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jueves, 8 de noviembre de 2018

Un mundo "customizado"

Clase Pública - Buenos Aires - 2018




El vocablo inglés “Customize” significa hacer o modificar algo de acuerdo a especificaciones personales o únicas. Esto, en castellano, se traduce como “personalizar”; y entendemos que solamente se puede personalizar algo que es de fabricación en serie, la gran paradoja del mundo individualista: la producción en masa, industrial, es cada vez más amplia y abarca todos los sectores de la economía. Y cuando el mercado local dejó de ser suficiente para el crecimiento de los países y sus grandes corporaciones, se han ido a la captura del mercado global.
 
De manera paralela, un nuevo marco para la cooperación público-privada global[1] ha ido tomando forma. La cooperación público-privada consiste en aprovechar el sector privado y los mercados abiertos para impulsar el crecimiento económico para el bien público, teniendo siempre en cuenta la sostenibilidad ambiental y la inclusión social. Sin embargo, para determinar lo que comprende el bien público, primero debemos identificar las causas de la desigualdad
 
La llamada “cooperación” entre los ámbitos público y privado suele ser engañosa, como toda realidad sensible, y nos lleva a que estos cambios que se proponen “desde cero” (como se aprecia en el artículo citado) y que tengamos que hacer “estemos listos o no” nos plantea la pregunta de si habrá, en este nuevo modelo, otra vez ganadores y perdedores. Porque, ¿quiénes serán los que lleven adelante los cambios? Lo más posible es que sean motorizados por grandes grupos concentrados, como el propio Foro Económico Mundial, del que tomamos esta declaración, y que tienen resto para poder empezar algo de cero y financiarlo. Las personas que viven de sus salarios, y llegan con lo justo a fin de mes, ¿cómo harían para empezar “desde cero”, “estando listos o no”?
Al final de la cita se habla de “Identificar las causas de la desigualdad”, y que parece perseguir una lucha por un mundo global e igual. Sin embargo, y a riesgo de extralimitarnos en la opinión, no parece que haya que hacer grandes estudios para saber cuáles son las causas de la desigualdad: las prebendas que los “ámbitos privados” obtienen de los “ámbitos públicos” en perjuicio de los millones de trabajadores asalariados, emprendedores y marginados tienen una preponderancia casi insoslayable, salvo que se quiera ocultar que ese intento por identificar desigualdades generará recursos para consultoras que harán planes y proyectos para determinar que los ricos son ricos y los pobres, pobres. Mientras tanto, habrán generado empleo ficticio, agrandado la brecha tecnológica entre los países avanzados y el resto, creado conceptos como “gobernanza”[2] y aumentado las arcas de las grandes corporaciones globales. Y vendrá luego la “Globalización 6.0”, si es que llegamos vivos a tal situación.
Entonces, la “personalización” de la que hablamos al comienzo se plantea como algo que estaba en la sociedad cuando parecía ser menos individualista: la ropa y el calzado, por ejemplo, se hacían a medida. Tanto es así que el actual mundo global nos ofrece soluciones “Taylor-made”, es decir, por un sastre. A Medida, en una palabra. La sociedad industrial parte de la premisa de que todos los habitantes del planeta encajarán en sus talles preestablecidos, en la ropa “lista-para-usar” y que eventualmente habrá que hacerles unos ajustecitos (dobladillos, acortar mangas, etc.) Cosa que no ocurre con el calzado, ya que no hay forma de achicar o agrandar un zapato. El progreso, entonces, masifica. Pero, para lograr su objetivo, manda mensajes personales. Ha “customizado” la publicidad. Y mucho más aún en estos tiempos de internet en los que las cookies pretenden “mejorar nuestra experiencia con anuncios de acuerdo a nuestras expectativas”. Y eso presume que la única razón por la que una persona visitaría internet sería comprar cosas. No estaría buscando información, leer un artículo periodístico, ver una imagen de un lugar desconocido, consultar un diccionario, etc. El progreso, parece, solamente ocurre si se vende cada vez más, si hay más ganancia.
No es que estemos en contra del progreso. Pero nos preguntamos para qué tanto progreso que genera, año tras año, más marginación y solamente incrementa la brecha entre ricos y pobres,[3] que no ha dejado de crecer entre 1980 y 2015 como puede apreciarse en el gráfico a continuación:


Esto se mantiene como tendencia en los últimos treinta y cinco años, por lo que no podemos suponer que cambiará con la nueva Globalización 4.0 (que, por lo demás, no queda muy claro en qué consiste).
En suma, la idea que queremos transmitir es que el progreso económico está reservado solamente a los sectores más ricos de la población (la sola idea de ricos y pobres valida el concepto de sociedad desigual, cosa que se corrobora también con la existencia de un organismo llamado “Laboratorio mundial de inequidad”) y que seguirá siendo así a menos que se modifiquen fuertemente los conceptos de bienestar. Haber dejado que todo logro se mida por la ganancia en dinero hace que esto se retroalimente. Por caso la candente realidad de Honduras, que en estos días es un gran foco de tensión por la marcha hacia Estados Unidos de una enorme caravana de migrantes por territorio mexicano. Veamos qué dice el Foro Económico:
 
Aunque el país creció a un ritmo del 4,2 en 2017, seis de cada 10 personas viven en la pobreza y cuatro en la extrema pobreza y ni siquiera pueden comer una vez cada día. Sufre además la presión fiscal más alta de la región y las compañías de luz, agua y gas ejercen sin piedad estándares de cobro del primer mundo en un lugar con más de cinco millones de pobres.[4]
 
Entonces, ¿qué clase de crecimiento es ese que mantiene en la pobreza a la mayoría de la población? Sin llegar a esos extremos, hemos sufrido momentos similares en Argentina, donde el “crecimiento” de las compañías privadas a costa del patrimonio público (como la epidemia de privatizaciones que azotó al país en la década de 1990) terminó en una de las peores crisis en la historia argentina. Hasta ahora, claro, que se está incubando algo similar.
Mientras tanto, habrá que seguir luchando por una sociedad en la que ser exitoso también consista en ser felices a partir, también, de tener sueños, disfrutar de un descanso, de una buena lectura o de una sonrisa. Todas esas cosas, como puede apreciarse, no están valoradas en dinero, y es por eso que aparecen siempre asociadas en las publicidades de bienes transables: nadie puede vender una sonrisa, salvo mediada por un anuncio comercial. El dinero, como bien decía un aviso de una tarjeta de crédito, está para “todo lo demás”. Es por eso que los avisos publicitarios asocian la felicidad a un bien y no nos muestran las características de los productos. Nos sugieren (en verdad, hay que ser justos, no es que lo digan) que seremos felices comprando tal o cual objeto, cuando deberían decir que nuestra vida sería, acaso, más confortable (es innegable que un sillón es más cómodo que sentarse en un cajón de verduras). Pero no por eso seremos más felices.
La conclusión, querido lector desprevenido, es que este mundo personalizado lo está para los dueños del dinero más que para nosotros, simples mortales, que nos esforzamos con fuerza para llegar, no digamos ya a fin de mes, sino lo más lejos que se pueda.


Fernando Berton
Noviembre, MMXVIII


[2] gobernanza 1. f. Arte o manera de gobernar que se propone como objetivo el logro de un desarrollo económico, social e institucional duradero, promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y el mercado de la economía
[3] Fuente: World Inequality Lab,  https://wir2018.wid.world/files/download/wir2018-summary-english.pdf Nótese que esta brecha es tan importante que el reporte ni siquiera menciona a América Latina como región, solamente aparece Brasil.
(Última versión consultada: 07NOV18)
(Última version consultada: 07NOV18)

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