La mañana arrancó con
el cansancio invertebrado de tantos años de levantarse temprano para ir a
ganarse el pan. El tren de siete cero nueve acaba de irse, inmutable, sin
desesperar, sin arrepentirse, sin dudar ni siquiera un instante.
La estación,
inusualmente despoblada, silenciosa,
ofrece sus bancos para recobrar el aliento después de la corrida inútil, secar
la transpiración con un pañuelo descartable, abrir el libro para continuar
leyendo en el mismísimo renglón en el que había dejado, gracias a la
maravillosa virtud del señalador magnético, disfrutar por un instante del canto
breve y esporádico de algunos pájaros que diseñan una melodía bucólica en medio
de la ciudad, volver un párrafo atrás para retomar el hilo, ¿de verdad había leído
este cuento?, hasta reconocer a los personajes como parientes lejanos,
compañeros de la primaria a los que no se ha vuelto a ver ni saber nunca de sus
vidas o sus muertes ni tampoco se ha tenido interés en saberlo, ¿para qué?
De pronto algunos pasos
apurados interrumpen la lectura/recuerdo, el canto de las aves, y presagian el
advenimiento de un nuevo tren.
Fernando Berton
Copyright, Enero 2014
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