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lunes, 13 de agosto de 2012

Fantasmas



Cayeron 4 gotas. Refrescó bastante, eso sí, para acrecentar mis ya crecidas ganas de volar al carajo, tirarme en la cama tapado hasta las orejas y escuchar el frío y el viento golpeando en la ventana. Luego de un rato, en una especie de ensoñación, me viene como una idea de fantasmas que azotan los vidrios junto con el viento. Abro un ojo, arqueo una ceja. No se ve nada. Que es hasta lógico, ya que en general el viento y los fantasmas no se dejan ver. Te tocan, te sacuden, te estremecen, pero no los ves.
Intento dormir un poco más. En verdad, dormir a secas, ya que a este momento no he dormido, solo estoy adormecido. Pero el susurro de los fantasmas y del viento va creciendo en su ya clásico buido.
Quizás una copita de algo ayude a cerrar más los ojos. En la cocina las baldosas están frías y algo sucias y lo siento en los pies blancos. Lo único que podría tomar es una copa de vino, pero debería abrir la botella, y no se me da la gana. Me doy vuelta para ir al baño y luego otra vez a la cama, pero quedo paralizado por el susto del golpe en la puerta que da al patio, y enseguida, en la ventana que da al jardín. Ahí, el grito de los fantasmas es insoportable, y el viento se divierte y ríe estrepitoso entre los árboles desnudos y grises. El corazón ha dado contra el techo y palpita veloz, como una locomotora lanzada a 160 Km./h o más, y el traqueteo en los rieles va haciéndose más intenso y en cualquier momento descarrilaré.
Cierro los ojos, intento respirar profundamente, sacar el susto de los pulmones y oxigenar la sangre. Pensar con calma. Un nuevo golpe en la puerta y otra vez en la ventana me quitan el aliento, y estoy helado por el frío y por el miedo, ahí, solo, en la tarde de viernes que ya empieza a deshojarse y hacerse noche.
La risa escandalosa del viento no para. Intuyo que las hojas amarillentas de un roble que apenas resistían ya se han soltado en su loco y decrepito viaje a la muerte más cruel debajo de las ruedas de un auto, o en una alcantarilla podrida.
Doy un paso apenas. Intento que no me vean los fantasmas, que sigan entretenidos corriendo del patio al jardín y no me vean caminar. Otro paso apenitas. Un golpe. Respiro hondo, con los dientes apretados. Me aprieto el pecho para que el corazón no vuelva a saltar. Un pasito más. Una carcajada de viento. Con suerte, logro dar dos pasos sin mayor sobresalto. Al cabo de un buen rato, estoy otra vez en la cama, y puedo empezar a sentir la sangre correr nuevamente, y un poco de calor en los pies y en las manos.
Imagino, entonces, que tengo un trabajo, y que estoy ahora en la oficina, escribiendo en una moderna computadora, calentito, al amparo del viento y del frío y de los fantasmas, que me miran sentados en el umbral, sonrientes, al acecho, hasta que me despierten.

Fernando Berton
Copyleft: Agosto, 2012




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