayo-argentino y escritor, en ese orden, y no crea usted que será fácil porque lo que es el mate, no lo puedo tragar.
Pero no era esto lo que yo quería contarle. Lo que yo quería era contarle un cuento para que usted lo cuente:
Me enseñó el Viejo Antonio que uno es tan grande como el enemigo que escoge para luchar, y que uno es tan pequeño como grande el miedo que se tenga. "Elige un enemigo grande y esto te obligará a crecer para poder enfrentarlo. Achica tu miedo porque, si él crece, tú te harás pequeño", me dijo el Viejo Antonio una tarde de mayo y lluvia, en esa hora en que reinan el tabaco y la palabra. El gobierno le teme al pueblo de México, por eso tiene tantos soldados y policías. Tiene un miedo muy grande. En consecuencia, es muy pequeño. Nosotros le tenemos miedo al olvido, al que hemos ido achicando a fuerza de dolor y sangre. Somos, por tanto, grandes.
Cuéntelo usted en algún escrito. Ponga que se lo contó el Viejo Antonio. Todos hemos tenido, alguna vez, un Viejo Antonio. Pero si usted no lo tuvo, yo le presto el mío por esta vez. Cuente usted que los indígenas de sureste mexicano achican su miedo para hacerse grandes, y escogen enemigos descomunales para obligarse a crecer y ser mejores.
Esa es la idea, estoy seguro que usted encontrará mejores palabras para contarlo. Escoja usted una noche de lluvia, relámpagos y viento. Verá cómo el cuento sale así nomás, como un dibujito que se pone a bailar y a dar calor a los corazones que para eso son los bailes y los corazones.
Vale. Salud y un muñequito sonriente, como ésos con los que firma.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos
P.D. de advertencia policiaca. Es mi deber informarle que soy, para el supremo gobierno de México, un delincuente. Por lo tanto mi correspondencia puede ser implicatoria. Le ruego que se grabe usted el contenido de la presente, es decir, la encomienda que suplica, y destrúyala inmediatamente. Si el papel fuera de chicle, le recomendaría que lo comiera y, masticando, se pusiera a hacer esas bombitas de chicle que tanto escandalizan a las buenas conciencias, y que demuestran la falta de urbanidad y educación de quien las hace. Aunque hay algunos que las hacen con la esperanza de que una de las bombitas sea lo suficientemente grande como para llevarlo a uno de esa ruta luminosa que, allá arriba, se alarga... como se alargan el dolor y la esperanza sobre el cielo de nuestra América.
P.D. improbable. Salude usted de mi parte, si lo ve, al tal Benedetti. Dígale usted, por favor, que sus letras, puestas por mi boca en el oído de una mujer, arrancaron alguna vez un suspiro como esos que echan a andar a la humanidad entera. Dígale también, que quién quita y lo de "Marcos" fue por "el cumpleaños de Juan Ángel"


jueves, 16 de agosto de 2012

Página en blanco



                Encerramos los perros y metimos los gatos en la bolsa. Todo salió mal, tal cual esperábamos, para culparnos de lo que nos pasa. Tal vez, a lo mejor, en una de esas, capaz, acaso una tarde de estas podamos decir hola, qué tal, cómo van las coas. Me alegro, che, que no te vaya tan mal como quise.
                Mientras pasa un tren a lo lejos, en la radio una guitarra frasea con tristeza. “Nunca me podré olvidar de ti”, canta el cantor, y yo algo por el estilo. Más bien por el estilete, que quisiera clavar en la carne blanca, hasta que la sangre llegue al río de penas y congojas. Digo, y maldigo al tiempo que fumo sin parar.
                Hoy ya no llueve, e intuyo un mar tranquilo y una luna blanca paseándose por el horizonte salado e inmenso en su profundidad y su extensión, todo al mismo tiempo. Algunas nubes grises, con un brillo en el ruedo que les viene de la luz de la luna que le viene del sol que le viene del calor de miles de grados a todo trapo todo el tiempo, hasta que ya no estemos allí y entonces nada de esto habrá valido la pena.
                Ahora, ya no puedo llegar tarde, aunque quiera, y puedo beber hasta morir, y escribir mi pena en una salsa suave de dolor y bronca, condimentada con finas cicatrices que aún no cicatrizan.
En la calle, por así decir, hace un frío que presagia el invierno que se viene sobre mí lento, sí, pero inexorable. Inoxidable, también. Inexperto con tanta experiencia. Ya me sacaron el banquito y acá estoy, escribiendo, fumando, sintiendo que las respuestas no sirven más, que la noche quebradiza se quebró hace mucho, y no le hice caso a todas las señales.
Una tarde, muchos años antes de que yo naciera, alguien ya escribía estas cosas. “Detrás de estas máscaras, estamos ustedes”. Cuando sea grande, quiero ser argentino, uruguayo y escritor, dijo el Sup. Vale de penas, salud, y que pueda encontrarme con vida y con ganas al final de estos cuarenta días en el desierto.
Rápidamente pasó el rápido de las once, claro, como su nombre lo indica y lo obliga. Dejó una espesa cortina de humo, y un sonido aplastándose inevitablemente por las cuestiones Dopler, que llega a mí en rojo tenue, casi imperceptible.
¡Ay!, si sólo pudieras entender por un instante cuánto te quise y quise que las cosas no hubieran sido como fueron, como son. Pero claro, tu energía va para otro lado.
“Y el verso cae al alma como al pasto el rocío”
“People say I’m crazy, doing what I’m doing”
En sus alas enormes, un ángel me cuida y me mira y se ríe.
“Boludo, Fernando Daniel
¡Presente, señorita!”
No tengo más que agregar en torno a los acontecimientos acontecidos. Hemos rallado ralladores, sacacorchos, tenedores.
¿Cuánto te dura dura?
Mirá un poco, mocoso insolente, por mucho menos mi madre me hubiera dado vuelta la cara de un sopapo. Pero los tiempos han cambiado un poco. Hoy ya no tengo la Parker, ni la Schaeffer, ni la 303, ni las hojas que se pueden borrar y volver a escribir sin borronear. Tengo una linda computadora portátil que hace las veces de TV que no tengo y no quiero tener por un tiempo, o dos tiempos y un entretiempo de quince minutos y cambio de arco.
Mañana, cuando salga el sol y vos sigas sin estar, y yo siga solo con mi soledad, las cosas habrán cambiado en algo. Ya no existirá esta página en blanco,  y sí, en cambio, estas manchitas de un color que dice ser negro pero la verdad es que a estas horas no parece negro, sino más bien azul documental, más que oferta un regalo para quien tiene y puede no deje pasar esta oportunidad.
El verano terminó sin mayores incidentes. El Señor Otoño vino de pronto una mañana y dijo ojo con los Orozco, yo no tomo oporto como vos. Pero se va metiendo por las hendijas, por debajo de la puerta y golpea a mi ventana y mete el polvo por todos lados, mientras siento que me voy despacito derramando en lágrimas secas, no tan saladas como las otras.
Unas manitos se elevan al cielo y piden que las cosas cambien.
Y él mira todo desde su eternidad y concede.
Una vez, y otra más.
Nos cuida.
Creo.
Eso sí, siempre te pide hagas algo por vos mismo.
“¡Hola!, ¿Cómo estás? Te veo bien, de verdad.
¡Gracias!, vos estás muy bien, también”
La verdad es la realidad. Pero ¿cuál? ¿La tuya? ¿La mía? ¿Una intermedia? Entretanto, nos vamos odiando amorosamente en todos nuestros detalles. Bueno, en verdad esa es mi realidad. No puedo soportar la idea de caerme en un pozo ciego que está ahí, al acecho, a la vuelta de cada vuelta que doy en esta calesita de dolores. Los caballitos me patean y los burritos me muerden los talones, y la sortija se mete en mi pelo ensortijado y corto y es de noche y tengo sueño y tengo frío y un vino rojo, como la sangre que quisiera que brote de la carne blanca, como la página. Y luego se torne negruzca y coagulada y un final con una mueca patética, gracias por todo ¿eh?
Sublime sublimación en un viejo Siam Di Tella lento como él solo, que alguna vez tuvo visera y un fierrito cromado y retorcido como las botellitas de Pepsi en el respaldo del asiento delantero y espejos grandes de 14:00 a 22:00
“¿Y vos que esperabas de todo esto?
¿Eh? Perdón, ¿me hablaba a mí?”
¿Valdrá la pena esta pena? Tal vez una tardecita de estas pueda contestar, hoy no estoy para eso, vea.
“¡Ya va a ver mocoso, cuando lleguemos a casa y le cuente a tu padre!
¡Pero si yo no hice nada!”
Recuerdo de recuerdos hoy ya viejos. A un costado de la tarde van mis sueños, mis escasos ideales, esos que dejé a jirones en alambres de púas en mi infancia y en mi panza. Huelen a naftalina, a vieja, a pacatería.
Qué querés que te diga, estoy como cansado de estar cansado, de no dormir bien, de no salir de noche y volver de día, de dormir como el orto y terminar siempre con esas lágrimas secas. La noche está definitivamente rota.
¡Salud! Se terminó la fiesta. La pasamos bien.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Laberintos, un plagio a un texto de Rosario 12



 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Los diarios no hablan ni de tí ni de mí ni de nadie, salvo excepciones, porque es más fácil explicar un cuádruple crimen que un amor; tiene más efecto el choque de diez camiones y una moto en una autovía, que el choque de unos labios duros e inexpertos, alrededor de los catorce años, detrás de un limonero que en cualquier momento se convertirá en testigo mudo e inútil de una pasión que no terminará nunca. 

Aún cuando tengas hijos y casa con otra. 

Aún cuando escribas versos inspirados en otros brazos.

Aún cuando tus lágrimas sean apenas el desesperado reflejo de aquel sollozo profundo e interminable cuando supiste que ya no te quería más.

Gracias, Victor Maini, por poner en tapa -o contra, da igual-, sentimientos que estaban guardados en un cajón ruinoso y que de pronto están de vuelta en primer plano.



martes, 14 de agosto de 2012

Llueve



Llueve
Hace tres días que llueve
de fondo escuchamos el ronroneo de los truenos
ahora se calmaron un poco
pero hasta recién eran fuertes
como cuando sostenés un gatito en los brazos
y está contento

El cielo parece estar feliz y parpadea
en forma de relámpagos

Llueve 
hace tres días que llueve
y los truenos ronronean a lo lejos

Fernando D. Berton
Copyleft: Agosto 2012

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