Hay una muy linda película de animación que se llama Las Trillzas de Belville; dirigida por Sylvain Chomet, del año 2003; y que además de ser recomendable para ver con los chicos, es una película muda, con una hermosa banda de sonido.
Sin embargo, el objetivo esta noche no es comentar la película (sí recomendarla), sino andar en bici. Ponerse un broche en la botamanga del pantalón para que no se enganche en la cadena, controlar que el dínamo genere electricidad para encender apenas una lucecita, revisar que las gomas estén bien infladas, que las antiparras estén, efectivamente, en contra de las parras, y salir a recorrer caminos.
La noche está especial, no hace mucho frío, no hace mucho calor; corre un viento moderado que, descubrimos, puede ser nulo o atroz según desarrollemos más o menos velocidad con los pedales.
Cuatro o cinco cuadras más adelante recordamos que los pulmones existen, que los pulmones y el tabaco no se llevan del todo bien, que las subidas justifican plenamente el cliché "se hace cuesta arriba", que la voluntad y la representación no nos salvarán esta vez y que mejor será parar en esa esquina a tomar un refresco, desear fervientemente que nuestro estado físico mejore como por milagro y procurar una relación de tipo coloquial con nuestra bicicleta y no tan física. Ella es joven, a todas luces, y hace que nuestra experiencia resulte una vanidad inútil.
¡Salud!
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