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| Havin' a rest |
Siete, o nueve, son las vidas que tenemos. Pero en general esto se le atribuye a los gatitos. Acá, consideramos que tienen siete. Allá consideran que nueve. Pero allá todo es al revés que acá: donde nosotros ponemos un punto, ellos ponen coma; si acá hace frío, allá hace calor; si acá usamos A4, allá usan Letter; acá kilómetros, allá millas; acá castellano, allá inglés. Or something like that, dude.
Resulta que las cosas son así como digo yo, no hay otra forma de verlas. No lo pienses más querido, no te rompas el balero tratando de descubrir el agujero del mate.
Hace calor. No está mal que lo haga, es verano. Hasta el 21 es verano y por lo tanto es legal que haga calor. Por más que algunos árboles ya se estén probando los trajes de otoño. Aunque ya haya dicho esto en otro artículo, no me voy a enojar por utilizar las cosas que ya dije y que me parecieron interesantes.
A veces ocurre que la literatura del yo, la autoficción, es la única alternativa en este mundo donde nos encontramos con un lector omnisciente, que todo lo sabe acerca de los narradores, acerca de cómo presentar un personaje, una vida imaginaria, un documental apócrifo.
Entonces surge el desorden. La contradicción. El absurdo. Abderecho, quizás. Como ser gangoso o tener acento lituano, quéseyo, cosas que no se entienden del todo. Digamos un caso de un mexicano que recién llega a buenos aires y de pronto te habla como si estuviera en el dé efe y vos lo mirás como si estuvieras frente a Fiodor Nabrokiesvki que acaba de llegar de Kiev en un barco que ha encallado en Puerto Madero y no tiene la puta idea del idioma que tiene que hablar.
El final debería ocultar una historia triste o imaginada por el lector mientras leía las líneas que anteceden. Lamento informar que esto no ha de ocurrir. El final llegará estrepitosamente en el momento menos
Fernando Berton
Marzo 1, 2017
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