Silencio
Cerca de las seis de la tarde, el estadio comienza de a poco a tomar clima de partido. Lo único que altera el silencio es el ruido metálico de las vallas que empiezan a cerrar las calles, a crear precarios pasadizos que conducen a las boleterías. Es viernes, y es abril y está algo fresco, y se prevé un partido sencillo por la mitad de la tabla (Lanús), y por el fondo (San Martín de San Juan), sin mayores expectativas de que sea un encuentro ruidoso en las tribunas.
Olores
Al cabo de un rato, ya comenzarán los primeros olores a leña quemando el carbón, que llenarán la esquina de Arias y Madariaga del característico aroma argentino. Ya hacia las 19:30 los infaltables perros callejeros, atraídos por el olor de la grasa que reacciona al contacto con las brasas, rondarán los distintos puestos en busca de algún alma enternecida por la mirada triste, practicada durante centurias por estos grandes amigos del hombre para obtener sus favores: alguna achura, quizás una punta de falda, acaso un chori, al que habrán de ladrar y gemir y refunfuñar hasta que baje un poco la temperatura y se pueda engullir en la menor cantidad posible de bocados.
Multitud
Cerca de las 20:00, cientos de chorizos se apretujan sobre los hierros calientes, en posición cucharita, todos mirando hacia el oeste, dando la espalda al sector de hamburguesas, intruso relativamente moderno en el folclore futbolero. El silencio es cada vez menor, proliferan los pregones de ¡chori, muchacho, hay chori! y un escuadrón de la bonaerense se apresura a cumplir la orden impartida, para hincar el diente a un chori mariposa recién sacado del suplicio en la parrilla, debidamente bendecido en chimi, o acaso en salsa criolla. El bastón cuelga convenientemente de la muñeca izquierda, no vaya a ser cosa que algún pichicho se pase de vivo.
Variedades
El chorizo es el rey de la parrilla callejera, y ocupa la mayor parte de la superficie. Pero de acuerdo a la importancia del partido, muchos cocineros se animan también al vacío, la morcilla y la ya nombrada hamburguesa. Con bigotes más o menos prominentes, al igual que los vientres, los parrilleros ofrecen su mercancía con nombres bastante similares: vacipan, morcipan, y dejan a la hamburguesa el más comercial nombre de pati, sin mencionar el pan, acaso por una cuestión de extranjería, acaso para evitar la cacofonía. También son variadas las humaredas, de acuerdo al tipo de parrilla. Las que tienen hierro redondo dejan caer más grasa sobre el carbón, cosa que aumenta considerablemente el humo, al punto de que a veces el cocinero es apenas una figura fantasmal que se distingue a muy corta distancia. Otros apelan al clásico hierro en “v” que, algo inclinado, escurre la grasa sobre un recipiente que, así, permite una visión algo más clara. De todos modos, el método “humaizal” suele despertar apetitos a mayor distancia, lo que no deja de ser una estrategia de márketing olfativo. (A la vez que sirve de conjuro a la aromática presencia de los caballos policiales –bien cepillados y lustrosos, hay que decirlo–, que dejan olorosas tortas todo a lo largo de la calle Arias, hoy Ramón Cabrero).
Tribuna
A las 21:00 el árbitro da comienzo al encuentro, y sobre el codo Esquiú cinco mil almas se apretujan para combatir el frío, tal vez ansiando una incursión a la parrilla en el entretiempo para un segundo chori, acaso al final del partido. Los gritos de aliento y las diatribas a los rivales van en aumento, hasta que los pases incorrectos, el juego cortado, el vislumbrado cero-a-cero hacen que el entusiasmo decaiga a niveles casi inexpresivos. Es entonces que el único grito que rompe el silencio es el incansable ¡chori, muchacho, hay chori!
Las gargantas se van sedientas de gol, pero llenas de sabores y remedos de canciones para mejores noches.
Así, de estadio en estadio siguiendo el viento de cada puntero
Al grito de ¡chori, muchacho, hay chori! va el parrillero
Viene de muy lejos, trae las historias que encierra en las flautas
Sabores criollos que mezcla con chimi, también con criolla
¡Chori, muchacho!, canta en cada calle bajo las tribunas
¡Hay chori, muchacho!, deja en cada sándwich nuestro parrillero
Fernando
Abril MMXVII - Julio MMXXI
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