La polvareda a la distancia era un síntoma de que
alguien había equivocado el rumbo. Hacía bastante que no pasaba esto, y Pietr
pensó que era tiempo de acomodar un poco el local. Los pozos y las piedras del
camino no permitían viajar muy rápido, ni siquiera con vehículos todo terreno.
No iba a bañarse, el tiempo no era tanto, pero sí acomodar las cuatro mesas que
tenía en el local, encender el generador para enfriar algunas bebibles, pasar
un lampazo y tener café listo. Repasó todo mentalmente, y entendió que tenía
que tener también un poco de fiambre y queso y pan, por si los perdidos estaban
con hambre. Recordó que en estos casos siempre lo primero que le pedían era
bebibles, pero los comibles venían en segundo lugar. Siempre.
Torció un poco la boca a punto de sonreír porque el
nombre estaba completo esta vez. Sin embargo, se puso serio nuevamente ya que
recordó que hacía tiempo no controlaba que su arma estuviera en condiciones. No
podía reconocer las intenciones de los perdidos por el polvo que levantaban en
el camino, y entonces siempre era mejor estar prevenido. Pero tampoco podía
saber cuándo aparecería un perdido nuevo. Ya casi no recordaba cuánto tiempo
había pasado antes de esta vez. Sí que recordaba que habían sido dos señoritas
muy ancianas y muy amables, como pocas veces lo habían tratado bien. En
especial la que parecía la mayor, Miss Hantington, que sonreía todo el tiempo y
rara vez había recurrido a la tan fea ironía inglesa. Pero estuvieron en Eckskyp poco tiempo, y Pietr lo lamentó bastante.
La polvareda se había detenido. Guardó el arma
después de comprobar que disparaba bien, y cargarla nuevamente, en la pechera
de su jardinero, y caminó bajó el sol, frunciendo el ceño para evitar el rayo
directo en los ojos. Debía ser el mediodía, y llegó a pensar que no podría
caminar todo el trecho hasta donde se había detenido el polvo, así que volvió
sobre sus pasos a buscar la bicicleta. De paso, llenó un jerrican pequeño con
agua que acomodó en el portaequipaje. También se calzó el sombrero y un trapo
húmedo para cubrirse la nariz y la boca. A esa hora, los insectos estaban
furiosos por el calor y no era extraño que se metieran por los orificios a
buscar tranquilidad, como los perdidos.
Después de haber recorrido unos quinientos metros
pensó si no hubiera sido un gesto llevar también algún comible. Pero se le hizo
que el agua estaba bien, un bebible en medio del calor es lo que cualquier
perdido espera, y él aparecería de la nada en su bicicleta a ofrecerle agua. Rió
fuerte y con la boca abierta, pero el trapo húmedo apagó el sonido de su risa
enseguida. Volaron unos cuervos, de cualquier manera, que salieron de los
arbustos de ramas retorcidas, con espinas más que hojas, y que parecen
retorcerse en su desesperación por conseguir algo de agua que les permita
verdear solamente un poco en ese calor rojizo al que la lluvia parece evitar de
cualquier forma, y solamente cae una o dos veces en el año, a finales de la primavera y del otoño. Pietr
levanta un poco la cabeza para ver a la distancia, tratando de esquivar el ala del sombrero, y nota que la polvareda
sigue detenida. Supone que los perdidos se han quedado sin combustible, y que
estarán muy contentos cuando él les diga que puede venderles un poco para
continuar el viaje, pero que mejor vayan hasta Eckskyp donde hay más
bebibles frescos y algunos comibles que ha preparado él mismo con esas mismas
manos que ahí ven, sí señor, aunque no lo crean en medio de esta nada seca hay
animales sabrosos, ya lo verán.
Algunos perdidos le plantearon a Pietr asociarse con
él, y transformar Eckskyp en un hostel del desierto para turismo aventura.
Cree que fueron aquellos que estuvieron antes que las señoritas inglesas,
porque le parece haber comentado el tema con Miss Hantington, pero no puede
estar seguro. Sí está seguro que negó enfáticamente con la cabeza, no señor, Eckskyp es un lugar de descanso, aquí no hay ruido ni bullicio de
cubiertas aplastando las piedritas en la tierra rojiza, ni muchachotes
correteando señoritas en bicicleta para su turismo aventura. Eckskyp solamente ayuda a los perdidos a encontrar descanso. Eso es todo, si señor. Y Pietr
no tiene intenciones de irse de ahí, porque tiene todo lo que tiene y esto es
lo que tiene que tener. Miss Tompkins rió por única vez con esa frase, y torció
un poco la boca, pero se contuvo de hablar. Igualmente Pietr entendió la fina
ironía inglesa y gruñó un poco. Miss Hantington le pidió un bebible entonces, y
Pietr no se dio cuenta de la maniobra de la otra señorita para evitar el
problema, y Pietr buscó un bebible bien frío para la señorita Hantington y
luego salió a revisar que el cartel estuviera completo, y acomodó los
silloncitos de la entrada al local. La señorita Tompkins se disculpó con él más
tarde, pero ya era demasiado tarde pensó Pietr mientras le estrechaba la mano
como un gesto amigable, pero deseó que no volviera a abrir la boca esta
señorita, y como gesto de amistad le pidió que fuera a buscar un poco de carne
al sótano para preparar la cena. Y por suerte los perdidos que querían robarle
la tranquilidad también estuvieron poco tiempo en Eckskyp.
Pietr ha pedaleado una buena media hora cuando se
detiene para orinar. Le gusta ver el charquito que se forma, y cómo desaparece
casi de inmediato. Hasta imagina que la tierra le agradece la pequeña meada
porque le da un momento de respiro en tanto secor. Cuando vuelva a montar la
bicicleta, la mancha de orina y las gotas de semen se habrán evaporado por
completo. Pietr tuerce un poco la boca mientras cierra el cierre y observa sus
fluidos fundirse en el polvo rojizo y seco de nuevo como si no hubiera pasado
nada. Bebe un poco de agua, apenas porque seguro los perdidos la necesitan más
que él, y humedece un poco el trapo para seguir pedaleando.
Fernando Berton
Copyright: Marzo 2013
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