Roberto Fontanarrosa decía tener
solamente dos problemas para jugar al fútbol: la pierna derecha y la pierna
izquierda. A mí me pasaba exactamente eso. Creo que no obedecían las órdenes
que les daba. Reaccionaban a destiempo, frenaban al momento de picar y
golpeaban al rival por no atinarle al cuero. Recuerdo solamente dos ocasiones
en las que parecí vencer esas incapacidades. Una fue cuando, a falta de un
compañero de cuarto año (yo estaba en quinto), me pusieron en el otro equipo. Tal
vez porque nadie esperaba nada de mí, esa tarde estuve presente en las dos
áreas, salvé un gol, hice otro y asistí para que otro convirtiera. De más está
decir que mis habituales compañeros me putearon bastante por jugar bien (este
hecho merecería analizar la cuestión del punto de vista: siempre me puteaban
por jugar mal, y una vez que jugué bien, pero en otro equipo, también me
putearon)
En otra ocasión, algunos años
antes, tuve también un desempeño destacado una tarde en el complejo deportivo
junto a la cancha de Lanús, al que accedíamos colándonos por una casa
abandonada. Como solía ocurrir, armamos un picado con otros que estaban ahí, y
de los que no sabíamos nada, así que el azar me puso en uno de esos bandos
mezclados. En ese partido tuve la visión para poner pases al vacío, frente el
avance de un delantero que terminó convirtiendo, y marqué un gol de cabeza,
único en toda mi carrera. Volví a casa no digo que en andas pero sí con una
alegría inmensa.
Nunca más me pasaría. De hecho,
la última vez que estuve en un partido, yo estaba en el banco de los suplentes
mientras mi equipo jugaba con uno menos.
Pasaron los años y por culpa del
cigarrillo ya no pude jugar al fútbol, ni a ninguna otra cosa. De hecho hoy, si
veo que se va el último tren, no puedo correrlo, a fuerza de quedar sin aire. Me
dediqué a escribir, a estudiar, a veces a dar clases. Pero ciertamente, si me
dieran a elegir entre el nobel de literatura y jugar un partido, lo pensaría
muy seriamente.
Fernando
Noviembre
MMXVIII
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