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miércoles, 10 de marzo de 2021

Tu aliento vas a proteger

 



¿Cuánto dura un día?

Greta piensa en Oslo. En los días de duración variable en estaciones que marcan instantes ansiados de luz solar. No como aquí que el sol parece vivir para siempre, donde las variaciones son ínfimas entre el invierno y el verano. [1]

Flor Canosa

La mente viaja  más rápido que cualquier otra cosa. En un abrir y cerrar de ojos pasamos de donde quiera que estemos a donde quiera que pensemos. Los días duran veinticuatro horas, dicen. Ok. Pero, ¿cuánto dura una hora, entonces? ¿Dura lo mismo una hora en la que esperamos un llamado que una en la que estamos con alguien que nos encanta?

Es el tiempo psicológico, dicen. Ok. Pero, ¿cuánto dura un psicólogo, entonces? ¿Veinticuatro días? ¿Una hora? ¿Seguimos la próxima?

Las cosas trágicas también ocurren  de un momento a otro, casi como la mente que nos lleva del Ecuador a Noruega en un santiamén. Hoy sos la persona más feliz de la Tierra y de pronto un accidente y pasás a ser la persona más infeliz de la Tierra.

¿Quién pondrá fin a mi diario / al caer / la última hoja en mi calendario?, dice Serrat en “Si la muerte pisa mi huerto”. Pero, ¿qué pasa cuando la muerte pisa el huerto de la persona amada? ¿Cuánto durará ese instante en el que nos avisan que ya no está, cuando el tic no alcanza a tac?

Así es, querido lector desprevenido. Por eso es que nos dicen que hay que disfrutar el día, no hacer mañana lo que tenemos que hacer hoy porque tal vez mañana ya no estemos. Y quizás lo importante sea decirles a esos que queremos que los queremos, y no esperar al funeral para dar un bello discurso. Menos en estos tiempos de pandemia donde ni siquiera podemos ir al funeral.

Ya nadie va a escuchar tu remera se llama la canción aludida en el título de este artículo, que en consonancia con algunos anteriores, se pregunta por eso del tiempo. Algunos piensan que con el tiempo serán otros. Están aquellos, como Greta, que se piensa otra en otro lugar. No es el tiempo sino el espacio. Y ahí está la cuestión, ¿podemos separar el tiempo del espacio? ¿Hay un nosotros en el pasado, viviendo cada segundo de manera indefinida por los siglos de los siglos? Quiero decir, la fantasía que existe sobre los pasados es que siguen existiendo, y que si uno viaja al pasado mejor no toque nada para que las cosas no cambien. Hay que cambiar hacia el futuro. Pero el futuro no existe, se va haciendo a medida que avanzamos.

Ya nadie va a leer este artículo, dirá el lector desprevenido que llegó hasta acá pensando que se venía una reseña de la novela de Flor Canosa. Y no, porque todavía no la terminé de leer. Me pasa que hay novelas que empiezo a leer y ya quiero comentarlas, entonces tal vez sea por eso que me apresuro a citarla. Y lo que puedo adelantar es que es una novela que transcurre en distintos espacios, y en distintos tiempos, y hasta donde voy, no está definido el presente de la narración. Parece como que todo ya pasó, pero no se puede asegurar que siga así en los siguientes capítulos. En fin, tiempo al tiempo

 

Fernando

Marzo, MMXXI 



[1] Canosa, Flor; Los accidentes geográficos; Obloshka; Buenos Aires; 2021; pág. 19

domingo, 7 de marzo de 2021

Las horas, como las ruinas

 


Recién

vi una película

que trata

de una mujer que escribe

sobre una mujer

que escribe.

 

Escribe cosas como:

 

    guardar lo que queda para detener el tiempo.

 

y se ve a sí misma

mientras escribe cosas

como

 

   tanto estuviste que ahora es lo mismo

   que estés o no.

 

y camina por la playa,

recuerda lo que va a escribir

sobre esa mujer

que escribe

que le habla

que le dice

 

   ¿se pueden mirar las horas?

 

y se para en un balcón

mientras recuerda

lo que pasará

de brazos

cruzados,

hasta que llega

él

y le dice

que el sábado

que vaya

¿se va a perder

el fin de semana?

 

   Salir del laberitno del tiempo

 

Solamente hay una forma

y es ir

a la playa

con los perros vagabundos

que siempre

hay

en las playas

a veces junto

a una mujer

que escribe

a veces

solos.

 

NOTA: Basado en la película La forma de las horas; de Paula de Luque; Argentina, 2019. Diponible en  la plataforma Octubre TV

Fernando

Marzo, MMXXI 

sábado, 6 de marzo de 2021

Todo progreso tiene un inicio

CANCIÓN DE LOS LIBROS FUTUROS

 

Nuca te me acabarás, Buenos Aires

y me darás temas para rato...

hasta que el sentimiento se me haga pedazos

en tus encantadores accidentes de tráfico.

 

Pero... ésta es la antelación del canto de mañana

el preámbulo de los libros futuros

que comencé a escribir en la carne de mi hijo,

el fuerte, recio businessman de 1950.

Mientras tanto edificaré mis poemas sucesivos

con la plomada de tus nuevos edificios

y el cemento de tus futuras catedrales.

 

Disculpáme, che, ciudad, si todavía,

mi verso torcido y serruchado tiene barro en los botines.

Es la última tierra de tus excavaciones

es la raíz de ti misma, es la sangre de tus venas

   subterráneas,

es tu respiración de exudado gas en los levantamientos

y en los empastelamientos

de los futuros rascacielos,

que ya están haciendo su ademán de granito en tu cielo

   cuadriculado

en tejidos eléctricos.

 

Hasta ahora le estuve milongueando a ese cardumen

de pobres animales que te habitan,

porque, después de todo, Buenos Aires,

poné la mano en el corazón y confesáme:

¡ellos te construyeron,

con sangre de su poder y cemento de sus huesos,

y empapelaron de nuevo ante el asombrado ojo del

   forastero,

tiññendo su angustia gris y uniforme

con Neo Lux de entusiasmos...!

 

Para mañana te prometo (si me dejan)

cantarte hasta romperme en un alarido de entusiasmo,

en una pamperada de nacionalismo,

arrancando ladrillos en forma de estrofas,

e imágenes de entubamiento

y metáforas de ensambladura

para tu grandeza brutal y severa de Banco de

   Jesú-Cristo... [1]


 

Varias veces hemos afirmado en Cosas que pasan que algunas voces han dicho mucho antes y mejor lo que queremos expresar. Nicolás Olivari, en este caso, nos habla del progreso, de esa ciudad que se está transformando para mutar casas en edificios, hijos en hombres de negocios (businessman, augura el sujeto poético para el suyo, en poco más de veinte años).

Olivari, como un futbolista que pasa de Boca a River, dejó el grupo de Boedo para irse al de Florida, por fuertes discrepancias con Elías Castelnuovo y Leónidas Barletta. Decir que luego también criticó la editorial Proa, de Ricardo Güiraldes es apenas una pincelada de esta personalidad rebelde e incontenible.

En el poema que hoy citamos creemos ver cierta coincidencia con la línea editorial de este blog: en efecto, el sujeto poético le habla a “ese cardumen de pobres animales” que habitan la ciudad. Esa Buenos Aires que definitivamente está dejando de ser la Gran Aldea para entrar de lleno en la modernidad de los negocios. Decíamos hace poco que el Progresso não tem fim y mostramos de qué manera la sociedad actual se nutre de las clases menos favorecidas en términos económicos, claro, para crecer al infinito. El progreso debe tener un comienzo, ya que no fin. Y estos años treinta son un ejemplo claro de por dónde vendría la cosa: la así llamada Ley Sáenz Peña, sancionada en 1912, que establecía el voto secreto y obligatorio (sólo para hombres, conviene aclarar, deberían pasar casi cuarenta años para que las mujeres pudieran elegir autoridades), fue un primer paso hacia la ampliación de los derechos de los habitantes de la República, que hasta ese entonces veían cómo los conservadores hacían gala de un sinnúmero de triquiñuelas para llevarse el primer puesto en cada elección.

Sin embargo, este interregno democrático duraría poco, ya que en 1930 ocurriría el primer derrocamiento de un gobierno elegido por el pueblo. Con la caída de Hipólito Yrigoyen a manos del dictador Uriburu, se abre una de las páginas más negras de la historia de las clases populares en Argentina. Esta incapacidad de los derechosos conservadores argentinos se mantuvo por casi un siglo, ya que recién en 2015 un partido de derecha sería el vencedor en unas elecciones libres. (Descontamos el gobierno de Carlos Menem, ya que llegó a la presidencia desde las filas del peronismo y con un discurso marcadamente peronista: revolución productiva y salariazo)

Así, entonces, desde otra perspectiva, apreciamos que no todo tiempo futuro será mejor, o no en todos los aspectos. Hoy seguimos asistiendo al dominio de las peores prácticas dentro de lo legal para que el trabajo sea cada vez más precario, que los derechos que fueron reconocidos a lo largo de tantos años se debiliten y que las luchas de los trabajadores sean vistas como estorbos para que los grandes industriales y comerciantes se enriquezcan cada vez más a costilla del “cardumen de pobres animales” que ponen el cuerpo a la construcción de esas obscenas viviendas y torres de oficinas que luego se enorgullecen de no permitir el acceso a las personas que las construyeron.

 

Fernando

Marzo, MMXXI 

 



[1] Nicolás Olivari (1900-1966), en El gato escaldado (1929)

jueves, 4 de marzo de 2021

Un día como hoy

 


 

Decíamos en “Todo tiempo futuro será peor” que las personas solían tener álbumes de fotos o diarios íntimos para llevar la cuenta de sus cosas, de sus recuerdos de vivencias y otros dúos famosos como tal vez Sui Generis o Pedro y Pablo. Hoy eso ha sido reemplazado por los recordatorios de las así llamadas redes sociales. A mi juicio, y perdón por la digresión, deberían llamarse solamente redes, porque te atrapan y de ahí ya no podrás salir con vida. No igual a como era tu vida antes, por lo menos.

Esto viene a cuento de que a veces no sé qué hacer con los recuerdos que me mandan las redes. ¿Verlos? ¿Borrarlos? ¿Olvidarlos? No sé bien qué se hace con eso, es algo nuevo. Por eso hoy cuando alguien dice alguna cosa, hay un sinnúmero de buscadores de otras cosas. Es decir, si hoy digo que A es tal cosa, alguien va a encontrar por ahí que alguna vez dije que A era tal otra cosa. Ergo: no resisto el archivo.

Nadie resiste un archivo, dicen por ahí. Y la verdad es que no. Yo, sin ir más lejos, hace treinta años no tenía canas, no tenía EPOC, no tenía unas manchas que me salen en la piel si me rasco medio fuerte. En lo único que soy coherente es en que tengo anteojos. Desde los diez años tengo anteojos. Así que si alguien por ahí encuentra una foto mía a los ocho o nueve dirá que no resisto el archivo porque no tengo anteojos.

Se produjo no hace tanto una situación con los jugadores de rugby (me resisto a utilizar el término inglés, porque ¿por qué no decimos footballers, si no?, pero me voy de tema). Unos eran unos ilustres desconocidos que asesinaron a un pibe a la salida de un boliche en la costa. La pandemia se apiadó de ellos y hablamos de otras cosas, pero intuyo que no habríamos llegado a ninguna conclusión válida de todas formas. Más luego se produjo un incidente con unos jugadores de rugby más conocidos, ya que eran –creo que vuelven a ser– integrantes de la selección nacional de rugby a propósito del escaso duelo mostrado por el fallecimiento de D1OS, y luego les encontraron una serie de tuits algo misóginos, algo homofóbicos, algo racistas de hace unos años. No resistieron el archivo. Luego fueron desafectados de la selección y afectados nuevamente. ¿Vieron que ser “afectado” a una selección no es un buen término? Sería mejor decir convocados. Pero desconvocados es un espanto, como descomer.

Bueno, cuestión que estos muchachos fueron juzgados, condenados y, claro, por qué no, descondenados en cuestión de horas. D1OS sigue muerto, aunque Nietzsche ya lo había dicho hace bastante, y ellos siguen jugando al rugby. Lo que no sabemos es si están arrepentidos de los tuits que pusieron hace unos años, si tuvieron la oportunidad de cambiar el pensamiento como muchas personas pudimos hacer acerca de temas que estaban aceptados ampliamente. Yo crecí a los golpes y a los gritos y al menosprecio. Si me llevaba una materia era un burro que no servía para nada y la vida me encontraría muy posiblemente tirado en un zanjón con el currículo roto en mil pedazos. Eso me decían mis padres. Y así y todo yo los quería.

Pues bien, hoy ya no hay espacio para decir esas cosas. Es decir, lo hay. Vemos todo el tiempo madres y padres que les dicen cosas semejantes a sus hijos. Pero basta que uno ponga un tuit diciendo que el nene se merece un soplamocos para que la condena social nos caiga de forma implacable.

Entonces pienso que si uno recibe un recuerdo de una red social y nota con cierto escozor que el mismo no coincide con el pensamiento de estos días, lo mejor será que lo borre de forma inmediata. No sea cosa que el buscador de contradicciones lo lea y ¡zácate!, nos mande a la hoguera.

 

Fernando

Marzo, MMXXI 

 

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