El hotel en Panamá es cilíndrico. Opino que está bueno porque no se junta suciedad en los rincones. Voggart se ríe con ganas. Qué boludo, me dice, y se deja caer en la cama. ¿Te imaginás la cara del Rey Arturo si lo hubiera visto? Voggart se ríe hasta que no puede más y le viene tos. Le doy unos golpecitos en la espalda después de que se incorpora, le hago masajes en los hombros, le alcanzo un vaso de agua, me divierto con su pelo revuelto, se lo peino con los dedos para desenredarlo, hasta que grita, me empuja, me insulta, se da vuelta, me echa, me llama, me acerco, me agarra, me araña, me alejo; los brazos me sangran; me mira, me abraza; me besa las manos, me chupa la sangre, su lengua me alcanza, recorre mi brazo, mi cara, se queda en mi boca y entonces las manos que suben, que bajan, desgarran, desvisten, disfrutan, descansan, descubren lugares remotos; de pronto se espantan y dejan lugar a los ojos que miran, que encantan, se cierran y sueñan que viajan por pliegues y encienden las ganas más blandas.
Los ojos se cierran, la noche está en calma.
*
La marea está baja y no corre nada de aire. A la distancia se distinguen algunos barcos a la espera de su turno para cruzar el canal. Sugiero ira a tomar una cerveza. Pero acá no, dice Voggart. ¿Dónde? Mejor en mi casa. Bueno.
Y a su casa vamos.
Fernando
Enero, 2023
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