Comprar RELACIONES

Comprar RELACIONES
Mostrando entradas con la etiqueta Respirar. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Respirar. Mostrar todas las entradas

lunes, 3 de septiembre de 2012

Cómo fabricar un cántulo en tu casa

(Esto es una imitación lisa y llana de un texto que he sugerido leer en Google + hace un tiempo, y que el lector inquieto sabrá encontrar; y el que no , se quedará con las ganas.
Podrás ver, querido e inquieto lector, una entrevista a Julio Cortázar que dan, cada tanto, por el canal Encuentro, y en la que el propio Julio explica por qué escribió 62 modelo para a(r)mar. Que no es otra cosa que una explicación de por qué escribió Rayuela. 
Ya sé que no me parezco ni un poco a Cortázar, no hace falta que me lo digas. Pero tampoco voy a claudicar y a explicar así por que sí de dónde saqué este texto, que, aunque imitado, no es copiado, lo escribí yo solito, no me lo dictó nadie. O sea que tiene un mérito).

Salud.

La fotografía que ilustra este texto también la saqué yo. Como casi todas las de este blog, salvo las de Salud y alguna que otra perdida por ahí.




Sin embargo, la fabricación casera de un cántulo no tiene por qué ser tan traumática. Sencillamente se puede lograr escuchando un arpegio repetido cuatro o cinco veces, cuando el ejecutante detecta el placer enorme en un público que ha ido específicamente a sufrir el tal encantamiento, hasta que, de pronto, el cántulo queda terminado, y quedan unos minutos para sonreír junto con el intérprete, mientras se escuchan de fondo los platillos en un ataque final, y la sonrisa propia se confunde con la ajena y el grito que se va en fade de un público en un estadio ignoto, o acaso un parque cerca de un lago que pronto habrá de congelarse para ser cruzado por hordas salvajes que acabarán con todo el placer del arpegio y lo reemplazarán por el sonido de la carne chirriando al ser desagarrada por la espada o por el sable.
Las artes inciertas acabarán por agotar la paciencia escasa del fabricante de cántulos caseros, que irremediablemente habrá de arrojarlos al arroyo sin ningún miramiento.
Arroyo abajo, en la confluencia con un río algo mayor, ese estropicio de cántulo será hallado, sindudamente, por un espíritu inquieto, que lo convertirá en su talismán de la buena suerte por las mañanas blancas en días agitados, y lo lucirá con orgullo ante quien quiera verlo, con o sin fundillos, entre las 11 y las 13 y sin mirar mucho hacia arriba.


           





jueves, 23 de agosto de 2012

El PRI volvió a ganar unas elecciones


Ejército Zapatista de Liberación Nacional
México

2 de mayo de 1995
A: Eduardo Galeano.
Montevideo, Uruguay.

De: Subcomandante Insurgente Marcos

Montañas del Sureste Mexicano. Chiapas, México.

Señor Galeano:
Le escribo porque... porque me dieron ganas de escribirle. Porque ya pasó el día del niño acá en México y se me ocurre que a usted le puedo platicar lo que acá pasa, en un día del niño, en medio de una guerra sorda. Le escribo porque no tengo ninguna razón para hacerlo y, entonces, puedo así contarle lo que pasa o lo que me viene a la cabeza, sin la preocupación de que no se me vaya a olvidar el motivo de la carta. Porque sí, pues.
También porque perdí el libro que me regaló y porque ese ratón cambista que suele ser el destino (?) ha repuesto el libro perdido con otro libro. Y porque se me ha quedado bailando en la cabeza una parte de su libro "Las palabras Andantes".
Porque dice así:
"¿Sabe callar la palabra cuando ya no se encuentra con el momento que la necesita ni con el lugar que la quiere?. Y la boca, ¿sabe morir?".
Ventana sobre la palabra (VIII), p.262.

Y entonces yo me he recostado para pensar y fumar. Es de madrugada y como almohada tengo un fusil (bueno, en realidad no es un fusil, es una carabina que fue de un policía hasta enero de 1994. Antes servía para matar indígenas, ahora sirve para que no los maten). Con las botas puestas y la pistola recostada a un lado, cerca de la mano, pienso y fumo. Afuera, alrededor de humo y pensamientos, mayo se engaña a sí mismo fingiendo que es junio y hay ahora una tormenta de lluvia, rayos y truenos que logró lo que parecía imposible: callar a los grillos.
Pero yo no estoy pensando en la lluvia, no estoy tratando de adivinar cuál de los relámpagos que está por rasguñar la tela de la noche será el de la muerte, ni siquiera me preocupa que el techito de nylon que cubre mi estancia es demasiado pequeño y se moja la orilla del camastro (¡Ah! Porque resulta que me hice una camita de ramas y horcones, amarrados con bejucos. Lo hice porque la uso de escritorio, bodega y, a veces, para dormir. En la hamaca no me acomodo o me acomodo demasiado, me quedo muy dormido y el sueño profundo es un lujo que, acá, se puede pagar muy caro. En la cama de varillas de palo se está lo suficientemente incómodo como para que el sueño sea apenas un pestañazo).
No, no me preocupan ni la noche, ni la lluvia, ni los truenos. Me preocupa eso de "¿Sabe callar la palabra cuando ya no se encuentra con el momento que la necesita ni con el lugar que la quiere?. Y la boca, ¿sabe morir?". El libro me lo mandó la Ana María, una indígena tzotzil que tiene el grado de mayor de infantería en nuestro ejército. Alguien se lo mandó a ella y ella me lo mandó a mí, sin saber que yo perdí un su libro de usted y este libro repone el libro perdido, que no es lo mismo pero tampoco es igual. El libro está lleno de dibujitos en tinta negra y yo creo que así deben ser los libros y las palabras: dibujitos que salen de la cabeza o la boca o las manos y que van y se ponen a bailar en el papel, cada vez que el libro se abre, y en el corazón cada vez que el libro se lee. El libro es el regalo más grande que el hombre se ha dado a sí mismo. Pero volvamos a su libro de usted que yo tengo ahora. Lo leí con un cabito de vela que cargaba en la mochila.
El último tramo de pabilo se fue con esa página 262 (¡capicúa!, ¿no? ¿una señal?). Y entonces me recordé la frase aquella de Perón que me mandó y luego mi torpe respuesta y, más después, el libro que me envió. Y aquí la pena de contarle que el libro lo dejé botado en la "graciosa huida" de febrero. Y entonces me llegan este libro y las letras sobre el saber callar. Y yo ya llevo varias noches dándole vueltas al asunto, aun antes de que me llegara el libro. Y me pregunto si no llegó la hora de callar, si no será que ya se pasó el momento y ya no es el lugar, si no es la hora de morir la boca...
Y le escribo esto en una madrugada de mayo, pasado ya el 30 de abril de 1995, que es el día del niño acá en México. Nosotros los niños mexicanos celebramos ese día, las más de las veces, a pesar de los adultos. Por ejemplo, gracias al supremo gobierno, hoy muchos niños indígenas mexicanos celebran su día en la montaña, lejos de sus casa, en malas condiciones de higiene, sin fiesta y con la pobreza más grande: la de no tener un lugar donde recostar el hambre y la esperanza. El supremo gobierno dice que no ha expulsado a estos niños de sus hogares, sólo ha metido a miles de soldados en sus terrenos. Con los soldados llegaron el trago, la prostitución, el robo, las torturas, los hostigamientos. Dice el supremo gobierno que los soldados vienen a "defender la soberanía nacional". Los soldados del gobierno "defiende" a México de los mexicanos. Estos niños no han sido expulsados, dice el gobierno, y no tienen por qué sentirse espantados de tantos tanques de guerra, cañones, helicópteros, aviones y miles de soldados. Tampoco tienen por qué asustarse, aunque esos soldados traigan órdenes de detener y matar a los papás de estos niños. No, estos niños no han sido expulsados de sus casas. Comparten el piso irregular de la montaña por el gusto de estar cerca de sus raíces, comparten la sarna y la desnutrición por el simple placer de rascarse y por lucir una figura esbelta.
Los hijos de los dueños del gobierno pasan su día en fiestas y regalos.
Los hijos de los zapatistas, dueños de nada como no sea su dignidad, pasan su día jugando a que son soldados que recuperan las tierras que les quitó el gobierno, juegan a que siembran la milpa, a que van por leña, a que se enferman y nadie los cura, a que tienen hambre y, en lugar de comida, se llenan la boca de canciones. Por ejemplo, esa canción, que les gusta cantar en la noche, cuando más cerradas son la lluvia y la niebla, y que dice, más o menos así:
"Ya se mira el horizonte,
combatiente zapatista,
el camino marcará
a los que vienen atrás"
Y, por ejemplo, en el horizonte aparece, marcando el paso, el Heriberto. Y atrás del Heriberto, por ejemplo, va el hijito del Oscar que lo llaman Osmar. Y van, los dos, armados de sus dos varitas que pasaron a llevar de un acahual cercano ("No son varitas", dice el Heriberto y asegura que se trata de poderosas armas que son capaces de destruir un nido de hormigas arrieras que está cerca del arroyo y que le picaron al Heriberto y hubo de tomar represalias). Avanzan el Heriberto y el Osmar en columna. Y por el frente opuesto avanza la Eva, armada de un palo que tiene la ventaja de convertirse en muñeca cuando el ambiente es menos bélico. Y detrás de la Eva viene la Chelita, que levanta sus casi dos años apenas unos centímetros del suelo y que tiene unos ojos de venado lampareado que ya desvelarán, alguna noche, al tal Heriberto o al que se deje herir por destello tan moreno. Y atrás de la Chelita va un chuchito (perrito) que de puro flaco parece una marimba diminuta.
Y a mí todo esto me lo están contando, pero como si lo estuviera viendo al Wellington frente a Napoleón en esa película que se llamó "Waterloo" y, creo, salía el Orson Wells y al Napoleón lo derrotaban por culpa de un dolor de panza. Pero aquí no hay Orson que valga, ni flanqueos de infantería, ni apoyo de artillería, ni defensa en cuadro contra las cargas de los de a caballo, porque tanto el Heriberto como la Eva han decidido optar por el ataque frontal y sin escaramuzas ni tanteos previos. Yo estoy a punto de opinar que eso parece batalla de sexos, pero ya se está lanzando el Heriberto sobre la Chelita, evitando la carga directa de la Eva que se ve, de pronto, frente a un Osmar que no la espera cara a cara,, ni de pie sino que está de lado y en cuclillas porque ahí no más le dieron ganas de cagar y la Eva proclama que el Osmar se cagó de miedo y el Osmar no dice nada porque ahora quiere montar el chuchito se le acercó a oler, y en el entretanto la Chelita se puso a llorar cuando vio venir al Heriberto y el Heriberto ahora no sabe qué hacer para que se calle la Chelita y le ofrece una piedrita de regalo ("Acaso es piedrita", dice el Heriberto que asegura que se trata de oro puro) y la Chelita nada que para su chilladera y yo estoy pensando que hasta que le dieron una sopa de su propio chocolate al Heriberto cuando llega la Eva, en maniobra que llaman de "voltear la posición enemiga", y le cae el Heriberto por la espalda (cuando Heriberto ya le está ofreciendo su arma antihormiga-arriera a la Chelita, la cual está considerando la oferta, entre chillido y chillido), y entonces, ¡pácatelas!, la muñeca-arma de la Eva llega en su cabeza del Heriberto y empieza la chilladera, (estereofónica, porque la Chelita se siente estimulada por los gritos del Heriberto y no se quiere quedar atrás), y hay sangre y ya viene la mamá de no sé quien, pero trae un cinturón en la mano y los dos ejércitos se desbandan y el campo de batalla queda desierto y en la enfermería declaran que el Heriberto tiene un chipote del tamaño de su nariz y que, como la Eva está intacta, ganaron la mujeres en esta batalla. El Heriberto se queja de arbitraje parcial y prepara el contra-ataque pero no será hasta mañana porque ahorita hay que comer los frijoles que no llenan ni el plato ni la panza...
Y así pasaron el día del niño, dicen, los niños de un poblado que se llama Guadalupe Tepeyac. En la montaña lo pasaron, porque en su pueblo hay varios miles de soldados defendiendo "la soberanía nacional". Y dice el Heriberto que, cuando sea grande, va a ser chofer de un camioncito y piloto de avión no quiere ser porque, dice, si se le poncha la llanta del carrito, ahí nomás te bajas y te vas caminando, en cambio si se le poncha la llanta al avión no hay para donde hacerse. Y yo me digo que cuando sea grande voy a ser uruguayo-argentino y escritor, en ese orden, y no crea usted que será fácil porque lo que es el mate, no lo puedo tragar.
Pero no era esto lo que yo quería contarle. Lo que yo quería era contarle un cuento para que usted lo cuente:
Me enseñó el Viejo Antonio que uno es tan grande como el enemigo que escoge para luchar, y que uno es tan pequeño como grande el miedo que se tenga. "Elige un enemigo grande y esto te obligará a crecer para poder enfrentarlo. Achica tu miedo porque, si él crece, tú te harás pequeño", me dijo el Viejo Antonio una tarde de mayo y lluvia, en esa hora en que reinan el tabaco y la palabra. El gobierno le teme al pueblo de México, por eso tiene tantos soldados y policías. Tiene un miedo muy grande. En consecuencia, es muy pequeño. Nosotros le tenemos miedo al olvido, al que hemos ido achicando a fuerza de dolor y sangre. Somos, por tanto, grandes.
Cuéntelo usted en algún escrito. Ponga que se lo contó el Viejo Antonio. Todos hemos tenido, alguna vez, un Viejo Antonio. Pero si usted no lo tuvo, yo le presto el mío por esta vez. Cuente usted que los indígenas de sureste mexicano achican su miedo para hacerse grandes, y escogen enemigos descomunales para obligarse a crecer y ser mejores.
Esa es la idea, estoy seguro que usted encontrará mejores palabras para contarlo. Escoja usted una noche de lluvia, relámpagos y viento. Verá cómo el cuento sale así nomás, como un dibujito que se pone a bailar y a dar calor a los corazones que para eso son los bailes y los corazones.
Vale. Salud y un muñequito sonriente, como ésos con los que firma.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos
P.D. de advertencia policiaca. Es mi deber informarle que soy, para el supremo gobierno de México, un delincuente. Por lo tanto mi correspondencia puede ser implicatoria. Le ruego que se grabe usted el contenido de la presente, es decir, la encomienda que suplica, y destrúyala inmediatamente. Si el papel fuera de chicle, le recomendaría que lo comiera y, masticando, se pusiera a hacer esas bombitas de chicle que tanto escandalizan a las buenas conciencias, y que demuestran la falta de urbanidad y educación de quien las hace. Aunque hay algunos que las hacen con la esperanza de que una de las bombitas sea lo suficientemente grande como para llevarlo a uno de esa ruta luminosa que, allá arriba, se alarga... como se alargan el dolor y la esperanza sobre el cielo de nuestra América.
P.D. improbable. Salude usted de mi parte, si lo ve, al tal Benedetti. Dígale usted, por favor, que sus letras, puestas por mi boca en el oído de una mujer, arrancaron alguna vez un suspiro como esos que echan a andar a la humanidad entera. Dígale también, que quién quita y lo de "Marcos" fue por "el cumpleaños de Juan Ángel"


martes, 14 de agosto de 2012

Inconsciente copado



            Anoche soñé que fumaba, después de una situación un poco traumática. Aparecieron, de pronto, una serie de personajes en el sueño, que me decían que por qué estaba fumando. Finalmente, apagué, en el sueño, el cigarrillo que había prendido.

            Mi quilombete personal no se resolvió todavía,  y me sigue doliendo un poco la panza, pero me da cierto placer saber que, dormido, sé que tengo que respirar.

            ¡Salud!

lunes, 13 de agosto de 2012

Fantasmas



Cayeron 4 gotas. Refrescó bastante, eso sí, para acrecentar mis ya crecidas ganas de volar al carajo, tirarme en la cama tapado hasta las orejas y escuchar el frío y el viento golpeando en la ventana. Luego de un rato, en una especie de ensoñación, me viene como una idea de fantasmas que azotan los vidrios junto con el viento. Abro un ojo, arqueo una ceja. No se ve nada. Que es hasta lógico, ya que en general el viento y los fantasmas no se dejan ver. Te tocan, te sacuden, te estremecen, pero no los ves.
Intento dormir un poco más. En verdad, dormir a secas, ya que a este momento no he dormido, solo estoy adormecido. Pero el susurro de los fantasmas y del viento va creciendo en su ya clásico buido.
Quizás una copita de algo ayude a cerrar más los ojos. En la cocina las baldosas están frías y algo sucias y lo siento en los pies blancos. Lo único que podría tomar es una copa de vino, pero debería abrir la botella, y no se me da la gana. Me doy vuelta para ir al baño y luego otra vez a la cama, pero quedo paralizado por el susto del golpe en la puerta que da al patio, y enseguida, en la ventana que da al jardín. Ahí, el grito de los fantasmas es insoportable, y el viento se divierte y ríe estrepitoso entre los árboles desnudos y grises. El corazón ha dado contra el techo y palpita veloz, como una locomotora lanzada a 160 Km./h o más, y el traqueteo en los rieles va haciéndose más intenso y en cualquier momento descarrilaré.
Cierro los ojos, intento respirar profundamente, sacar el susto de los pulmones y oxigenar la sangre. Pensar con calma. Un nuevo golpe en la puerta y otra vez en la ventana me quitan el aliento, y estoy helado por el frío y por el miedo, ahí, solo, en la tarde de viernes que ya empieza a deshojarse y hacerse noche.
La risa escandalosa del viento no para. Intuyo que las hojas amarillentas de un roble que apenas resistían ya se han soltado en su loco y decrepito viaje a la muerte más cruel debajo de las ruedas de un auto, o en una alcantarilla podrida.
Doy un paso apenas. Intento que no me vean los fantasmas, que sigan entretenidos corriendo del patio al jardín y no me vean caminar. Otro paso apenitas. Un golpe. Respiro hondo, con los dientes apretados. Me aprieto el pecho para que el corazón no vuelva a saltar. Un pasito más. Una carcajada de viento. Con suerte, logro dar dos pasos sin mayor sobresalto. Al cabo de un buen rato, estoy otra vez en la cama, y puedo empezar a sentir la sangre correr nuevamente, y un poco de calor en los pies y en las manos.
Imagino, entonces, que tengo un trabajo, y que estoy ahora en la oficina, escribiendo en una moderna computadora, calentito, al amparo del viento y del frío y de los fantasmas, que me miran sentados en el umbral, sonrientes, al acecho, hasta que me despierten.

Fernando Berton
Copyleft: Agosto, 2012




domingo, 29 de julio de 2012

Respirar 4


Entonces, casi de pronto, me animo a subir, a escalar, sin temor a morir en el intento.
A levantar un pie, y luego el pie, y recordar a Cortázar mientras el pie acompaña al pie, y poner las manos así para asir, por un instante, un peldaño, para estar en posesión del propio destino por un segundo apenas.
Que así  de la nada parece   una tontería, pero resulta un logro más que destacable, si  me pongo a pensar por un momento que no hace mucho tiempo hubiera sido capaz de salir descalzo con tal de no subir a buscar los zapatos si me los hubiera olvidado . Y estas son las cosas que me dan ganas de seguir, porque me doy cuenta que estoy yendo hacia una vida mejor, que no sigo rompiendo lo que ya está roto, y que tal vez pueda respirar cada día más


De todos modos, por un instante siento que el frío no me hace bien, y vuelvo a sentir el pecho cerrado, que al aire le cuesta entrar, y que necesito estar en lugares calientes. Si bien debo aclarar que lo que siento no tiene punto de comparación con lo que me pasaba hace no menos de un mes, que en el momento mismo de levantarme sentía el pecho totalmente cerrado, y una lucha permanente por un poco de aire.


Y por eso van todas estas fotografías de escaleras, porque subí por todas ellas y pude seguir caminando  al llegar. Porque son el símbolo de lo conseguido, y de lo rápido que uno se recupera de una situación tan espantosa como la que va quedando atrás. 
¡Salud!

miércoles, 18 de julio de 2012

Respirar 3

Chile y Paseo Colón


Ahi tenés, esta es la subida por Chile desde el Paseo Colòn. Llegás a  Balcarce sin esfuerzo, porque no hay, casi, pendiente. Claro, comparado con San Juan o cualquiera de las otras. De paso, te podés tomar algo en alguno de los barcitos que hay.

En la esquina de Chile y Defensa, te podés sacar una foto con Mafalda, el entrañable personaje de Quino, que hoy anda cumpliendo años.  Unos 80, nada menos.

También podés mirar los edificios, de distintos estilos, algunos de colonial español, otros neoclásicos, con frisos estilo greco romano, un edificio de la vieja Compañía Italo Argentina de electricidad, con distintos colores, algo chillones, para atraer la atención del turista, supongo.

Y podés, también, ahora que te dedicás a respirar, oler la basura que hace varios días que no se levanta por distintas huelgas, y que le dan una nota desagradable a este barrio histórico de la ciudad.

Que hace un tiempo, era refugio de los que no teníamos mucho dinero, y cruzábamos la Avenida de Mayo para comer, en algún bodegón de Defensa o Tacuarí, un bife de costilla con fritas por la mitad de precio que en Sarmiento y San Martín. Pero claro, eso ya no es así. Cualquier pavada que comas te sale no menos de pesos cuarenta y cinco.

Pero bueno, los edificios están ahí, y se pueden disfrutar. Supongo que la basura algún día la van a levantar, y que también levantarán el país, y que los reyes magos me van a traer un metegol que pedí hace tiempo y no llega.


martes, 17 de julio de 2012

Respirar 2 (Vamos subiendo la cuesta)

El edificio blanco que se ve sobre la izquierda es el antiguo Patronato de la Infancia (PADELAI), que está, en estos días, tomado, y parece tener un conflicto con la ciudad. Próximamente, veré de ahondar en este tema. Pero, en realidad, lo interesante, es la diferencia entre Balcarce y Paseo Colón. La verdad no soy bueno para este tipo de cálculos, pero supongo, sin método específico, que debe haber no menos de 4 metros. Que, cuando uno baja, no tienen demasiada importancia (sí hay que tener la precaución de bajar en zig-zag, para no sentir que los dedos te van a perforar el calzado); pero que al momento de subir, te pueden dejar la lengua por el piso, el culo haciendo así, y los pulmones pidiendo por favor.
     Ahora, la verdad verdadera es que ya no me asusta. Puedo subir desde el Paseo Colón hasta Balcarce así como vengo, sin parar en el medio de la cuadra a buscar un poco de oxígeno. Sin que me tiemblen las piernas.
     Estas son las cosas positivas que estoy pensando para sentir que lo mejor que uno puede hacer es respirar. Desde el yoga, se dice que el alimento más importante es el aire. (Podemos vivir más de diez días sin comer alimentos sólidos, pero unos pocos minutos sin respirar)
    No piense en un caballo blanco apunta, precisamente, a proponerse metas positivas. Respirar, despertar a la mañana sin hacer un ruido infernal, sin boquear como pez fuera del agua. Y esto, con un diagnóstico de E.P.O.C. (=Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica), y también enficema, es decir, destrucción de los alveólos pulmonares que producen una sensación de que el aire entra pero no sale, y escuchás un ruido espantoso al respirar.
     Ya quedó dicho, el cuerpo reacciona de forma maravillosa: en menos de una semana, puedo dar saltitos para subir un cordón, y hasta ensayar un trote cuando el semáforo repentinamente se pone a favor de los automovilistas.
      Descubrí, también, que había encontrado un recorrido que evitaba lo más posible las subidas pronunciadas (por ejemplo, si sos todavía un fumador pesado, te conviene  subir del Paseo Colón por la calle Chile, que tiene una cuesta mucho más suave que cualquiera de las demás) Claro, dependiendo de cuántas cuadras te tome llegar hasta Chile, si no, lo mejor es encarar la subida, y hacer un alto en el medio, hasta que puedas darte cuenta y dejar de pensar en lo que no tenés que hacer, y hacer lo que tenés que hacer, es decir, respirar mejor. Y así, cuando veas la cuesta como se ve acá, no te va a dar miedo, ni te vas a agitar como si corrieras una maratón.
     ¡Salud! y que puedas pensar en positivo.



PD: Al final me puse un poco demasiado pedagógico, o iglesia pentecostal. Perdón, no es la idea, pero estoy tan feliz con esta decisión que he tomado, que se me va la mano.
Probá, nada más. Gracias por leer.

viernes, 13 de julio de 2012

Respirar

De pequeños, jugábamos a mantener la respiración. En el agua, o en un zaguán, o en las baldosas frías del pasillo que separaba un jardín de un dormitorio.
Sentarse en esas baldosas en el verano, era como tomar una gaseosa helada después de jugar a la pelota en el potrero de a la vuelta.
Luego, vinieron otras sensaciones, en la época en que los chicos usábamos pantalones acampanados, y las chicas usaban minifaldas, y al sentarse en las baldosas frías, permitían ver, o entrever, o intuir, intimidades que no podíamos decodificar del todo, pero que ciertas rigideces paradigmáticas nos hacían entender sin mayores fundamentos que se trataba de una cuestión que debía resolverse en el próximo juego de las escondidas.
       Al cabo de varias horas de permanecer esperando, inútilmente, que nuestra supuesta salvación para todos los deseos nocturnos -y también diurnos, a qué engañarnos-, llegara hasta nuestro escondite, no nos quedaba más remedio que dejar nuestra marca en la pared y un enorme deseo disfrazado de otra vez será, pero que por favor sea pronto, porque esto no da para más.
      Después de correr hasta la piedra, y salvar para todos los compañeros, y quedar jadeantes, con los brazos en jarra, los ojos rojos y la transpiración cayendo a borbotones; otra vez el regreso a las baldosas frías, a bajar la ansiedad, a sentir que el aire nuevamente iba oxigenando las neuronas, los capilares, que el cerebro otra vez estaba en funciones -conceptos que, en rigor, solamente adquiriríamos años más tarde-; y que ese beso dado a las apuradas, medio chingado, casi casual, no significaba más que el agradecimiento por salvar a los compañeros.
    Compañeros que, poco después, serían acribillados en Viejo Bueno, y en tantos otros lugares, pero no lo sabía yo entonces, compañero no tenía ese significado.
     Y tampoco lo tenía celular, que en esa época era un colectivo que usaba la policía en sus famosas "razzias", y no algo que hoy tenemos para comunicarnos -muy poco-, o para mandarnos la parte -bastante-
     Han pasado muchos años, y hoy vuelvo a respirar, a sentir el olor de los eucaliptus, y las margaritas y las azucenas. He dejado por ahí algunas malas costumbres. He recuperado la respiración. Y eso está bueno.

   ¡Salud!

Entrada destacada

Inteligencia Artificial

¡Hola! Soy el robot, ¿cómo estás? ¿Cómo puedo ayudarte esta mañana? Tengo un sinnúmero de funciones entre las que se pueden contar ayuda fi...